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En el primer aniversario de Arturo Maccanti

El compendio poético 'Vivir sobre la vida' es una revelación que se convirtió en una especie de vademécum literario frente a zozobras y euforias del espíritu

En el primer aniversario de Arturo Maccanti

Solo un par de meses antes de su fallecimiento el 11 de septiembre de 2014, me dedicó don Arturo -para mí ya siempre don Arturo-, en prenda de nuestra amistad, un poema mecanografiado con viso de inédito que más abajo reproduzco. Nunca pensé que la poesía tuviese tal capacidad de evocación, sugestión y trascendencia como las que me reveló la obra poética de Maccanti, aunque lo descubriese tardíamente; yo, que en muchos aspectos fui siempre un "rezagado". De aquí que mi vinculación afectiva y admiración hacia él y su producción literaria fuese más bien postrera, pero intensa, a pesar de que él y su esposa vivieron hasta su muerte en vecindad con mis padres, mostrándose un confesado aprecio mutuo; que en el caso de don Arturo se tradujo, él siempre tan detallista y cercano con quienes estimaba, en el regalo a mis padres de algunas de sus obras dedicadas, acompañada su firma de una hoja o flor seca -así fuesen unos pétalos de buganvilla- de las que recogía en los paseos por su amadísima Guerea.

De esta manera me adentré yo en su universo poético, por la lectura de uno de estos poemarios de Maccanti que me dejó mi padre, menos proclive él que yo a dejarse seducir por los encantos de la musa, hasta que me hice con su voluminoso compendio poético, Vivir sobre la vida, toda una revelación, que se convirtió para mí en una especie de vademécum literario frente a zozobras y euforias del espíritu que he tenido como libro de cabecera en mi mesilla de noche.

El poema al que ahora me refiero está encabezado por una cita de Thomas S. Eliot: "Time present and time past / are both perhaps present in time future / and time future contained in time past"; que traduzco como: "El tiempo presente y pasado / son ambos quizás presente en el tiempo futuro / y el tiempo futuro está contenido en el tiempo pasado".

Esto es algo que nos lleva a pensar indudablemente en la circularidad del tiempo, pues si presente y pasado remiten hacia el futuro, y este lo hace hacia el pasado, resulta obvio que unos y otro se dan la mano. Un enigma sobre el tiempo que enseguida nos sitúa frente a la suprema intuición nietzscheana del eterno retorno, según expone el filósofo en la tercera parte de su Así habló Zarathustra. Allí leemos en De la visión y del enigma: "Toda verdad es curva, y el tiempo es un círculo". Visión metafóricamente representada con la imagen de la serpiente que se muerde su propia cola. [Como escribió Arturo Schopenhauer en El mundo como voluntad y representación: "Podemos comparar el tiempo con un círculo que diera vueltas eternamente; la mitad que desciende sería el pasado; la otra mitad que siempre asciende, el futuro, y el punto superior indivisible que marca el contacto con la tangente sería el presente inextenso (?)."] Y poco más adelante, en El convaleciente, leemos a su vez: "Todo va y todo vuelve. La rueda de la existencia gira eternamente. Todo muere, todo vuelve a florecer: eternamente corre el año del ser. Todo se rompe, todo se recompone. Eternamente se reedifica la misma casa del ser. Todo se despide, todo vuelve a saludarse: eternamente permanece fiel a sí el anillo del ser".

Este sería el marco o telón de fondo sobre el que, en este poema de resonancias quevedianas, se inscribe la reflexión de Maccanti sobre el ser -esa profunda y a la vez abstrusa cuestión filosófica de todos los tiempos-, acompañada de un corolario de temas que siempre han vertebrado el quehacer poético de Maccanti, como la finitud o la muerte, lo efímero de la existencia, su sentido o sinsentido, el transcurrir del tiempo, la impermanencia.

El problema de la permanencia o no del ser, central en este poema, nos traslada de lleno a la disquisición parmenídea sobre el particular. Sabido es que Parménides, el filósofo eleático del Ser, se erigió en un monista radical para quien solo el Ser es lo real y que no cambia, pues si algo que es, transmuta, entonces ya está dejando de ser? Según él mismo expresó en su conocidísima sentencia: "El Ser es y no puede No-ser (?)"; lo cual supone la negación del tiempo, el vacío y la pluralidad. Es en este sentido que Maccanti inquiere en su poema sobre el ser de sus ojos, o de sus manos, o de su corazón, de la tierra o del fuego, el ser del sol. Pero he aquí que el cambio o devenir es esa gran evidencia sensorial que contradice la permanencia de cuanto es, de manera que lo que ayer fue hoy ya parece que no es. Se trata de algo que confiere una irredimible desazón o frustración primordial a lo expresado aquí por Maccanti: la constatación antiparmenídea, al término de una vida, de que lo que previamente fue dejará de ser en breve lo que era, sobre todo si semejante desvelamiento llega de la mano de una transmutación tan radical como la que representa la muerte.

Porque, en efecto, al pesimismo existencial de Maccanti en este poema no lo redime siquiera el amor, como sucede en el famoso soneto de Quevedo cuando el alma enamorada, perdiendo el respeto a ley severa, es capaz de volver a su ser mediante la ardiente memoria que, tras la muerte, quedó anclada en la ribera de los vivos. Ni lo redime el optimismo luminoso de un Nietzsche cuando proponía que el eterno retorno de lo mismo era esa forma vitalista de no morir nunca.

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