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Rafaely: tras 33 años de silencio

Una retrospectiva del San Martín recupera la obra del pintor y dibujante de la Escuela Luján Pérez, marcado por el signo de la abstracción, una personalidad espiritual y una vocación altruistra

Rafaely junto a una de sus abstracciones sobre mural del año 1959. QUIQUE CURBELO

En el arte, como en la religión, no hay que discutir, sino creer. En el arte, como en la religión, no se debe "criticar", sino "practicar".

Rafaely, 1961

Treinta y tres años después de su desaparición volvemos a oír hablar del pintor y dibujante, Rafael Bethencourt (1933-1982) en la muestra monográfica que puede verse hasta enero en el antiguo hospital de San Martín, hoy Centro de Cultura Contemporánea, que fue inaugurada anoche.

Rafaely, como es conocido, es uno de los clásicos de tradición de la famosa Escuela Luján Pérez, que aglutinó a las mayores figuras que ha dado esta tierra en el plano artístico en toda la era contemporánea y que contribuyó, como ningún otro colectivo, a forjar una cultura visual ante el vacío estético que se padecía en nuestras islas a principios del siglo XX.

Sigue sorprendiendo cómo, con el tiempo, siguen surgiendo figuras de no poco calado, que aparentemente habían caído en el más absoluto de los olvidos. Algunas, incluso, siguen aún por llegar, "nuevamente". Como en el caso de Rafaely, no se trata tanto de pintores corrientes que han producido un cierto volumen de obras a lo largo de una trayectoria, sino de una serie de sobresalientes, llamados "olvidados", que en realidad supusieron un verdadero hito para la vida cultural de esta ciudad, llegando a ser, en algunos casos, verdaderas figuras fundamentales en el desarrollo artístico e ideológico de su tiempo y su contexto, junto a unos lenguajes visuales extraordinarios y calidades nada desdeñables. Tiene mucho sentido salir "al rescate" de estas personalidades y sus creaciones, puesto que ayudan enormemente a comprender la tradición, su circunstancia y su evolución para preparar nuestra mirada hacia el futuro.

En el ejemplo concreto de Rafaely, llamaba la atención que hasta la fecha no pudiéramos ni tan siquiera encontrar en las bibliotecas ninguna referencia monográfica dedicada al pintor, dada la excepcionalidad de su trabajo y su presencia notable en los círculos culturales de Canarias. Eso sin mencionar el enorme volumen de artículos en que se le dedican en prensa entre 1956 -fecha de su primera exposición, con caricaturas personales, en el Club Marino- hasta su muerte en 1982, además de la cantidad de exposiciones que llevó a cabo y al llamativo volumen de obra creada en sus años de actividad. No termino de comprender si estas "omisiones" de nuestra historiografía artística más reciente, que ya hemos visto repetirse en varias ocasiones con distintas personalidades, se deben, en realidad, a una cuestión de azar o elección deliberada, con algo de desidia, tal vez o, simplemente al factor tiempo.

Rafaely -sin el cual, por ejemplo, no podríamos entender plenamente la obra de Jane Millares- es considerado el más abstracto de todo el grupo de su generación en la Escuela, pero su significación trasciende más allá de la mera plástica. En la labor investigativa fue decisivo descubrir que el, a priori, discreto y abnegado Rafaely era, en realidad, un hombre de la espiritualidad, en el amplio sentido de la palabra. Era integrante de distintas órdenes místicas, como son los Rosacruces o la Oden del Temple, y supo hallar en el Arte el valor supremo del hacer humano, como medio para indagar en las profundidades del alma y la búsqueda de lo absoluto. En otras palabras: Rafaely aspiraba a encontrar la verdad del espíritu en el arte. El propósito final, era siempre el de revertir positivamente en la sociedad.

Lo cierto es que todo en Rafaely, en algún momento, se convierte en pura mística. Desde el modo de percibir el mundo hasta el modo de amar, donde según él -en el amor- se concretaban todas las respuestas y toda la verdad. "El Arte es la auto-visión del mundo universal en el propio corazón", afirmó el artista de la Luján Pérez..

El pintor cultivó muy diversas facetas. Se formó y creó incansable con estos propósitos altruistas. Dibujante de profesión y de orígenes sencillos, se dedicó al oficio de delineante, al diseño gráfico, la ilustración y escenografías, siendo, por supuesto, un aventajado de la "Luján" que además, velaba por su reputación y la conservación de su espíritu, llegando a ser uno de sus más fervientes promotores. De su mano es la pintura del frontispicio de la puerta que da al salón principal de la Escuela, en la actualidad, donde se anuncia el nombre de la misma con la clásica tipografía que usaba en sus cartones de corte humorístico.

Y poco se ha hablado de su faceta de humorista gráfico, la cual es realmente digna de mención. Este creador incansable fue verdaderamente uno de los dibujantes de humor y caricaturistas más activos de nuestra ciudad junto a su gran amigo, Eduardo Millares Sall, máximo exponente la materia en Canarias, gracias a su prolífica carrera y a la popularidad de su personaje creado Cho Juáa. Rafaely estuvo vinculado a distintas cabeceras de prensa como el Diario de Las Palmas -incluyendo su suplemento de humor, El Conduto-; LA PROVINCIA o el Eco de Canarias, entre otras, para las que trabajó como viñetista y también como reportero en la sección de cultura de los distintos periódicos.

Pero quizá lo más singular a destacar en este asunto sea el tratamiento profundo que supo dar asimismo a este género, lejos de banalidades y de lo intrascendente. El pintor justificaba así la construcción de sus caricaturas:

"En la iluminación de mis caricaturas destaco la parte vital del rostro acentuando con demasiado abuso del rojo, la oreja, nariz, boca y pómulos, por ser estos, los miembros del rostros donde más radica la sangre. Ya que por el contrario, a falta de este color, un rostro señalaría la ausencia de vigor o falta de salud. Toda obra pictórica está dentro de la caricatura, como así mismo, la caricatura está dentro de los cánones de la estética. Maestros donde se afirma esta tesis son, entre otros, Goya y el Greco y, en nuestros días, Picasso y Dalí", afirma sobre su obra.

Precisamente de esa fijación por plasmar lo esencial de la vida, de donde extraer la pureza del ser que tanto le obsesiona, es posible que venga la utilización recurrente, por parte del artista, de esos materiales pobres y manufacturados para sus creaciones, además de los pequeños formatos, que presumen ser perfectos para una trabajo creativo en la intimidad, donde cada pieza es fruto de una meditación.

Convencido de su "misión en la tierra" -según sus escritos personales- que era la de darse a los demás en pos una sociedad mejor, el polifacético artista huyó de cualquier convencionalismo o afán comercial, lo que explica, de algún modo, que tras su muerte cayera en el olvido como artista y que muchos de sus trabajos no salieran de su estudio. Toda su obra es sinceridad. Quien le recuerda, suele hablar de un hombre "especial", entrañable, que transmitía una paz y una bondad inusitadas. Realmente no se puede comprender a Rafaely sin hablar de su dimensión espiritual.

Si atendemos los títulos que componen su biblioteca y la información que se extrae de sus cartas, recientemente descubiertas, se nos revela un hombre con una sed de saber y con unas aspiraciones, como poco, inusuales. Paradójicamente, este místico canalizado a través del arte es un autodidacta en suma y, sin embargo, acumulaba las inscripciones a cursos de muy diversa naturaleza dentro de las materias de su interés.

Atendiendo a la evolución de su plástica observamos una línea de transformación coherente, como si fuese una delicada metamorfosis que partió de unos estilos ya creados en las Vanguardias, en su vertiente constructivista, con Kandisky como su principal referente e inspirado también en las corrientes surrealistas que le resultaban especialmente atractivas y afines a sus ideas acerca de los universos espirituales y dimensiones paralelas que le gustaba representar. De estos estilos, recoge y asimila como simbología identificativa en todos sus trabajos desde etapas tempranas "el punto", siempre en alusión a sus propiedades místicas. Así se explicaba él mismo en una entrevista en el año 61, donde deja ver su talante humildad y cercanía, aunque siempre dejando cierto lugar para el misterio, como tónica general.

"Desde hace casi tres lustros practico la abstracción en toda su extensión. En el comienzo fue lírica, más tarde constructiva; y actualmente las dos formas de pintar se encuentran en una misma, siempre con vestigios de Cubismo y Surrealismo. Hay predominio del espacio sobre las formas; al mismo tiempo, éstas se entrelazan entre sí, me preocupa la armonía de los colores. Siempre en mis obras hay un grafismo a base de líneas verticales u horizontales sintetizadas en extremo y acompañadas de unos puntos negros, cosa, todo ello, muy personal en mi pintura. ¿De dónde viene todo esto? No lo sé. ¿A dónde va? Qué sé yo?"

Su impronta personal irá trazando poco a poco su estilo, que se va transformando en el tiempo como una metamorfosis comprensible, una vez ordenada su obra, donde se distingue su lenguaje personal. Dos pilares esenciales de este lenguaje suyo son "la humanización de la geometría" y "la armonía de los colores que han de vibrar en el espíritu".

Rafaely es también el artista de las sensaciones. Su obra está pensada y creada para producir un efecto en el espectador; para estimular sus sentidos. A veces puede ser tan tremendamente sutil, que las palabras sobran. Es una obra que necesita ser contemplada y de la que, a partir de cierto momento, después de una entregada observación, comienzan a brotar múltiples lecturas. De algún modo, quizás Rafaely sí alcanzaba su propósito de producir ese efecto positivo en la sociedad, puesto que este intervalo de contemplación de su trabajo ha conseguido hacernos meditar por un momento y, posiblemente, nos ha hecho incluso distanciarnos de los superfluo por un instante. "Cuando siento el contacto de los pinceles entre mis dedos me siento superior a mi mismo", señalaba.

La exposición inaugurada esta semana en la sede de San Martín - Centro de Cultura Contemporánea, nos brinda una oportunidad única para conocer personalmente al artista a través de un elenco de sus mejores piezas conservadas en la actualidad.

La muestra, concebida desde esta perspectiva de la espiritualidad, nos ofrece, sala a sala, un recorrido por las distintas etapas de este creador, y nos brinda una visión bastante global de toda su carrera, cuya singularidad perpetuamos hoy a través de esta iniciativa. Este resultado se ha logrado gracias a la acogida que le ha dado el centro que la alberga, donde el montaje, sin duda, ejerce un papel crucial para la dignificación de la obra, así como para la comprensión de todo el proyecto. Esperamos, francamente, que muchos ojos, viejos y jóvenes, puedan admirar estos trabajos en el museo a lo largo de los meses que vienen para descubrir y sentir, y, en el mejor de los casos, para seguir contribuyendo al rescate de la memoria de estos, que algún tiempo atrás fueron olvidados sin verdadero motivo como nuestro artista Rafaely, en esta ocasión. Rescatar esas memorias mudas y devolverles voz y la luz es, en último término, una tarea de todos.

(*) Laura T. García Morales es comisaria de la exposición 'El universo de Rafaely'

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