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CONTRA LOS PUENTES LEVADIZOS

Esa rubia es mía

Grace Kelly. LA PROVINCIA / DLP

Antes que nada, tengo que avisar que cualquier película de Alfred Hitchcock, incluso la más escalofriante y brutal, me parece hermosa y tierna. Acaso porque llevan una rubia dentro. Ya saben: June (El enemigo de las rubias), Madeleine Carroll (Los 39 escalones), Joan Fontaine (Rebeca, Sospecha), Ingrid Bergman (Recuerda, Encadenados), Marlene Dietrich (Pánico en la escena), Grace Kelly (Crimen perfecto, La ventana indiscreta, Atrapa a un ladrón), Doris Day (El hombre que sabía demasiado), Vera Miles (Falso culpable, Psicosis), Kim Novak (Vértigo), Eva Marie Saint (Con la muerte en los talones), Janet Leigh (Psicosis), Tippi Hedren (Los pájaros, Marnie la ladrona), Julie Andrews (Cortina rasgada), Karen Black (Family Plot).

En fin, las rubias, además de fascinantes, son importantes. Lo eran para Hitchcock, como sostiene Serge Koster en Les blondes flashantes d'Alfred Hitchcock, un pequeño ensayo que leí el año pasado en francés (con un diccionario en el regazo, naturalmente), y que en los próximos días publica en España la editorial Periférica con el título Las fascinantes rubias de Alfred Hitchcock. En el libro Koster aborda, desnudándolos como si de un psicoanalista se tratase, los temas más recurrentes en el cine de este director: el voyeurismo, la frustración sexual, la fascinación por las rubias, en especial por Grace Kelly (La ventana indiscreta), Tippi Hedren (Marnie la ladrona) y Kim Novak (Vértigo), actriz sobre la que hace años me entró una extraña inquina y todavía me dura.

No sé cómo lo verán ustedes, pero Kim Novak es el prototipo de actriz que está siempre por encima del personaje, por encima de la historia. La primera actriz elegida por Hitchcock para el papel de Madeleine en Vértigo había sido Vera Miles, pero Hitchcock la sustituyó en el último momento por Novak, con quien no congenió. Cuando François Truffaut le preguntó a Hitchcock sobre el asunto, su respuesta fue que Miles "se quedó embarazada en el momento preciso de rodar el papel que iba a convertirla en una estrella. Después perdí el interés por ella". Más tarde Miles se defendió de la siguiente manera: "A lo largo de los años él siempre ha tenido un tipo de mujer en sus películas como Ingrid Bergman, Kelly y así sucesivamente. Antes fue Madeleine Carroll. No soy su tipo y nunca lo he sido. Intenté agradarle pero no podía".

Hace algunos años, en un ensayo sobre Casablanca (hay edición española en Kairós, Casablanca, una historia y un mito), Umberto Eco se preguntaba: "¿Cuáles son las condiciones que un libro o una película debe cumplir para convertirse en objeto de culto? Obviamente, la obra debe ser amada, pero no es suficiente". En Las fascinantes rubias de Alfred Hitchcock, Koster sugiere que el director de Con la muerte en los talones dio una dimensión mítica a sus estrellas, y no al revés. Lo que sucede, a mi al menos, es que hay fotogramas en los que aparecen Bergman, Kelly o Hedren que te impregnan, igual que un perfume de Chanel, y vas oliendo a ellas toda la vida. El libro me duró poco; es ligero y ameno. Háganse con uno. Huélanlo. Husméenlo. No se arrepentirán.

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