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La vida en cinco actos

La editorial Tusquets publica en un solo volumen el 'Teatro reunido' de Arthur Miller con motivo del centenario del nacimiento del dramaturgo americano

El próximo 17 de octubre se cumplen cien años del nacimiento de Arthur Miller (1915-2005), una efeméride que debería servir para saldar cuentas con uno de los grandes dramaturgos americanos, cuyo mayor legado fue darnos ese espacio vital que necesitábamos para gritar a viva voz nuestro malestar. Miller consideraba que el teatro tenía una función social y era el terreno donde afrontar los efectos negativos de la "american way of life", del sueño americano. En 2002, Miller recibió el premio Príncipe de Asturias de las Letras, pero el premio Nobel de Literatura siempre se le escapó de las manos. El mismo año de su muerte, en 2005, la Academia sueca le concedió el Nobel al dramaturgo inglés Harold Pinter. Algunos lo consideraron casi como una burla, aunque esa no haya sido su intención. Para mí que los suecos se hacen los suecos. Al fin y al cabo, el dinero es suyo.

Volviendo a la efeméride de Miller, la editorial Tusquets ha lanzado las campanas al vuelo para celebrar su centenario y lo ha hecho reuniendo en un solo volumen las cinco obras teatrales más importantes del dramaturgo: Todos eran mis hijos (1947), Muerte de un viajante (1949), Las brujas de Salem (1952), Panorama desde el puente (1955) y Después de la caída (1964). El pasado mes de junio, con igual motivo, la editorial catalana publicó Vidas rebeldes, novela escrita por Miller en 1957 y que John Huston llevó a la pantalla, con Marilyn Monroe (su mujer por aquel entonces, tras divorciarse de su primera mujer, Mary Slattery, en 1956), Clark Gable y Montgomery Clift. La obra ya había sido publicada por Tusquets en Ya no te necesito, un volumen de nueve relatos que incluía Los inadaptados, traducido ahora como Vidas rebeldes.

Pese a que trabajó durante un tiempo escribiendo guiones radiofónicos, la verdadera vocación de Miller fue el teatro: "El teatro fascina infinitamente porque es fortuito. Se parece mucho a la vida". Justamente de ahí, de la vida, en particular de la apremiantes preocupaciones sociales de la posguerra, Miller extrajo los grandes temas de su teatro: la visión crítica del capitalismo, la importancia de la educación, la identidad judía, el enfrentamiento entre dos modos de vida (el falso y el auténtico), el enfrentamiento generacional, la responsabilidad, la complicidad, el fracaso, el tiempo y la historia. Miller llamó la atención del público en 1947 con Todos eran mis hijos, drama centrado en el conflicto de un joven dividido entre el amor por su padre y la certeza de que éste ha causado la muerte de muchos jóvenes pilotos al haber suministrado material defectuoso a la aviación.

De 1949 es el éxito internacional de la obra Muerte de un viajante, galardonada con el premio Pulitzer y tres premios Tony, en la que denuncia el carácter ilusorio del sueño americano a través de la figura de Willy Loman, un viajante de comercio que, al igual que el protagonista de La metamorfosis de Franz Kafka, encuentra su profesión dura y deprimente: "¡Qué cansada es la profesión que he elegido! Un día sí y otro también de viaje. La preocupación de los negocios es mucho mayor cuando se trabaja fuera que cuando se trabaja en el mismo almacén, y no hablemos de esta plaga de viajes: cuidarse de los enlaces de los trenes; la comida mala, irregular; relaciones que no llegan nunca a ser verdaderamente cordiales, y en que el corazón nunca puede tener parte. ¡Al diablo con todo!" (Franz Kafka, La metamorfosis).

Tanto Willy Loman como Gregor Samsa, protagonista de La metamorfosis, viven de falsas esperanzas hasta que las fuerzas les fallan. Loman además camina hacia adelante con la cabeza vuelta hacia atrás, hacia el recuerdo de un veterano vendedor llamado Dave Singleman que conoció en un hotel de Boston: "El viejo Dave subía a su habitación, se ponía unas zapatillas de terciopelo verde, nunca lo olvidaré, descolgaba el teléfono y llamaba a los agentes de compras, y sin salir nunca de la habitación, a los ochenta y cuatro años, se ganaba la vida. Al ver eso, comprendí que la venta era la mejor profesión que uno podía desear. [...] Cuando murió, cientos de viajes y clientes asistieron a su entierro. En aquellos tiempos, la personalidad contaba más que la profesión. Había respeto, camaradería y gratitud. Hoy todo es rutinario y no hay ocasión de cultivar la amistad o desplegar la personalidad en el trabajo. ¿Comprendes lo que quiero decir? Ya no me conocen".

Muerte de un viajante, que lleva por subtítulo Algunas conversaciones privadas en dos actos y un réquiem, fue reconocida inmediatamente como su obra magna. En su autobiografía Vueltas al tiempo, Miller recuerda que cuando se estrenó en Filadelfia el 10 de febrero de 1949, bajo la dirección de Elia Kazan (a quien había dedicado dos años antes Todos eran mis hijos), el público reaccionó con una sonora ovación tras el intenso silencio que siguió a las últimas palabras pronunciadas en el escenario: "La gente se quedó sentada durante dos o tres minutos. Entonces, alguien se levantó con su abrigo. Varios hombres estaban deshechos. No vi a ninguna mujer en este estado. Estaban ahí sentados, con el pañuelo en la cara. Era como un funeral. No sabía si el espectáculo estaba vivo o muerto. Los actores habían vuelto a salir para ver lo que ocurría. Nadie había subido el telón. Finalmente alguien aplaudió y el teatro se vino abajo".

A Muerte de un viajante, traducida a numerosas lenguas y representada en todos los rincones del mundo, siguieron en la década de los cincuenta Las brujas de Salem, una dura requisitoria contra la "caza de brujas" desencadenada por el senador McCarthy tomando como excusa el clima de sospechas, denuncias y mentiras de un episodio de intolerancia ocurrido en Salem en 1692, y Panorama desde el puente, con la que Miller obtuvo su segundo premio Pulitzer. Esta última obra ambientada en los suburbios portuarios de Nueva York, dominado por la imponente presencia del puente de Brooklyn, se centra en la figura de Eddie Carbone, un italoamericano que siente un amor casi incestuoso por su sobrina Catherine, el cual le lleva a tomar el camino de la delación. Un tema que no podía ser más apropiado teniendo en cuenta que Miller se había distanciado de Elia Kazan después de éste hablara ante el Comité de Actividades Antiamericanas del senador McCarthy, quien había declarado al dramaturgo en rebeldía por negarse a "dar nombres".

En la última obra recogida en el volumen que nos ocupa, Después de la caída, se ha querido ver la proyección del sentimiento de culpa de Miller tras el divorcio y el suicidio de la actriz Marilyn Monroe, con la que estuvo casado entre 1956 y 1961. La obra se desarrolla en los pensamientos de Quentin, álter ego de Miller, un intelectual judío neoyorquino, que sopesa la posibilidad de volverse a casar con Holga (la fotógrafa austriaca Inge Morath, a la que conoció durante el rodaje de Vidas rebeldes), tras sufrir la experiencia de dos matrimonios fracasados con Louise (Mary Slattery) y Maggie (Marilyn Monroe): "Me desconcierta la muerte del amor. Y la responsabilidad que pueda tener yo en dicha muerte. No quisiera pasar por otra acusación. De pronto me pregunto porqué vuelvo a aventurarme [...] El caso es que, si hay amor, ha de ser un amor sin límites; un amor ni siquiera entre personas, sino ciego, ciego al insulto, ciego a la carne traspasada".

Como si quisiera dar armas a sus detractores, en Vidas rebeldes Miller puso al descubierto la trastienda de su matrimonio con la protagonista de La tentación vive arriba, para muchos la lucha entre el intelecto y la carne. Vidas rebeldes fue un regalo envenenado de Miller a Marilyn para demostrar que no todo en este mundo se reduce al glamour de Hollywood. Quien mejor expresa el significado de la obra es el vaquero Gaylord 'Gay' Langland, interpretado por Clark Gable en la película: "¿Puede un hombre sonreír cuando contempla a la mujer más triste del mundo?" Pocas obras son tan autobiográficas como este friso sobre la infelicidad total.

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