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Fu Manchu, el terror

El historiador británico Cristopher Frayling analiza el mito del malvado en el que sustancia el miedo de Occidente a todo lo oriental

Christopher Lee caracterizado como Fu Manchu. LA PROVINCIA / DLP

Algunos personajes que ya forman parte de nuestro imaginario popular tienen tras de sí mucha enjundia intelectual. El historiador británico Christopher Frayling aborda en The Yellow Peril: Dr. Fu Manchu & the Rise of Chinaphobia (El Peligro Amarillo: el doctor Fu Manchu y el aumento de la chinofobia), a cargo de la editorial Thames and Hudson el análisis de uno de ellos, estudio que recibió una reveladora reseña firmada por David Trotter en el London Review of Books el pasado marzo.

Nos recuerda Trotter que las hazañas del malvado doctor chino surgieron de la invención del novelista inglés Sax Rohmer, a principios del siglo XX. El absurdo e indestructible Fu Manchu -a quien Rohmer retrató con ojos verdes, cráneo rapado, larga túnica de seda, siempre atendido por una esclava árabe y en lucha con Occidente por mera diversión- se dio a conocer al mundo en 1913, con la publicación de El demonio amarillo [título de la traducción española de The mystery of Dr. Fu-Manchu]. En su estudio (que Trotter califica de sumamente interesante), Frayling analiza todos los elementos de la fórmula Fu Manchu, situándola en su contexto literario e ideológico y mostrándonos cómo aquellos se fueron luego combinando para generar una larga serie de novelas, que dieron lugar a innumerables adaptaciones teatrales y cinematográficas, a su vez objeto de parodias e imitaciones.

Para Frayling, Fu Manchu -"el peligro amarillo encarnado en un hombre", como lo describe uno de los personajes ingleses de la serie, el agente Nayland Smith- es un puro producto de lo que el crítico y teórico palestino-estadounidense Edward Said denominó Orientalismo [(la visión estereotipada, prejuiciosa y parcial que han tenido los occidentales respecto al Oriente).] Opina el autor de la reseña que no hay duda de que el concepto de Said arroja mucha luz sobre elementos clave de la fórmula Fu Manchu, como por ejemplo su astucia cruel. Los estudiosos occidentales llevaban siglos caracterizando a los chinos como especialistas en tortura, asociándolos a una "estética oriental del horror", en palabras de Frayling, y el hecho de que Fu Manchu dedicase tanto tiempo y esfuerzo a refinar sus métodos de tortura era prueba evidente, para su creador Rohmer, del barbarismo inherente a la mentalidad china.

Sin embargo, hay un elemento de esa fórmula que para Trotter no encaja del todo en el paradigma del orientalismo según lo define Frayling: la hábil y entusiasta explotación por parte del diabólico doctor de todos los recursos de la ciencia, pasada y presente. La trayectoria científica de Fu Manchu dirige nuestra atención hacia la diferencia entre la alteridad de China y todos los demás tipos de alteridad creados, según el análisis de Said, por el orientalismo del siglo XIX. Esa diferencia estriba en la histórica superioridad económica del gran país asiático. Durante los siglos XVII y XVIII, China llevaba ventaja en lo industrial y tecnológico a Europa, con la manufactura de productos cruciales para el desarrollo de la economía global, como el té, la seda, la porcelana y calicó estampado. Tras el decisivo despegue económico de las economías europeas en el siglo XIX, resultó verosímil propagar el mito del estancamiento de China; así, Inglaterra y China representaban los extremos del progreso y lo reaccionario: mientras la nación europea mantenía relaciones comerciales con el mundo entero, la asiática era una "nación dada a recluirse". Pero opina Trotter que en algún momento de la segunda mitad del siglo habrá surgido la idea de que, según China prosperaba, esa nación con tendencia a recluirse debía de tener algún as tecnológico guardado en su manga de seda.

En este sentido, Trotter nos da a conocer el término tecno-orientalismo, propuesto por David Morley y Kevin Robins para describir el "pánico a lo japonés" de la década de 1980, cuando la economía nipona, impulsada por una incesante innovación tecnológica, se convirtió en la segunda más potente del mundo después de la de EE UU: Japón era la principal nación acreedora, el país de los videojuegos y de la cadena de montaje robotizada, lo cual provocó en los occidentales sentimientos de miedo y ansiedad, que se acentuaron cuando los japoneses, considerados "forasteros", comenzaron a hacerse con instituciones sagradas para los americanos, comprando, por ejemplo, el campo de golf donde se juega el US Open o la productora Columbia Pictures para crear Sony Pictures Entertainment. El pánico hacia lo japonés solo amainó cuando la economía japonesa empezó a debilitarse.

Volviendo a Fu Manchú, se pregunta el autor de esta reseña si el diabólico doctor de Rohmer hace ciencia moderna. Frayling, cuyo interés se centra principalmente en los orígenes decimonónicos de la fórmula, parece creer que no. Para Trotter, en cambio, aunque sea verdad que la estrategia principal de Fu Manchu es raptar a eminentes científicos occidentales y llevárselos a su cuartel general en China, hay algo más. Una de sus armas más terribles es un gas venenoso casi idéntico al cloro pero con propiedades únicas. El doctor chino, por tanto, no solo ha copiado la ciencia de Occidente sino que ha encontrado el modo de aumentar las propiedades letales de uno de los reactivos más versátiles de la industria química. Si para Frayling, Fu Manchu es "el Osama Bin Laden de su época", Trotter lo considera más bien un pirata informático con vínculos no reconocidos con un gobierno nacional. Lo que le interesa es la información, no el espectáculo.

Para Trotter, tan significativa como el talento estratégico de Fu Manchu es la absoluta carencia del mismo que caracteriza al agente Nayland Smith. Lo más desconcertante del médico chino es que opera en un territorio que él mismo ha diseñado: una red de emplazamientos, como laboratorios o cámaras de tortura, unidos por el Támesis. Así, el terreno donde el Este se encuentra con el Oeste queda redefinido como oriental (un Oriente dentro de Occidente). El misterio de Fu Manchu, opina el crítico, no es una fantasía orientalista; es una fantasía tecno-orientalista (el "masculino" Lejano Oriente triunfa sobre el también "masculino" Occidente), que evoca una fantasía orientalista (el "femenino" Próximo Oriente sucumbe al "masculino" Occidente) para convencerse de que el encuentro entre ambos mundos nunca se realizará en términos establecidos por el Este.

Pero apunta Trotter que el Oriente, en la obra de ficción de Rohmer no siempre está representado como un mundo manejable. En las últimas décadas del siglo XIX, el telégrafo, considerado ya el principal sistema global de telecomunicaciones, se convirtió en un elemento de transferencia tecnológica entre China y Occidente. La empresa danesa Great Northern Telegraph, que había colocado cables submarinos conectando Shanghái con Hong Kong y Nagasaki, logró diseñar un código numérico para la transmisión de los caracteres chinos. La telegrafía pronto se vio transformada por la transmisión inalámbrica y, una vez más, China no quedó rezagada. En 1914, la compañía británica Marconi consiguió el permiso para instalar emisoras en el gran país asiático, y dos años más tarde, en El diabólico doctor, Fu Manchu enviaba un marconigrama a su colega inglés el doctor Petrie, quien lo califica de "milagro de la ciencia moderna". Si avanzamos hasta el año 2005, sugiere Trotter, percibimos una enorme agitación ante la perspectiva de que Marconi, entonces en serias dificultades, se vendiera a la empresa china Huawei, poniendo en peligro así sus contratos con el Ministerio de Defensa.

Para Trotter, el creador de Fu Manchu deseaba sin duda que su sesgo tecno-oriental fuera absolutamente moderno. La relevancia para nosotros del personaje y el mundo que retrataba Rohmer la deja clara Trotter ya al comienzo de su reseña del libro de Frayling: en 2011 el parlamento chino aprobó un plan quinquenal para potenciar la investigación e innovación científico-tecnológicas del país, compromiso que fue interpretado en EE UU como señal de luz verde al espionaje militar e industrial. Los ciberataques ya se consideraban una amenaza mayor para la seguridad nacional que el terrorismo. De ahí, la pertinencia del uso que hace Trotter del concepto de tecno-orientalismo para describir las relaciones político-económicas entre Oriente y Occidente de hoy en día.

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