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Reserva natural

'El condominio' rescata del olvido a Stanley Elkin, un francotirador de la literatura norteamericana

Oscurecida por popes y luminarias de la talla de John Barth, Donald Barthelme, Robert Coover, William Gaddis y William Gass, algunos de los grandes francotiradores de la literatura norteamericana de la segunda mitad del pasado siglo, tanto la obra como la figura de Stanley Elkin han permanecido en un segundo plano no sólo dentro de las fronteras de su país, sino por lo que atañe al reconocimiento de su trabajo entre lectores no estadounidenses. Un vistazo al ISBN nos informa de que, entre la feliz decisión de La Fuga Editorial de publicar El condominio y la única obra hasta la fecha traducida de Elkin a nuestra lengua, El no va más, han transcurrido nada menos que veintisiete años. A día de hoy, las dos novelas capitales de Elkin, George Mills y Mrs. Ted Bliss, ambas merecedoras de uno de los premios más reputados de las letras norteamericanas, el National Book Critics Circle Award, permanecen inéditas en español.

Concebida como clausura de un ciclo de tres novelas aparecidas en 1973 bajo el rótulo Searches & Seizures, el impacto de El condominio es tanto mayor en la medida en que opera sobre dos registros que no resulta sencillo conjugar en una única historia, drama y comedia, puestos ambos al servicio de una peripecia con visos hiperrealistas (la recepción por parte de un hombre de mediana edad de una herencia a la muerte de su padre) que se transforma en una especie de retablo de las maravillas. La conjugación de este espectro de lo inesperado en un marco absolutamente preciso (una urbanización de clase media alta en el Chicago de los años 70) es uno de los dos grandes logros de El condominio, pues inserta al lector, sin posibilidad de escape, en las coordenadas de una historia con texturas y superficies reconocibles, al tiempo que lo precipita en un mundo cuya lógica, completamente endogámica, convierte cada suceso en el hito de un extraño ecosistema del pensamiento y la sensibilidad.

La segunda gran cualidad de El condominio es su personaje principal, el siempre gárrulo, a veces perspicaz, a menudo hilarante, ineludiblemente judío Marshall Preminger, conferenciante fracasado, doctorando ad perpetuam, virgen confeso y adalid del decoro, cuyo desembarco en las Harris Towers, autoproclamado gueto de una comunidad tan adinerada como envejecida, sacudirá algo más que una existencia absurda.

La llegada de Preminger a esta reserva natural desencadena afectos, sospechas e inesperadas empatías. Elkin despliega aquí su talento para los juegos de la ironía y la introspección. La sutileza del artefacto narrativo alcanza entonces sus mayores logros, no sólo en episodios hilarantes, como el de la reconversión de Preminger en socorrista o el del elenco burocrático que el condominio ha instrumentalizado para mantener ocupados a sus habitantes, sino en los propios aspectos formales de la narración, que con sutileza se ha abierto como un ensayo a propósito de la noción de casa como segunda piel y se cerrará brutalmente como una página truncada de ese imposible texto acerca de nuestros hogares entendidos como cáscara y tegumento.

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