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AMALGAMA

El arte de Domingo Montesdeoca

Los arquitectos no pueden evitar la tensión a la que les someten las crudas líneas y sus cuantificaciones y cálculos de estructuras y espacios, y necesitan soltarse por los opuestos mundos de la abstracción

En junio de 2009, en pleno inicio de la crisis económica global, que afectó especialmente a la construcción, el arquitecto y pintor Domingo Montesdeoca (su alias artístico) expuso por primera vez su obra pictórica en el espacio de la histórica casa Montesdeoca, en Vegueta. Los avatares de la vida cotidiana lo habían catapultado a escudriñar por los caminos del arte. Y en una presentación que pareció un regressus ad uterum respecto a los viejos tiempos de la Galería Vegueta, la que tiene el tronío de haber sido la que dio salida a la creatividad de momentos en los que se venía del totalitarismo a la libertad, estaban presentes dos históricos gestores del arte, Nano Doreste y Gaviño de Franchy. Si analizamos la cuestión yendo a la producción artística, el elemento esencial que saltó a la vista fue una paralela regresión casi psicoanalítica en el ejercicio del arte, puesto que Domingo R. Montesdeoca, y tantos otros arquitectos, no pueden evitar la tensión a la que les someten las crudas líneas y sus cuantificaciones y cálculos de estructuras y espacios, y necesitan vitalmente soltarse por los opuestos mundos de la abstracción. Domingo R. Montesdeoca me explicaba que habiendo hecho figurativismo en sus inicios, notaba que esa forma expresiva tiene límites, y afirmaba que la abstracción es lo que le permite introducirse en un universo sin límites. La pura linealidad constreñida en espacios vectoriales de tres ejes ortonormales, a pesar de posibilitar infinitos movimientos y formas, perfectamente conocida por el artista arquitecto, no resulta tan liberadora como la introducción en el mundo de colores que, al fin, produce el espejismo de escapar a la tiranía de lo ortonormal. Masa, volumen, peso, estabilidad, son proscritas en favor de texturas o espacios informes que rompen o detienen la luz. El clásico que comenzó a experimentar con estas huidas de lo figurativo fue Piet Mondrian, quien entró en las procelosas aguas de lo abstracto para llegar a un geometrismo-abstracto en el que quiso aprehender la estructura básica del universo, una "retícula cósmica" presente en los colores primarios, en su intento de mostrar que el arte no debe ser figurativo, ni realista, sino un acto indagatorio en lo subyacente. Lo primero que hace el homínido preculturales construirse un habitáculo, una casa, luego pinta, más tarde esculpe. Será quizá por ello que el arquitecto tiende casi siempre a pintar o esculpir. Mondrian pasó de árboles y casas a especies de tintes de Rorschach que surgieron hasta apoderarse de todo para, luego, dar paso a la abstracción geométrica y la eficiencia de los colores. Ante la catástrofe semántica a la que ha abocado el arte actual llevado del postmodernismo, de la instalación, y del uso de la tecnología como medio que relega al fin, es lógico que algunos, en la época en la que empezó Domingo R. Montesdeoca, hace seis años, vieron que parece existir un "rebrote maduro de la abstracción en ámbitos minoritarios pero significativos de la cultura arquitectónica". Domingo lo vio y fue uno de sus exponentes, y en todo este tiempo él, su hermano el jurista Fernando y Manolo Tena, el músico, mantenían gruesas discusiones acerca de si ese retorno a la abstracción era fructífero o era nostálgico. La discusión ha quedado truncada porque Domingo ha fallecido. Ahora el arquitecto y pintor Domingo Rodríguez recorre la estructura del túnel final en busca de la abstracción de la luz definitiva.

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