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El bulevar de los sueños rotos

La editorial Pálido Fuego publica la novela 'Zeroville' de Steve Erickson, adaptada recientemente a la pantalla por el actor y director James Franco

El bulevar de los sueños rotos

Hacía tiempo que no leía una novela sobre el mundo del cine desde dentro, desde fuera, desde todos los ángulos, que me reportase tal cantidad de información nueva, inédita y sorprendente, demoliendo a su vez muchos mitos y juicios desacertados sobre actores y directores, como Zeroville (Pálido fuego) de Steve Erickson, cuya reciente adaptación al cine ha sido dirigida e interpretada por James Franco. Zeroville, escrita en 2007, pero no publicada hasta ahora en España, ocupa un lugar de honor entre las obras preferidas por los lectores que también son espectadores: El último magnate de Francis Scott Fitzgerald, Como plaga de langosta de Nathaniel West, Luces de Hollywood de Horace McCoy, Moviola de Garson Kanin, Un estilo de vida como cualquier otro de Darcy O'Brien (hijo del actor George O'Brien y la actriz Marguerite Churchill), o El desencantado de Budd Schulberg.

El protagonista de Zeroville, Ike Jerome, apodado Vikar, abandona su Pensilvania natal rumbo a Hollywood (antes de llegar hace una parada para afeitarse la cabeza y tatuarse las imágenes de Elizabeth Taylor y Montgomery Clift en una escena de Un lugar en el sol de George Stevens), sin saber muy bien si Hollywood existe o no existe. Por supuesto, está más inclinado a pensar que existe, aunque en sus primeras horas en Los Ángeles le sorprende que no haya estrellas de cine caminando por Hollywood Boulevard, pero, sobre todo, que haya "gente incapaz de reconocer la diferencia entre Montgomery Clift y James Dean, incapaz de reconocer la diferencia entre Elizabeth Taylor y Natalie Wood".

La novela se abre con un epígrafe de Josef Von Sternberg (director de El ángel azul, La Venus rubia y Capricho imperial): "Creo que el cine ya estaba aquí desde el comienzo del mundo". El cine está en la cabeza de Vikar desde su nacimiento, o al menos desde que decide huir de un padre autoritario y calvinista, que cree que "los niños son la manifestación del pecado que ensució el mundo con la semilla del placer", para convertirse en "un Hijo de las Estrellas embrionario, quizá divino. [...] Los vestigios de una infancia previa le abandonan como dimensiones. Vikar se dice, he encontrado un lugar donde Dios no mata a los niños sino que Él mismo es un Niño".

En los meses siguientes a su llegada a la meca del cine, Vikar se gana la vida trabajando como empleado de mantenimiento en el hotel Roosevelt, donde comparte el ascensor con el fantasma de D.W. Griffith, y más tarde construyendo decorados para los estudios Paramount, gracias a sus estudios de arquitectura abandonados a los veinte años, no tanto para abrazar el sueño de Hollywood, como para escapar de una niñez donde la religión era el centro gravitatorio de su existencia como después lo serían las películas, en especial Un lugar en el sol: "Esa película es como un fantasma. La ves a solas y te conviertes en la cosa o persona acosada por ella. [...] Una vez Cassavetes me contó que fue a ver Un lugar en el sol cuando salió. Le exasperó tanto que volvió a verla al día siguiente y luego a diario durante una semana, hasta que se dio cuenta de que le encantaba. [...] Sigue siendo la misma película, pero es como si pusiera algo en movimiento, alguna percepción que no sabías que podías percibir".

Ya instalado en Hollywood, y una vez superado, que no resuelto, el problema moral de establecer la frontera entre el bien y el mal, lo que hace que a veces se comporte como un autista, los dos opuestos que ahora le preocupan a Vikar son el sexo y el amor (dentro y fuera de las películas), una problemática que no logrará superar ni resolver a lo largo de toda la novela, en la que va dándose de bruces con actrices en ciernes, ladrones de poca monta, prostitutas, rebeldes españoles, músicos punks y montadoras de cine veteranas como Dorothy Langer, quien le pone al corriente del negocio del cine en la actualidad: "Hay gente de tu edad que acaba de entrar en el negocio y que dentro de cinco años estará dirigiendo la Paramount, y también Warners, Columbia, Fox y MGM, las cuales estarán en manos de empresas que no tienen nada que ver con el cine, sin tener ni idea de quiénes son Minnelli o Preminger, o sólo lo bastante ilustrados para pensar en Liza cuando pronuncies el nombre de su padre".

Lo mejor de Zeroville, además del inevitable y agridulce romance de Vikar con Soledad Paladín (personaje inspirado en la actriz española Soledad Miranda o Susann Korda, intérprete de Las vampiras de Jesús Franco), es la descarnada radiografía que Dotty Langer hace de Hollywood de los años setenta y ochenta en la que los viejos ejecutivos no tienen ni idea de qué está pasando: "Películas de motoristas están ganando premios en Cannes [Easy Rider de Dennis Hopper] y películas de vaqueros sarasas en Nueva York a quienes les hacen mamadas en cines de mala muerte están ganando Oscars [Cowboy de medianoche de John Schlesinger], por lo que los ejecutivos de arriba lo bastante viejos para ser mi abuelo, lo cual implica que hablamos del Amanecer del Hombre, se ven sumidos en una especie de demencia cultural. En sus últimos años mi madre, cuando tenía ochenta y tantos, despertaba a las cuatro de la mañana y se preguntaba por qué estaba tan oscuro a las cuatro de la tarde. El proceso de razonamiento mediante el cual adviertes que no pueden ser las cuatro de la tarde sino las cuatro de la mañana se le había averiado. Eso es lo que está pasando con estos caballeros".

El vacío artístico evidente en el Hollywood de finales de los años 60, cuando tiene lugar la novela, permitió a cineastas jóvenes como William Friedkin, Brian De Palma, Paul Schrader o John Cassavetes, instaurar una nueva forma de hacer cine, donde no tenía cabida el romanticismo. Del viejo Hollywood sólo quedaban las criptas y los cementerios de Los Ángeles: "Marilyn Monroe está enterrada en el Westwood y Bette Davis está enterrada en Burbank junto a Fritz Lang y Buster Keaton; en la tumba de Bette, bajo su nombre, Vikar habría esperado leer la inscripción, 'No pidamos la luna, tenemos las estrellas [de La extraña pasajera]. En cambio, pone: 'Eligió siempre el camino difícil'. Vikar no va a las tumbas para rendir honores. Él rinde sus honores en la sala de cine. Va para intentar, inútilmente, captar el sentido de una revelación que le inquieta y no es capaz de expresar".

Zeroville es el retrato más terminado de Hollywood, su mejor carta de presentación para quienes no hayan leído las otras novelas mencionadas más arriba, un balance de cien años de sueños en blanco y negro y en technicolor. La fuerza de Erickson reside en su habilidad para compaginar palabras e imágenes aparentemente inconexas y convertirlas en un rompecabezas rebosante de apasionantes conexiones. Decía Adolfo Boy Casares que "para sobrellevar la historia contemporánea, lo mejor es escribirla". Es lo que ha hecho Erickson, contar la historia de Hollywood desde el minuto cero: "Las películas están en todas las épocas, pero las personas no". Libro recomendable a todo cinéfilo, y el que no, ya puede ir corriendo al videoclub a sacar algunas de las películas de las que se habla, como Un lugar en el sol, La extraña pasajera, De amor también se muere, Casablanca, Pasión de los fuertes o Río rojo, porque no sabe lo que se está perdiendo.

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