La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

La larga noche oscura y la luz de la nueva abstracción

Obra de Juan Antonio de la Nuez. LA PROVINCIA / DLP

Cuánto me alegro de poder empezar a hablar de la nueva obra de Juan Antonio de la Nuez partiendo de un cuadro negro, o para ser más concreto, de un cuadro de planos negros sobre una noche negra-azul, de un contra paisaje, de una noche pictórica, oscura para llegar a la luz, como los versos de San Juan de la Cruz, que lo prologan y presentan. Ojalá salgan más cuadros negros de su pincel que nos ofrezcan el enigma del umbral y de la conciencia en su más temeroso y radical viaje hacia la luz, que es el del alma: ¿recuerdan el alma y cuándo la perdimos? Ya ni siquiera hablamos de ella. Pasan demasiadas otras cosas simultáneamente, somos ovejas que aceptan la multiplicidad perenne de la imagen y de la información, las dos son la misma cosa. Creo, por otra parte, salvando su originalidad y excepcionalidad, que este lienzo antesala se relaciona y conecta con la otra dimensión no evidente o menos evidente de la historia artística de la Nuez. La oscuridad lo ha acompañado, a él, el médico psiquiatra que ha vislumbrado las oscuras aguas de la patología, y la duda, y el desánimo, y el conocimiento biológico e íntimo de nuestra fragilidad.

Pero le ha dado siempre la vuelta, y la ha manifestado como luz. La luz que mágica y creadora sale de la lámpara del genio en su cuadro La musa o la plena luz en que habita su homónimo ángel, su cuadro Ángel de luz. A lo largo de su vida como pintor hay continuas evidencias de introspección crítica, de melancólico ensimismamiento, de pérdida de confianza en los héroes y los mitos, del conocimiento de cuán dura es la tierra y del agricultor que le arranca sus frutos. Evidencias que han surgido en sus retratos de hombres y mujeres del campo, de sueños rotos de la infancia y la juventud, de héroes clásicos que agonizan en los prados, y de bodegones que expresan la sobriedad del alimento justo. Todo esto, no sé si el artista es consciente o no de ello, seguro que sí, evita que sea un burgués más. No estamos aquí para congratularnos vanamente.

Acompañan al gran paisaje oscuro negro-azul, donde las sombras se adensan en placas o nubes negras, como concreciones del miedo, cuatro dibujos gestuales. No encontramos en ellos ningún signo claro, aunque la voluntad del signo los subyace. Tienen la rapidez gestual del dibujo japonés, de cuya técnica parten, y alumbran una dialéctica en dos colores, negro y azul también. Cada color genera formas y energías distintas, el negro marca zonas e hitos, el azul responde al aire y a la atmósfera. Elaboran visiblemente las tensiones de la noche oscura, trascendidas mediante el icono, concretadas en la lengua paralela del arte, como los versos de San Juan.

Aledaños a este gestualismo espiritual, ya controlado y cultural, hay sendos cuadros grises, superficies dinámicas de color, que sirven de fondo a pulsiones pictóricas, quizás imágenes almacenadas de hojas y flores, o a sus efectos físicos, que existen en un negativo que guarda el cerebro y se hace remota copia de lo percibido. La abstracción del pintor es una exploración sintética de la luz y el color a través de la variación cromática, de sus escalas intrínsecas y una recreación morfológica de la memoria esencial de cada forma natural y de su efecto.

Los nuevos senderos abstractos de la Nuez nos proponen una experiencia paisajística porque implican al espectador, por su tamaño y sus recursos ilusionistas (la pintura sea concreta o no siempre será pintura) en una experiencia exterior profunda interiorizada a gran escala. Me hacen pensar, aquellos que son más puros y tienden a lo monocromático, en los horizontes vibrantes de Rothko, en que el color se convierte en una mística de lo visible y sensorial. Sobre fondos o colour fields, campos de color, actúan en suspensión dinámica, puntos y teselas, descomposiciones de la luz y de los tonos sobre una impresión, sobre un origen absoluto de color que es el punto de arranque del cuadro. Puntos blancos en secuencia cromática que se varía y que ofrecen múltiples lecturas o placas de mil rojos que casi entrechocan y en su suspensión generan un mosaico tan vivo e intenso que nos devuelve a la emoción primera, al arrebato de la visión natural. Qué sean flores en un campo, un prado de amapolas post pos-moderno, o mil reflejos de luz, poco importa. Lo importante es que cada obra encierra una experiencia distinta que se siente en sus propios términos.

De la Nuez ha sido un paisajista muy consciente de los límites del cuadro, y los ha enmarcado visualmente a priori centrándose en un ejercicio concreto, sean sus campos moyenses conjugaciones de frutas o armonías geométricas que exhiben su peculiar trabazón naturalista. La visión del pintor, el otero de su jardín, los muros que definen la contemplación, aparecían pintados en la década de los 90, como alféizares y pretiles. Ahora, la plasticidad y la visión son enteramente libres, y no las limitan obsesivas lindes históricas. Hay un nuevo caos, un desorden en la transición a estas dimensiones, y un adiós a retóricas que cumplieron una función. El vértigo de estos lienzos es la garantía de su libertad artística, así como su deseo de absorbernos en su celebración estética, quizás ligada a una suerte de filosofía sencilla de la naturaleza, pero esencialmente visual y depurada.

Compartir el artículo

stats