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Agallas

Sajalín edita 'La educación de un ladrón', las memorias de Edward Bunker, novelista y delincuente

Agallas

El verdadero valor no se mide por el éxito alcanzado, sino por el empeño que alguien pone en aquello que hace. A Edward Bunker (1933-2005) no le hizo falta esperar a estar muerto para conseguir que le reconocieran sus esfuerzos, pero a alguien que es capaz de escribir seis novelas a lo largo de veinte años -diecisiete de los cuales pasó en las prisiones más famosas de California (San Quintín, sobre todo, y también Folsom)- para ver cómo le rechazan cada una de ellas y aún así tiene las narices de terminar una séptima -No hay bestia tan feroz-, hay que reconocerle que es un tipo con agallas.

La educación de un ladrón, las memorias de Edward Bunker, era uno de los pocos libros suyos que se podía encontrar en castellano antes de que la editorial Sajalín nos tradujera su obra completa. Y en buena medida leer estas memorias es como ir paseándose por tramos de sus novelas: las escenas en los centros de menores nos llevan a Little Boy Blue; las de la cárcel a La fábrica de animales; la libertad condicional, con la recaída en la planificación y ejecución de delitos -aquello para lo que Bunker demostró tanto talento como para la escritura a lo largo de buena parte de su vida, y por lo que se le reconoció antes- nos llevan a No hay bestia tan feroz; la violencia de algunos pasajes a Perro come perro; y a Stark, en fin, el glamur, su gusto por los coches deportivos, las mujeres, las drogas y el lujo. Incluso su amistad con Louise Fazenda Wallis, esposa del todopoderoso productor Hal B. Wallis y proverbial benefactora del joven delincuente, conecta con pasajes de su obra de ficción, íntimamente ligada a su biografía y a la vez contundente, madura e incuestionablemente valiosa en sí misma.

Bunker fue un niño rebelde y un joven peligroso que pronto eligió en su disyuntiva vital, como nos hace saber al final de estas memorias: "Ya hacía mucho tiempo que había decidido, o reconocido, que triunfaría como escritor o sería un proscrito. Al tomar una decisión tan inequívoca, me marqué un camino de perseverancia y solo gracias a esta determinación, a esta obstinación, salí adelante. Imaginaos: una persona con la educación primaria sin terminar que deseaba ser un escritor serio y conseguirlo sin ayudas ni estímulos. De hecho, el psicólogo de la cárcel lo calificó de 'otra manifestación de fantasía infantil'. Sin embargo, cuando vi mi primera novela llevada al cine, la segunda ya publicada y la tercera casi acabada, creí haber triunfado".

Y sin duda, con algo de ayuda y más oportunidades que la mayoría de la gente que formaba parte de su mundo -no todos tuvieron una señora Wallis-, Edward Bunker triunfó a base de echarle agallas: "Yo solo robaba dinero, y dejé de hacerlo tan pronto vendí mi primera novela (?). Prefería arriesgarme a volver a prisión antes que aceptar un empleo en un túnel de lavado de coches o una carrera de pinche de cocina. No tengo nada contra tales trabajos pero, simplemente, no eran para mí". "Los rasgos que me hicieron pelearme con el mundo son también los que me hicieron salir adelante".

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