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Los libros salvajes

Ni que decir tiene que ´Mis años Grizzly´ , publicada por primera vez en 1990, bebe del legado ecológico de Thoureau

Los libros salvajes

Confirmado: Errata naturae es punto y aparte. La editorial madrileña ha conseguido que cada uno de los libros del escritor y naturalista americano Henry David Thoreau que ha venido publicando en los últimos años (Walden, Musketaquid, Cartas a un buscador de sí mismo y Un paseo invernal) sea un best-seller en nuestro país, y esto ciento cincuenta años después de su muerte. Los editores de Errata naturae repelen la frialdad y abstracción posmoderna, prefieren la vitalidad y la euforia. Para demostrarlo, acaban de lanzar una colección de libros salvajes bajo la salvaguarda de Thoreau: "Todo lo bueno es libre y salvaje". El primero de los libros salvajes ya está en las librerías, Mis años Grizzly de Doug Peacock, y anuncian para noviembre el segundo, Tristeza de la tierra de Éric Vuillard, finalista del premio Goncourt de 2014.

Ni que decir tiene que Mis años Grizzly, publicada por primera vez en 1990, bebe del legado ecológico de Thoreau, aunque la delicadeza campestre de Walden deja paso aquí a un territorio salvaje, narrado con la sucia belleza de quien se revuelca por el barro. Sabiendo que debía medirse con la obra de un genio, Peacock se embarcó en una obra limítrofe con todo y que me aspen si no ha logrado algo maravilloso con su apasionante relato de los años que vivió junto a los osos grizzlies en las tierras altas de Yellowstone. Mis años Grizzly resulta única, entre otras razones, porque su narración es tremendamente visual (si fuera una película, sería la mejor que has visto); Peacock es uno de los genios en la sombra del activismo ecológico de nuevo cuño.

Peacock y Thoreau, en todo caso, comparten la misma curiosidad por la naturaleza, "el estallido de imaginación que el rastro de un lobo o un puma podían evocar", a lo que se va sumando las cascadas de los arroyos, el viento y el aguanieve, a modo de color. A medida que transcurre la narración, el relato de Peacock se vuelve dantesco, al punto de convertir su experiencia en las tierras salvajes en una metáfora de los dos años que pasó en Vietnam: "A diferencia de la mayoría de soldados americanos, a mí me gustaba Vietnam, pues llegué a algunas zonas salvajes antes de que lo hiciera la guerra. [...] Sin embargo, la guerra siempre llegaba. Al final, había lugares de Vietnam que odiaba como ningún otro sitio del planeta. Los túneles encabezaban esa lista: eran la entrada a un tipo especial de infierno".

En Mis años Grizzly, Peacock hace por los osos pardos lo mismo que hizo Herman Melville por las ballenas en Moby Dick, un monumento literario que, en su caso, prescinde de las discusiones metafísicas para ocuparse de la aventura sin más, sin necesidad de heroísmos a lo John Rambo: "Conviene explicar una cosa: aunque tengo mis problemas, no estoy enamorado de la muerte. Toparse con un grizzly o acercarse a él es una estupidez, y rara vez lo hago deliberadamente. Sin embargo, ésa es justo la pifiada que tiendo a repetir". No la pifien, olvídense del último premio Planeta y lean Mis años Grizzly. En cualquier caso, yo estoy demasiado enamorado del libro de Peacock como para tener ojos para nadie más.

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