La Provincia - Diario de Las Palmas

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El poder y sus miserias

La prueba más elocuente de que El Padrino se quedaba corta en su afán por erigirse en un grandioso fresco sobre las miserias del poder en la América del siglo XX es que Coppola decidió prolongarla con otras dos entregas, cuyas poderosas imágenes y cuyos agudos e inteligentes diálogos enriquecen, matizan e intensifican las reflexiones apuntadas en la primera. Todos los personajes que aparecen o, simplemente, se citan en la película fundacional de la saga, encuentran su plena justificación en las dos siguientes. El lado más oscuro de la sociedad estadounidense, generadora en parte de esa especie de fuente de supervivencia en la que se ha convertido el crimen organizado en una de las democracias más antiguas del planeta, es mostrado con toda suerte de detalles en esta genial trilogía, desvelando constantemente sus costuras y, sobre todo, poniendo en evidencia sus estrechos vínculos con ciertas estructuras de poder urdidas al margen del Estado, desde las instancias políticas y financieras más insospechadas.

No hay por tanto un solo aspecto de esta compleja y atrabiliaria madeja de intereses, ni la mismísima Iglesia Católica, que escape al afilado bisturí de Coppola en su intento por trascender más allá de la dinámica criminal que alimenta el relato y poner el dedo acusador en la tupida red de complicidades que hacen posible la existencia de una organización criminal tan abominable. Apoyado por la solvencia técnica de Gordon Willis, probablemente junto con Vittorio Storaro el mejor director de fotografía de las últimas cuatro décadas, el autor de Rebeldes (The Outsiders, 1983) captura con su cámara toda la sordidez y tragedia que embargan el universo familiar de los Corleone a lo largo de más de seis horas en medio de un explosivo festín de imágenes que, como los dramas de Shakespeare, la literatura de Faulkner, los lienzos de Degas o la arquitectura del Duomo de Milán, forman ya parte del patrimonio cultural universal.

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