La Provincia - Diario de Las Palmas

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CONTRA LOS PUENTES LEVADIZOS

Amistades femeninas

Dos amigas victorianas. LA PROVINCIA/DLP

Con la reciente publicación de la novela La tierra de los abetos puntiagudos, de la escritora americana Sarah Orne Jewett (1849-1909), la editorial Dos Bigotes viene a reparar una injusticia histórica, rescatando del olvido a quien tuvo el don de la poesía, el lenguaje del alma, el arte de escuchar, que han hecho de su literatura (A Country Doctor, A Marsh Island, A White Heron, Strangers and Wayfarers, The Tory Lover) uno de los universos narrativos más personales de su país. Hasta La tierra de los abetos puntiagudos, Orne Jewett fue considerada una escritora para mujeres. Pocos supieron ver el talento que hacía falta para conciliar en una novela tres componentes esenciales: sencillez, intensidad y emoción.

La tierra de los abetos puntiagudos trata de la soledad. Todas las novelas tratan de algún modo de ello, pero ésta lo hace de una manera, digamos, deliberada. Y trata también de la amistad. Diversos estudios han concluido que la percepción masculina y femenina sobre la amistad es muy diferente. Mientras que los hombres se relacionan con sus amigos a través de actividades, las mujeres lo hacen con las suyas por medio de la conversación. Las mujeres son más intensas en sus relaciones y los hombres menos dependientes. Algo de esto hay en esta "pequeña y hermosa obra maestra", como la definió Henry James, en la que algunos han querido ver una novela en clave sobre los llamados Boston marriage (Matrimonio de Boston), expresión surgida en el siglo XIX para describir a las parejas formadas por dos mujeres que vivían juntas de forma independiente.

Sin embargo, nadie que lea La tierra de los abetos puntiagudos, en la magnífica traducción de Raquel G. Rojas, necesita una clave para saber a quienes pretenden representar los personajes principales. La narradora es la propia novelista que vuelve a la pequeña localidad costera de Dunnet Landing, en Maine, después de una breve visita años atrás, para acabar de escribir una novela. Al llegar, se hospeda en casa de Almira Todd, una mujer que siente una verdadera pasión por las hierbas que cultiva ella misma en un huertecillo ("La señora Todd pisaba el tomillo y su aroma se hacía notar entre todos los demás. [...] Siempre sabías cuando andaba por allí, incluso si aún estabas medio dormida por la mañana"), con la que establece una fuerte relación de amistad.

Toda narración regionalista, dentro de la cual se acomoda sin fricciones la obra de Jewett y, en concreto, en aquella en particular que explora las posibilidades que la vida de las zonas rurales ofrece a quien busca unos instantes de solaz y plenitud, se juega el tipo en su capacidad de seducción o, lo que es lo mismo, en su habilidad descriptiva y su evocación emocional, bajo la que corre, subterráneo y callado, el tono verdadero de cada voz y cada rostro. "Yo oigo a tu gente", le dijo a la autora en cierta ocasión William Dean Howells. Confieso que la primera vez que leí la novela, hace bastante tiempo ya, en una edición universitaria, fui incapaz de escuchar esas voces. Y, sin embargo, ahora las escucho incluso después de haber cerrado el libro. Ideal para hastiados del mundanal ruido.

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