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poesía

Bousoño y la casa de la incertidumbre

Escribió una lírica alejada de las consignas de las escuelas que han dominado el panorama literario español, y fue un brillante teórico y polemista

Bousoño y la casa de la incertidumbre

Al escritor Carlos Bousoño, que falleció el pasado sábado en Madrid a los 92 años, no le faltaron reconocimientos durante su larga vida. Obtuvo algunos de los grandes galardones con que se suelen reconocer la excelencia literaria y la labor intelectual: del premio de la Crítica, al Nacional de Poesía y Ensayo, el Nacional de las Letras y el "Príncipe de Asturias". Y sin embargo, pese al innegable interés y calidad de su obra lírica, que él mismo acotó en dos grandes etapas muy distintas entre sí en cuanto a su formulación estilística, su influjo como poeta ha sido mucho menor del que ha tenido como teórico y ensayista dedicado a esclarecer qué es esa materia verbal a la que llamamos poesía, sus procedimientos.

Bousoño reunió sus poesías completas en 1998 bajo el título de un poemario que había publicado ya en 1946, Primavera de la muerte. Una noción atravesada de opuestos que no se excluyen, como otra muy de su gusto, la de "la nada siendo". Fueron formuladas o explicadas por él mismo y son nucleares en una obra de filiación existencialista, metafísica, en la que los temas principales son la angustia ("hice de la angustia mi casa") y la celebración de la vida como proyecto en marcha. Pero en aquella fecha (había publicado Metáfora del desafuero en 1988 y El ojo de la aguja en 1993), Bousoño era ya más una figura respetada por sus muy sugestivos estudios y planteamientos -de Teoría de la expresión poética a El irracionalismo poético (El Símbolo) o Superrealismo poético y simbolización- que un poeta influyente en las mutaciones y polémicas que vivió la poesía española posterior a la muerte de Franco, en 1975. Sus dos libros más importantes y personales son, precisamente, de unos años antes: Oda en la ceniza, de 1967, y Las monedas contra la losa, de 1973.

Si el teórico y ensayista es aún una referencia para los interesados en los estudios de poética (René Wellek llegó a referirse a Bousoño como el autor que más le interesaba en Europa), el poeta ha tenido muy distinta suerte y no ha gozado del mismo apoyo de lectores y críticos que autores como José Hierro o Blas de Otero, por no hablar de los de la llamada "Generación del 50", de Jaime Gil de Biedma a Claudio Rodríguez, pasando por José Ángel Valente o Ángel González. Mi opinión es que la poesía de Bousoño, de gran altura en muchos pasajes, ha permanecido en una tierra de nadie, propia y singular. Su voluntario alejamiento de las corrientes líricas más seguidas a lo largo de los últimos tres cuartos de siglo, excepción hecha de los versos de cuño religioso que escribió en los años de posguerra ( Subida al amor, por ejemplo, de 1945) le han dejado fuera de las grandes canonizaciones, si me permiten el término.

Sólo siete años más joven que Blas de Otero (1916) y seis mayor que Gil de Biedma (1929), por referirnos a dos poetas centrales de sus respectivas generaciones, Bousoño comulgó mal con las consignas literarias (la poesía social, el realismo crítico, el posterior "venecianismo"...) que le tocó escuchar, salvo con las que él mismo elaboró y de las que hizo caballo de batalla en célebres querellas, como la de la poesía como comunicación. "Por el contrario, mi poesía cantó, en todo momento, desde supuestos distintos y se propuso otras metas", escribió en la fundamental introducción que puso a la Selección de mis versos, volumen publicado por Cátedra en 1982 en el que registra algunas ideas sobre el poema: "En poesía puede haber aparentes conceptos, pero no auténticos conceptos". Y más: "Las verdades han de perder, en el poema, su pragmatismo". Y donde también da pistas sustanciales sobre los intereses que vertebran su obra: "Yo no vengo hecho al mundo; tengo, por tanto, que hacerme y responsabilizarme de un proyecto de vida, lo que supone una elección ética, pero toda libertad -libertad de elegir- lleva adosada una carga de angustia. De ahí la búsqueda de alguna certidumbre y el sentimiento religioso".

Después de Invasión de la realidad, publicado en 1962, se produce un cambio en la poesía de Bousoño, quien ha confesado alguna vez el peso que tuvo en su juventud (perdió a su madre cuando tenía diez años) la tutoría de una "vieja tía abuela". Hasta ese libro, Bousoño es un poeta de dicción clásica ("una determinada emoción encarnaba en un ritmo", ha explicado). Pero su manera de escribir poesía cambiará, como hemos dicho, con Oda en la ceniza y Las monedas contra la losa. Son dos volúmenes en los que el versículo (el poema es, a veces, una sola y larga frase) se convierte en el instrumento para desplegar su arsenal metafórico o simbólico. Son los años en los que triunfa el brillante culturalismo de algunos de los llamados "novísimos" (Gimferrer había publicado Arde el mar en 1966). Bousoño ha escrito siempre desde ángulos distintos a los que estaban de moda. Cuando publica Metáfora del desafuero, en 1988, y El ojo de la aguja, en 1992, libros con muchas claves metapoéticas, se consolida en España una lírica de línea clara, figurativa, con un regreso a los ritmos y estrofas clásicos, muy alejada de los intereses del asturiano.

Esa sostenida desconexión de Bousoño con las corrientes poéticas españolas de mayor aceptación en su tiempo ayuda a explicar el desdibujamiento progresivo de su figura, pese a los grandes premios y a las sucesivas revisiones y ediciones de un estudio tan notable como Teoría de la expresión poética. Y eso que Bousoño, académico de la Lengua y brillante universitario (durante años fue elegido como el mejor profesor de la Complutense) apoyado por Dámaso Alonso y Vicente Aleixandre, tuvo un papel teórico principal en una de las polémicas más intensas y extensas que ha vivido la poesía española. Defensor de la definición de poesía como comunicación, siguiendo ahí a Aleixandre, debatió a fondo en favor de su posición frente a otros, como Carlos Barral o Gil de Biedma, que consideran esa idea como una "simplificación peligrosa". "La palabra comunicación me parece la más justa para dar nombre a esta coincidencia de autor y lector en el modo de percibir un significado", afirmó en su ensayo más conocido.

La modernidad de Bousoño está en su concepción de la labor poética como "modificación de la lengua" y de las relaciones entre los signos. En Metáfora del desafuero incluye un texto, "Llegada a la ambigüedad (El poema)", en el que habla de la poesía como "casa de incertidumbre, / donde todo significa otra cosa, nada tiene su precio y hay tasadores nómadas". La historia de la literatura es también la de una larga sucesión de desencuentros y reencuentros. La poesía de Bousoño aguarda.

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