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AMALGAMA

Curzio Malaparte

El régimen democrático español ha cumplido una etapa de 40 años igual que lo cumplió la etapa autoritaria del franquismo, y por propia naturaleza eso señala un final de ciclo

Entrando en la recta final de las inminentes elecciones, un partido político que recogió en su momento la asfixia ciudadana por los abusos de la partitocracia clásica española, ha propuesto en boca de su líder un cambio constitucional de cuatro grandes acuerdos: a) modificación de la ley electoral que suprima flagrantes desigualdades; b) independizar la judicatura; c) garantizar constitucionalmente vivienda, educación y sanidad; d) prohibir aforamientos y puertas giratorias a los políticos. Tales propuestas son, en efecto, discretas y admisibles desde un punto de vista del "communem sensum". Estas propuestas incorporan una quinta, el dar carta cabal al denominado derecho a decidir, que trae el germen de la desaparición del ente que se quiere salvar, el estado español. El régimen democrático español ha cumplido una etapa de cuarenta años igual que lo cumplió la etapa autoritaria del franquismo, y por propia naturaleza eso señala un final de ciclo. Es obvio que la incorporación de la autonomía como derecho a ciertas comunidades, históricas o geográficas, ha permitido lo que es obvio: que quieran ser independientes y, tan pronto su volumen económico y poblacional lo permitan, lo harán. El final de esta historia ha de contar con el contexto geopolítico en el que España está inserta, que es el de una Europa claudicante, rica heredera que dilapida su fortuna y está a punto de sufrir los embates del asiatismo y de los grupos salvajes del norte de África. La paz es algo que, como el desarrollo de los huracanes, puede desaparecer en un breve instante, sin que apenas nos demos cuenta. Immanuel Kant, en "Crítica del Juicio", dejaba caer que la alternativa a un gobierno determinado no es una revolución sino un golpe de estado. En dos regímenes históricos podemos ver que la incorporación de tiempos en los que la carta magna decaiga temporalmente podía garantizar una continuidad que, a la vez, neutralice las lógicas decadencias cíclicas de las que estamos hablando. En la antigua república romana, el senado romano, en casos de guerra o emergencia, dotaba a un hombre de poderes absolutos durante un periodo máximo de seis meses sin que ello significara que se derogara el ordenamiento jurídico existente. Por otra parte, la constitución de Weimar, de 1919, incluía un artículo 48 que decía: "Si un país no cumple los deberes que le impone la Constitución o las leyes del Imperio el Presidente de éste podrá obligarle a ello, con ayuda de la fuerza armada. Cuando se hayan alterado gravemente o estén en peligro la seguridad y el orden públicos en el imperio, el Presidente puede adoptar las medidas indispensables para el restablecimiento de los mismos, incluso en caso necesario con ayuda de la fuerza armada". Pues quizás ésta podría ser la sexta reforma constitucional que arreglaría en el futuro algún entuerto. Es el viento de paz del que se ha disfrutado durante la segunda mitad del siglo XX lo que hace que artículos constitucionales como éste parezcan periclitados, pero esa misma sensación es la que ha llevado a pensar que los pueblos norteafricanos y del oriente medio pueden vivir en democracia, un sistema de gobierno tardo-occidental que no cala en la mentalidad jerárquica de esas culturas religiosas a las que se ha desgraciado exportándoles revoluciones de colores con cientos de miles de muertos cada una. En fin, ojalá disfrutemos de una larga paz, pero Curzio Malaparte cuando escribió su libro "La Técnica del Golpe de Estado", en 1931, fue prohibido en Alemania, Austria, Bulgaria, España, Grecia, Hungría, Portugal, Polonia, Yugoeslavia? porque si se trataba de democracias no querían un manual para revolucionarios, y si se trataba de dictaduras, tampoco querían un manual para revoltosos. Y es que el secreto de los gobiernos y los regímenes no es un tema político, sino técnico.

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