La Provincia - Diario de Las Palmas

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ARTE 40 AÑOS DE LA MUERTE DE FRANCO

El arte entre las cenizas

En la España anterior al fallecimiento de Franco moverían ficha hacia el futuro inmediato los disidentes del surrealismo y los intelectuales del grupo Altamira

En la España previa a la muerte del dictador el arte fue conquistado un territorio de libertad que en otros ámbitos era impensable. Entre las cenizas de la posguerra, fueron los restos del surrealismo los que aún permanecían candentes. En un principio y a nivel internacional, serían los artistas disidentes del surrealismo los que en 1948 fundaron, en un café de Paris, el grupo COBRA. Poco más tarde y ya en España en 1951, en Santillana del Mar, un grupo de intelectuales españoles reunidos por el pintor alemán Mathias Goeritz, haría posible la creación del grupo Altamira. Entre ellos se encontraba Eduardo Westerdahl, que había sido antes de la guerra, y junto a figuras silenciadas por el franquismo como Pedro García Cabrera y Agustín Espinosa, el elemento más activo del arte en Canarias.

El entusiasmo de Westerdahl por la Modernidad siempre fue notable. Su aportación a la publicación de Altamira, consistente en la recaudación anual de su Museo de Arte Contemporáneo en el Puerto de la Cruz, un total de tres mil pesetas, refleja bien su generosidad. Sin embargo, su mejor aportación en estos años fue el apoyo que dio a los nuevos artistas que empezaban a destacar, especialmente a un joven Manolo Millares que acababa de fundar en Las Palmas el grupo LADAC (Los Arqueros del Arte contemporáneo).

La cultura oficial era casi inexistente, y la que había era opresiva y ajena a cualquier inquietud de vanguardia Sin embargo, grupos como Parpalló en Valencia y Dau al Set en Barcelona, habían iniciado su camino desde 1948 y 49. Junto a ellos, el grupo de Santillana del Mar logró organizar el I Congreso de Arte Abstracto de Santander. Corría entonces el año 53 y en ese encuentro se conocieron algunos de los artistas que después protagonizarían la historia del arte del siglo XX, como Antonio Saura y Manolo Millares. Este primer encuentro supuso entonces un punto de inflexión en el páramo cultural de posguerra. Algo empezaba a cambiar. Como explicaba P. Alarcó, no sólo en los grandes encuentros, sino en espacios alternativos como los colegios mayores, empezaba a notarse un interés por las nuevas formas de arte:

"El Circulo Tiempo Nuevo, donde una serie de intelectuales falangistas, como Dionisio Ridruejo, intentaban dar cabida a exposiciones de artistas jóvenes, se había abierto en 1955; el Colegio Mayor San Pablo había reunido en Cuatro pintores y un escultor, 1958, obras de Canogar, Feito, Millares, Saura y Chirino; el Colegio Mayor Cisneros había organizado en 1957 Exposición de pintura abstracta, con obras de Millares entre otros."

Era una realidad, aunque apenas apenas tangible, con muy poca presencia aún en la prensa nacional y en el mercado del arte que aún se estaba empezando a recuperar de la posguerra. Sin embargo, algunas galerías como Syra en Barcelona y Clan y Buchholz en Madrid, empezaran a tantear un territorio que aún les resultaba ajeno apostando por estos jóvenes artistas. El respaldo definitivo sería dado por una mujer, Juana Mordó, que convertiría su galería en Madrid en un centro de referencia fundamental. Sería la primera en organizar una exposición con los artistas que en 1957 fundarían El Paso, aglutinados por Antonio Saura y Manolo Millares. Este grupo, que tenía como sustrato estético el informalismo, es decir la abstracción matérica, supuso una oportunidad única para estos artistas. El Paso fue sin duda un nexo de unión con el arte abstracto en un país de gustos obsoletos, y proporcionó la posibilidad real de dar visibilidad a una obra entonces incomprendida, propiciada por Juana Mordó a nivel de mercado y por Luis González Robles, peculiar mezcla entonces de comisario político y de curator, en las exposiciones en el exterior.

La necesidad real del Ministerio de Asuntos Exteriores, a quien representaba González Robles,de dar una imagen de modernidad en los circuitos europeos y americanos, se unió a varios factores entre los que debemos destacar la ausencia, o mejor dicho, la ceguera, de la censura sobre las obras de arte abstracto. Pese a que los artistas de El Paso elaboraban con su obra y sus manifiestos una crítica constante al franquismo, las arpilleras negras de Manolo Millares, los crucificados de Antonio Saura, los inquisidores de Martin Chirino y el resto de las obras de sus compañeros, no parecían para los censores tener la evidencia de lo que realmente eran: una crítica feroz contra la dictadura, algo que Valeriano Bozal comenta certeramente. De hecho, en 1958 los artistas informalistas españoles, entre ellos el grupo El Paso y Antoni Tàpìes, representaron a España en la Bienal de Venecia. El premio de ese año lo recibió Antoni Tàpies, artista también combativo y cuya obra también pasaba inadvertida para la censura. El mismo Tàpies relataba en sus memorias:

"Nos parecía que había un afán real de no divulgar por el pais aquel tipo de arte nuestro, pero me di cuenta que, inversamente, de cara al extranjero, se procuraba demostrar por todos los medios posibles que entonces en España se hacía "arte moderno". El diario ABC nos hizo un reportaje importante; pero, para nuestra sorpresa, sólo lo publicaron en la edición destinada al extranjero. Esta táctica fue apareciendo poco a poco hasta adquirir un carácter netamente oficial".

Era en esa política de cara al exterior en la que se encuadra la exposición Treize peintres espagnols, organizada en 1959 en el Museo de Artes Decorativas de París. La ausencia de Tapies y las críticas de Saura supusieron un escándalo en la época. A partir de entonces y hasta su disolución en 1963 se abriría una fractura entre los artistas de El Paso, los que optaron por abandonar la política oficial de exposiciones y los que continuaron en ella. En 1994 Rafael Canogar afirmaba: "Cuando la creación de El Paso, nunca se trató de política, pero al defender lo opuesto a las ideas tradicionales, el grupo adquirió una resonancia política. Nuestra formación política se fue confirmando de manera paralela a nuestro desarrollo como pintores".

El hecho es que la producción artística de El Paso se había situado entre los grandes grupos internacionales. Mientras en los circuitos nacionales primaba la pintura tradicional y las bienales y concursos dentro de España festejaban una pintura de tipo clasisista y amable con la burguesía de la época, los artistas informalistas exponían sin cesar en las mejores galerías y centros internacionales. En 1960 El Paso participó en estas exposiciones: New Spanish Painting and Sculpture, MOMA, N. Y.; Before Picasso, after Miró, Guggenheim, N. Y.; Ocho pintores españoles, Fundación Mendoza, Caracas; Antagonismes, Musée d'Arts Decoratives, Paris; Spanishe Kunst, Berlin; y en la Galería Biosca, Madrid .

Sólo este listado es indicativo de alto grado de reconocimiento que habían alcanzado estos artistas. De hecho, en 1962 la Tate Gallery adquiere durante ese año una obra de Manolo Millares. Sin embargo, no era tan fácil establecer criterios. Incluso para aquellos que estaban más imbuidos de la política cultural española, como algunos medios de prensa especializados, la confusión era notable. Tal y como escribía Manolo Millares a Eduardo Westerdahl en ese mismo año: "Como había otras dos exposiciones en Londres (La nueva pintura de España II. Six Contemporary Spanish Painters, Arthur Tooth & Sons Ltd. y Contemporary Spanish Painting and Sculpture, Marlborough Fine Art Ltd.) donde exponíamos nosotros (por pura coincidencia) el mundo de la prensa se ha soltado a hablar de los "gubernamentales" y los "no gubernamentales" (especialmente los diarios de Europa) y los españoles, que si nosotros somos los "rojos".

En este ambiente, el mundo al que se ceñía El Paso era interesante y enriquecedor, pero también solitario. No había mucha relación con otros grupos, aunque las vacaciones en Canarias de Millares le permitieran estar en contacto permanente con César Manrique, que había optado, tras sus años de estancia en Nueva York, hacer de Lanzarote "su mayor obra de arte". Junto a estas estancias en Canarias, la vida de estos artistas dio un giro gratificante al conocer a Fernando Zóbel, artista y mecenas de origen filipino que, en 1966, fundaría en Cuenca el Museo de Arte Abstracto. En Cuenca encontrarían también el apoyo y la amistad de Antonio Pérez, fundador de Ruedo Ibérico, una de las editoriales más interesantes y arriesgadas de estos años. Junto a ellos, personajes como Alberto Portera, médico eminente y apasionado coleccionista de El Paso, daría paso a una relación cada vez más fluida con la sociedad de estos años. Sin embargo, el compromiso político no había sido descartado. Manolo Millares firmaba en 1963 la Carta de los 102, contra la detención y la tortura de mineros en Asturias. Esto le costaría un expediente y tal como le comentaba a su hermano Agustín: "Al día siguiente vino a casa un "civil" de paisano para completar datos sobre mi persona. Me aconsejó me dedicara exclusivamente a pintar. "La política - dijo - para los políticos".

Es interesante constatar que en esos años, precisamente a mitad de los sesenta, la postura de estos artistas se encontraba consolidada pese a ser desconocidos para la mayoría del público español. También es preciso contar con una figura que, pese a surgir de la música, se convierte en uno de los artistas más importantes del arte Fluxus en España: Juan Hidalgo. En 1964, Juan Hidalgo y Walter Marchetti , que habían fundado el Grupo ZAJ, ofrecen sus conciertos - performances de silencios medidas como una partitura- , en la galería Juana Mordó. Pero también ofrecen, y esto es necesario recordarlo, un itinerario ZAJ por las calles de la ciudad, con lo que retoman la idea de la Internacional Situacionista de la calle como gran lienzo para la obra de arte. La confluencia de ZAJ con el grupo el Paso y con el artista argentino Alberto Greco supuso a mitad de la década un soplo de aire refrescante para el arte español más arriesgado. En la mitad de la década de los sesenta, pues, el arte español empezaba a llenar un vacío que, lamentablemente, no alcanzaba al resto de la sociedad. Sin embargo, ya se había puesto en marcha una maquinaria imparable. Diez años más tarde, el mismo año de la muerte del dictador, Manrique inauguraba en Lanzarote el Museo Internacional de Arte Contemporáneo. Desde sus paredes de piedra podemos contemplar, todavía hoy, la presencia estremecedora y contundente de las obras informalistas y abstractas que revolucionario el arte español del siglo XX.

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