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música 40 años de la muerte de franco

Desmadre del 75

El 'Canto a la libertad' de Labordeta compartía espacio con el despegue de Triana o el estreno de la obra 'Jesucristo Superstar'

Portada de discos de la época.

Una España de varias velocidades, a 33 y 45 rpm, de grises y colores, de rock, pop, canción ligera y de protesta. De melancolía y amores imposibles, de la vida a distinto ritmo. El ocaso del régimen franquista fue una puerta giratoria y antesala del advenimiento de las corrientes que trazarían, para bien y para mal, el devenir de la música popular en España en las décadas de los 80 y 90. Antes de que creciera la movida madrileña, que en Galicia, Barcelona, Valencia o Sevilla, despuntaran grupos con actitud de construir escena o tendencia, 1975 se asoma como un cruce de caminos donde la pantalla nacional se debatía entre la apertura que estaba por venir, o seguír en automático respecto a lo popular de años anteriores. Los últimos días del dictador y la posterior transición tuvieron su particular banda sonora, esculpida en un discurso identitario que brotaba por igual desde todas las Españas que buscaban la redención, ser una sin rencores con todas las sensibilidades musicales que el régimen había negado.

Los ecos de la canción protesta y en lenguaje del folk que alumbró la revolución por los derechos civiles en Estados Unidos, y otras tantas voces del espectro latino, de La Nueva Trova a Víctor Jara o Mercedes Sosa, se mecían con las de Joan Manuel Serrat (Para la libertad) José Antonio Labordeta (Canto a la libertad), Rosa León y Luis Eduardo Aute (Al Alba), Jarcha (Libertad sin ira), Paco Ibáñez (A galopar), Raimon (Al Vent), entre un largo etcétera. Canciones que acompañaron aquellos años como himnos de resistencia y de transición donde florecían otras músicas. En España hubo canciones en todas las direcciones. Modismos de la España en blanco y negro con atisbos de una modernidad trasgresora que asomaba mientras se fraguaba el ocaso de los dioses en el atril político.

¿Qué se escuchaba en 1975? Abonados a la canción del verano, un barrido por los éxitos que sonaban en radio y televisión aquel año en 1975 en España poco invitaba a aventurar un cambio de ciclo. La audiencia frecuentaba un variopinto mosaico de estilos donde se cruzaban Mocedades con La otra España ; Los Chichos, haciendo escuela con Ni más ni menos; Georgie Dann, dislocando caderas con El bimbó; o José Luis Perales con su insuperable verbo. Era el año de Saca el whisky, Cheli, de los inclasificables Desmadre 75. Visto y escuchado, en la práctica era un punto y seguido en lo que se estilaba en 1974 y anteriores, la antesala, donde Mocedades mandaba en las listas con el clásico Tómame o déjame; se terciaba Te estoy amando locamente, de Las Grecas; y los clásicos La fiesta de Blas, de Fórmula V, y Acalorado de Los Diablos. No faltaba Un ramito de violetas, de Cecilia, o Canta y sé feliz, de Peret.

El Canto a la libertad que pregonaba José Antonio Labordeta compartía espacio con el despegue de Triana, piedra angular del rock andaluz, o el estreno de Jesucristo Superstar, con Camilo Sesto de protagonista. El mercado internacional recibía entre los estrenos de 1975 a Patti Smith con Horses; Pink Floyd con Wish you were here, notable capítulo tras Dark Side of the Moon; Bruce Springsteen con Born to run, Led Zeppelin y Physical Graffiti, Queen con A night at the opera.

La generación que esquivó la copla y bailó desde la segunda mitad de los años sesenta con Los Brincos, Los Bravos, Los Salvajes, Módulos, Los Sirex o Bruno Lomas, Pop Tops y Canarios, asistía a un nuevo tiempo excitante en lo cultural. Atrás quedaban igualmente las voces femeninas que marcaban tendencia en la España de los 60, las chicas ye ye, y los triunfos eurovisivos. La década de los setenta comenzaba con acento canario, Libérate, de Canarios, profético himno de la banda liderada por Teddy Bautista, que los colocaba en primera línea dos años después de Get on your knees. Los grancanarios presidían el arranque de una década en la que todo lo musical se sucedería muy rápido, y hacia el final.

Canarios ponía fin a su historia como grupo en 1974, un año antes de la muerte de Franco. Ciclos, la recreación de las Cuatro Estaciones de Vivaldi, llegaba ese año, al mismo tiempo que Los Sabandeños armaban La Cantata del Mencey Loco, episodio de la conquista de Tenerife sobre el texto del poeta Gil Roldán. Ese discurso identitario, que también cobraba cuerpo en otras regiones, tendría en Canarias su máxima expresión en años venideros con el grupo palmero Taburiente, exponentes destacados de la nueva canción canaria en discos como Nuevo Cauce (1976) y Ach Aguañac (1978). Aquí se encierran piezas emblemáticas que barnizaron distintos episodios de la transición en las Islas.

El final de los setenta convertiría lo progre en antiguo de la noche a la mañana. "Madrid conectó con Londres, Nueva York y París y tomó conciencia de su pertenencia al mundo moderno" escribe el periodista Jesús Ordovás en Historia de la música pop española (Alianza, 1986), para adentrar al lector lo que supuso el advenimiento del punk y otras tantas tendencias que contribuirían a que se gestara una escena musical que cambiaría los lenguajes de la música en español hasta entonces. De un lado, el rock urbano de Leño, Asfalto, Topo, y el heavy metal de Barón Rojo, forjados en la escudería Chapa Records; y de otro, lo que representaba la intelectualidad del pop y el rock que traerían los sellos independientes nacidos al abrigo de centenares de artistas que pedían cobijo, con Radio 3 y Diario Pop como altavoz de la modernidad, y espacios televisivos como La edad de oro. Al año siguiente de morir Franco, el punk enarbolaba imperdibles y banderas negras desde Nueva York a Londres con un desigual impacto en España. El rock, el funk, el pop y la electrónica contaminaban todo, con la simplicidad de volver a la casilla de salida. El principio de una nueva era en el poco a poco la censura dejaba ver y escuchar con nitidez el horizonte.

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