La Provincia - Diario de Las Palmas

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40 años de la muerte de Franco

'Españoles, Franco...¿ha muerto?'

Desde que se desató la crisis y se agravó la corrupción, y a partir del secesionismo catalán equiparado al 23-F, se escucha la invocación de su retorno redentor

Arias Navarro da a los españoles la noticia de la muerte de Franco. LA PROVINCIA/DLP

Es la gran imagen televisiva 'primigenia', un antes y un después en la apertura de las aguas del Mar Rojo, que tenemos grabada en la retina, a fuego blanquinegro, los adolescentes de la Transición: Tal día como hoy, a la hora de la sobremesa, hace cuarenta años de reloj, el presidente 'postizo' Arias Navarro (para el Franco convaleciente, seguramente, un 'mil-leches', pues su verdadero mastín campeador, con 'pedegrí', sable y de comunión diaria, Carrero Blanco, había volado por los aires dos años atrás), campanudo, orejudo y compungido, con el careto moqueante y visiblemente trasnochado se dirige a la Nación para anunciar con voz temblorosa: "Españoles... Franco ...¡ha muerto!".

Significó el inicio del poderío de "la caja tonta", como entonces principió a llamarse la única tele de un único canal, y que al franquismo (tal vez en su propio beneficio, pues está demostrado que las dictaduras pegan mejor por la radio que por la imagen) le llegó francamente tarde, ya que, mientras hacia 1960, en los orígenes del invento, en España tan sólo uno de cada cien hogares disponía de televisión, en ese año de marras -o desamarre- de 1975, la proporción acababa de aumentar a un 85 por ciento.

Si como Orwell había proclamado, tras la Guerra Civil: "En España, la historia se paró en 1936", ese mediodía del 20 de noviembre de 1975, tras la comparecencia oficial televisiva de Arias Navarro, de golpe, se desperezó, y comenzó a andar de nuevo, significando, como digo, un antes y un después, al menos para nosotros, niños que iniciamos el 'baby-boom', concebidos y gestados al rebufo del Plan de Estabilización del giro tecnocrático del franquismo, y ahora -en el 20-N primigenio- adolescentes inconscientes y onanistas de estreno, que, apenas unos años atrás, habíamos hecho la Primera Comunión, en coincidencia -¡qué cándidados que éramos!- con las barricadas del Mayo francés... Teníamos la edad, grosso modo, del Carlitos de la serie 'Cuéntame' y de la pandilla de los amigos de Chanquete, un tanto ñoña, la verdad, comparada con nosotros, que teníamos el verano azul de todos los colores y en cualquier época del año, con tal de bajarnos al Sur, y otear, tempranamente, tetas rubias y más tetas rubias -como las pesetas-, a juego interminable con las Dunas, y principiábamos, también, a bailar pegados, con la vecina del quinto o con quien se terciare, en el salón de la casa de puretas de amigos incautamente ausentes, o algún Casino con suelos de talco y de serrín, o rincón de azotea, lo que hoy se nos figura más inverosímil aún -¡fundirse en un abrazo con un-a extraño-a!, bajo el eufemismo de "¿Bailas?"- que haber fumado alguna vez en un avión...

"Españoles... Franco ...¡ha muerto!". Y ya es casualidad que fuese un 20 de noviembre, en coincidencia con el fusilamiento de Jose Antonio Primo de Rivera, cuarenta años atrás -Dios los cría y ellos se juntan con Dios- para cerrar herméticamente el paquete histórico. El heraldo lloriqueando en la pantalla sin posibilidad de hacer zapping, y tú a lo tuyo, camisa apijamada de cuello-mao con pelucón al viento, macuto de saco de gofio militar y pantalón vaquero de Casa Ruperto, en el mismo punto del Mercado del Puerto donde hoy expenden canapés de salmón, emulando, cual correcto leñador urbano, al Charles Ingalls de 'La casa de la pradera', que previamente había sido vástago de Papá Bonanza en 'La Ponderosa', de donde había partido toda la friki 'trupé': que si el indio Mingo, Calimero, Locomotoro, Barullo, Poquito y Mucho, el perro Rintitín, la cebra en la cocina, el delfín `Flipper', la yegua 'Furia' o mi oso y yo... de cuando viajábamos con el capitán Tan, "a lo largo y ancho de este mundo", sin salir de la sala. Todos ellos acechantes, a nuestras espaldas, por el 'morbo' que daban -¡madre mía!- las películas precedidas por dos rombos, y la carta de ajuste con que culminaba el himno nacional; tan díscolos, para con la orden categórica de la gran familia televisivo-nacional, como aquel simpático bebé que, en balde, intentaba zafarse en el último momento: "Vamos a la cama, que hay que descansar, para que mañana podamos madrugar"... Todo era aún incipiente y 'visperal', y como sincronizado en el interior de un hatillo polvoriento, y tan somnoliento como el indicador en punto muerto del célebre aserto de Shakespeare: "Usted no tienes ni juventud ni vejez, sino que todo es como una larga siesta después de comer"...

Pero en la sobremesa de aquel 20 de noviembre del minuto cero, las tornas de la historia parecieron despertar de golpe y virarse para siempre, a través de la voz meliflua, lloriqueante y temblorosa del heraldo oscuro -como de un timbre de 'No-do´ distinto, pero afín a la del propio finado que se anunciaba- que se limitó a decir: "Españoles... Franco... ha... muerto". Hagan la prueba: hoy es imposible que nadie se demore tanto en un enunciado televisivo, y encima, entonces la tele era el único Dios verdadero. Lo que sí parece mentira es que hayan pasado ya ¡40 años!, y, sobre todo, que sea el mismo número de años que "Él estuviera entre nosotros" (según la célebre muletilla,en este periódico, durante lustros, de José A. Alemán). Pues, francamente, habiendo alcanzado a padecer menos de la última mitad de su período, aquel tempo inmovilista, casi detenido y con olor a cerrado, se me sugiere infinitamente más eterno que el pis-pas de las últimas cuatro décadas transcurridas... Es obvio: sólo por esa dilatación y dilación espacio-temporal, es cierto que "contra Franco vivíamos mejor", según la genial consigna del prematuramente desaparecido Manuel Vázquez Montalbán...

Durante mucho tiempo, parecía verídica y sin vuelta atrás aquella acta de defunción televisada hace ya cuarenta '20 enes'. Pero, de un tiempo a esta parte, da la impresión de que la cinta rebobinara, como si se palpase en el escindido ambiente actual la reapertura de algún tipo de franquicia del franquismo residual. En efecto, desde que se desató la crisis económica y agravaron los casos de corrupción, y, a partir, sobre todo, del embrollo del secesionismo catalán -equiparado, justamente, al episodio más próximo al culto al 20-N de la Transición: el intento de golpe de Estado del 23-F-, no es necesario aguzar mucho el oído para escuchar un latiguillo-pronóstico que creíamos periclitado: "Si Franco volviera, lo arreglaría todo en santiamén"... ¿Se imaginan a los franceses invocando a Napoleón para resolver la amenaza del yihadismo? Una auténtica superación del franquismo debería reportarnos la misma imagen de absurdo disparate, y, en cambio. aunque sea minoritaria o residualmente, no ocurre así. Tan sólo en las primeras legislaturas de Felipe González, transformadoras e ilusionantes -cuando acabábamos de alcanzar, justamente, la edad de las urnas aquellas hornadas del 'baby-boom'- cundió una suerte de olvido, que logró, incluso, atemperar los ánimos de muchos nostálgicos radicales. Nada que ver con la crispación suscitada por los dos Gobiernos de mayoría absoluta del Partido Popular, con Irak y Siria, curiosamente, como telón de fondo, más ahora la cuestión catalana. Pero, sobre todo, desde que la corrupción ha hecho tambalear los cimientos mismos de la Democracia, afectando a la médula de las más altas instituciones (desde la Casa Real al insospechado seny "honorable", el ex ministro de Economía metido a poderoso de las finanzas o la financiación de los Partidos), y empezó a oler a podrido en la marca (España), el zoom del franquismo residual se muestra más cercano... La concepción patrimonialista del poder, como si lo público fuese algo privado mientras se ostenta el cargo, y el afán mismo de perpetuarse en él, son signos de una pervivencia de la mentalidad dictatorial. Es como, si desde la desafección y 'deslegitamación' política generalizadas, se pensara que muchos políticos se orientan de este modo: "Si aquel dispuso a su antojo de los medios públicos durante cuatro décadas, yo, que apenas estaré cuatro añitos, pillaré todo el cacho que pueda mientras dure en el convento...".

A colmo, Franco no fue un dictador que se hiciera notar, a la manera pasional y arrolladora de los grandes déspotas del siglo XX, representados, por ejemplo, en esa trilogía latinoamericana indispensable que conforman 'Yo el Supremo, de Roa Bastos; El recurso del método, de Carpentier, y El otoño del patriarca, de García Márquez. Nada de crapulismos ni de ostentación de la crueldad, siempre más bien escondida (pese a las 50.000 ejecuciones que firmó entre 1939 y 1945, más las de un anarquista y cinco terroristas, meses antes de su defunción), al punto de que muchos de sus partidarios se escudaron siempre en defender que la suya fue una 'dictablanda'. Fue lo que se dice un hombre de 'bajo perfil' y escasa intensidad biográfica, y quien no se destaca en vida, da la impresión de que también muere menos...

Al historiador Juan Pablo Fusi le sobró con endilgarle estos epítetos en su reciente recorrido por la Historia de España: "Un hombre de escasa estatura, inexpresivo, desconfiado, prudente, conservador y católico"; un sucinto espectro de atributos, pues, que muchos de esos que antaño se denominaban 'bienpensantes' considerarían virtuoso. Su personalidad fue tan insignificante, tan de baja estatura en todos los sentidos, que siempre dio mejor en las biografías de ficción que en las testimoniales. Y lo cierto es que dos cronistas tan claramente antifranquistas, por ejemplo, como Manuel Vázquez Montalbán, en su Autobiografía del General Franco, o Francisco Umbral, en su Leyenda del César visionario, inciden en ese aspecto más bien recatado y mojigato, en exceso gris y prudencial de nuestro dictador. Umbral explica en su trama, convincentemente, que, para la mentalidad de Franco, firmar sentencias de muerte, era, como para un maestro de pueblo, corregir exámenes... "Dictador monjil y de mesa camilla", lo llama, en un dibujo que resulta verosímil: "... En su provincia castellana de tedio y plateresco, Francisco Franco Bahamonde, dictador de mesa camilla, merienda chocolate con soconusco y firma sentencias de muerte. (...) Es la suya una juventud que se va hundiendo, como una flor en un pantano, en la molicie blanca de una bondadosidad prematura y grasa, como si la raíz viril del militar que está ganando una guerra se anegase de paz sangrienta, halago de cuartel y chocolate de monja. La voz, cuando da alguna orden, tiene temblores de lejanía hipócrita y suena a metal falso, delgado y hembra. El Generalísimo, menos Caudillo que nunca a esa hora de la merienda solitaria, en tertulia con sus muertos, con el expediente y la historia de cada hombre que va a matar o encarcelar, mantiene la boina roja y requeté en la cabeza, con algo de gorro de dormir, sin la bizarría de tal tocado, y de vez en cuando se aplica un pico de servilleta al bigote recortado, epocal y negro, mientras lee plácidos memoriales rojos de burocracia cuartelera y ratimago violento. (...) Las manos priorales mojan el bizcocho, acarician el bigote o escriben al margen de algunos historiales "Garrrote y Prensa". O sea, castigo y publicidad ejemplar (ejemplar para ambos bandos, que todo se sabe de un lado a otro de las trincheras). Casi hay que condenar más porque el enemigo le respete a uno que por gusto de castigar. Eso sí lo sabe él de su adolescencia legionaria".

Agrega que la estancia "huele merienda y a pistola", y explica que, en ese panorama francamente 'muermo' y desolador, se comporta, firmando sentencias de muerte, como "un profesor que corrige exámenes, que unos pasan y otros no... (Y para su fuero interno) Aquí no hay crueldad sino burocracia. Aquí no hay injusticia sino orden". En conclusión, alguien que llevó una vida tan insignificante, tiene la misma muerte; es como si muriera menos, y resultara por ello más fácil de resucitar (como en la célebre novela de Vizcaíno Casas). Tal vez el franquismo esté periclitado, pero 'lo franco' se nos sugiere vivo, como una tentación endémica, manifiesta ahora en ese modo chusco y 'deslegitimatorio', por ejemplo, de emplear el poder... Por eso, en ocasiones, da la impresión de que la cinta anunciadora de Arias Navarro rebobinara sola, y que lo que allí se está diciendo es, en realidad: "Españoles, Franco...¿ha muerto?".

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