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literatura 40 años de la muerte de franco

La literatura que cayó en el olvido

Selección de autores y títulos que marcaron un hito literario y constituyeron las señas de identidad de la literatura de una etapa del franquismo

La literatura que cayó en el olvido

Entre el final de la Guerra Civil (1939) y la muerte de Franco (1975), el régimen franquista se mantuvo en el poder con mano dura, eso no impidió que entre 1959 y 1975 la sociedad española sufriera paulatinamente una transformación radical que tuvo su correlato en una nueva promoción de escritores a la que una visión simplista encerró en un testimonial realismo social: Luis Martín Santos, Juan Goytisolo, Carmen Matín Gaite, Rafael Sánchez Ferlosio, Ana María Matute, Juan Benet, Juan García Hortelano, Juan Marsé, Eduardo Mendoza y Manuel Vázquez Montalbán. La mayor parte de estos autores evolucionaría hacia una narrativa más creativa tras la muerte del dictador, a quien el periodista y escritor Pedro Herrasti ha convertido recientemente en personaje literario en la serie de novelas históricas protagonizadas por el segundo teniente de los regulares Jorge Blanco, cuyo primer título se llama precisamente Capitán Franco (Edhasa, 2014).

Los autores mencionados más arriba (sobradamente estudiados, clasificados, escudriñados y bendecidos) no fueron los únicos que transformaron la narrativa española mediante la experimentación o la renovación temática, iniciada en 1966 por Ultimas tardes con Teresa de Juan Marsé, que abordó temas actuales de su momento (especialmente la relación y contraste entre personajes de la alta burguesía catalana y las clases bajas) y otros en los que en cierto modo se adelantó a su tiempo, como el sexo: "El sexo masculino está hecho de una materia mucho más cándida, soñadora y romántica de lo que ella creía. La actividad erótica puede ser a veces no solamente ese perverso y animal frotamiento de epidermis, sino también un torturado intento de dar alguna forma palpable a ciertos sueños, a ciertas promesas de la vida".

Últimas tardes con Teresa, marcó un hito literario y político en su momento, al igual que otras novelas coetáneas que hoy han caído en el olvido, pero que no obstante fueron la conciencia de un momento de la historia, la señas de identidad de la literatura de una etapa de transición, novelas que un mundo cambiante ya no siente como propias, como El rito (1974) de José Antonio García Blázquez, Carne apaleada (1975) de Inés Palou, Todos los parques no son un paraíso (1976) de Antonio Roig, Primer amor, primer dolor (1973) de José Luis Martín Vigil, Los renglones torcidos de Dios (1979) de Torcuato Lucas de Tena o Madrid Costa Fleming (1973) de Ángel Palomino, por citar tan solo media docena de títulos del período que nos ocupa.

En los años 60 y 70 del siglo XX, las novelas de José Antonio García Blázquez (Los diablos, No encontré rosas para mi madre y, sobre todo, El rito, premio Nadal de 1973) fueron extraordinariamente populares en España. Pese a su éxito, o quizás a causa de él, siempre fue considerado como un autor menor. El rito, su novela más famosa, es una obra compleja cuya trama aborda con profundidad y seriedad los ritos de paso. El protagonista, Edu, es un hombre que vive asaltado por terribles carencias y angustias, al que una reprimida pasión incestuosa por su hermana gemela Elsa hace negar el mundo real y el momento presente para refugiarse en los lugares que ha recorrido en los primeros años de su vida. Publicada por Destino en 1974, la novela se encuentra actualmente descatalogada.

Nunca se ha hecho justicia, tampoco, a una novelista que, sin imitar a nadie, desarrolló una corta obra narrativa cuya altura literaria resulta sorprendente. Inés Palou (1923-1975), pasó una larga temporada en la cárcel de mujeres de Barcelona, experiencia que narró en Carne apaleada, que comienza con la advocación "cul de presó" ("Benditas sean, don se encuentren, todas aquellas mujeres que se llamaron Pili, Juanita, la Cuartero, Trini, Fifí? y otras cuyos nombres no recuerdo, y otras que nunca he conocido? Pero que siguen sufriendo en cualquier cárcel, enmarcadas tras las rejas por gruesos muros, soportando lo insoportable"), que prepara el terreno para las relaciones sádico-carcelarias. Pero no todo en la cárcel es sórdido, también puede surgir el amor, Senta (rubia, veinticinco años, madre soltera de una niña, condenada por estrangular a su amante), un amor que duraría toda la vida y la abocaría al suicidio, arrojándose a las vías de un tren. Publicada por Planeta en 1975, la novela alcanzó una docena de ediciones. Actualmente se encuentra descatalogada.

Carne apaleada fue una de las primeras novelas en abordar la homosexualidad femenina en la España de la transición, pero sólo significó el principio de la voladura de la censura franquista. Los escritores trabajaban todavía en la semiocuridad, "luchando porque nos gusta; cantando aunque no exista oído que nos escuche; trabajando aunque no haya un patrón que al atardecer nos pague un salario... La esencia de nuestro dios es el combate", como dice un personaje de Nikos Kazantzakis. En ese escenario, llegó Todos los parques no son un paraíso, del escritor y ex sacerdote Antonio Roig. La novela tuvo un gran éxito y quedó entre las finalistas del premio Planeta de 1976, que ganó Jesús Torbado con En el día de hoy, que partía de la hipótesis de que Franco había perdido la Guerra Civil y buscaba refugio en la Cuba del dictador Batista, mientras sus partidarios andaban dispersos por el mundo.

Todos los parques no son un paraíso contenía elementos autobiográficos y describía los merodeos del ex sacerdote por urinarios y parques de Londres con la finalidad de mantener encuentros sexuales con hombres. La novela fue justamente alabada como el despegue de una nueva literatura confesional, una literatura de la culpa, donde "Dios y la carne se reconcilian en el corazón de un homosexual. [...] Dios y la carne, en definitiva, no son sino el anverso y el reverso de una sola realidad". En cualquier caso es una novela imprescindible que conocer el cambio de mentalidad de los homosexuales a partir del final del franquismo. Publicada por Planeta en 1976, fue reeditada por la editorial Egales en 2002.

Otro sacerdote, José Luis Martín Vigil (1919-2011), hoy sumido en el olvido, pues apenas ya se reeditan sus novelas, a excepción de La vida sale al encuentro, publicada en 1955 (en 2012 llevaba 27 ediciones), fue uno de los autores españoles más leídos en los años 60 y 70 del siglo pasado. Rodeado siempre de jóvenes (en 1976 fue acusado de pederastia, aunque la denuncia no llegó a prosperar), Martin Vigil narró la marginación de la juventud y la problemática de su incierto devenir en casi un centenar de obras: Hablan los hijos, Un sexo llamado débil, Sentencia para un menor, Cierto olor a podrido, Muerte a los curas, Nación de muchachos, No hay lugar para inocentes, Del amor y del mar, Primer amor, primer dolor, El sexo de los ángeles. Sus novelas brindan un singular retrato de la España del tardofranquismo en la que ser joven está lejos de ser un "divino tesoro" y representa una dificultad adicional para la vida.

Uno de los fenómenos literarios más importantes de la década de los 70 fue Los renglones torcidos de Dios de Torcuato Lucas de Tena, un brillante tour de force que refleja un mundo cercano: apenas al otro lado de la calle. La protagonista de la novela es Alice Gould (o Alicia de Almenara), una mujer de la alta sociedad que es ingresada en un manicomio para curar su paranoia. Alice ha intentado envenenar a su marido en tres ocasiones. Ésta es la versión oficial. La versión que ella da es que es una detective que ha ingresado en el manicomio para resolver un crimen que se ha cometido entre sus muros. Los renglones torcidos de Dios sintetiza un proceso de observación de la humanidad. A medida que avanza el relato el lector alimenta la sospecha de que la humanidad, con sus errores y equivocaciones, es el verdadero protagonista. No es la única novela en la que esto sucede. Todo parece indicar que la naturaleza humana no deja de releerse a sí misma.

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