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El discípulo de Agáldar ante "el maestro de los sentidos"

"En el estructuralismo, Lacan es el padre severo y Barthes, la madre comprensiva", define Ángel Sánchez, alumno suyo en París

Ángel Sánchez, en el boulevard Saint-Michel de París (1968), recién llegado como alumno al Lycée Berlioz de Vincennes. LP

Tras licenciarse en Salamanca, el escritor y semiólogo Ángel Sánchez (Gáldar, 1943) realizó estudios de Postgrado en París, en el área de Semiología, y uno de sus insignes profesores fue Roland Barthes. "Asistí a varios de sus célebres exposés, tanto en la Ecole des Hautes Etudes como en la École Normale, en la rue d'Ulm, y era un placer de eticidad y clarividencia a raudales escuchar hablar en vivo y en directo al autor de El placer del texto'" manifiesta Sánchez. "Asistir a sus lecciones empezó siendo una gozosa obligación facultativa, pues una de las tareas que nos encomendaba nuestro profesor de Vincennes era, justamente, resumir las exposiciones de Barthes, que valían más que mil manuales", pondera el autor de Ensayos de cultura canaria.

"Durante mi licenciatura, yo acostumbraba a acercarme a los profesores que más admiraba, como solía hacer, por ejemplo, con Emilio Lledó, Agustín García Calvo o Antonio Tovar; pero Barthes imponía demasiado, dada su celebridad internacional, de modo que no lo conocí personalmente. Veía que, a veces, lo atosigaban por los pasillos algunos alumnos aventajados en materia lingüística, y que solían acudir a todos sus seminarios. Los había que querían empaparse de su saber a toda costa, pero también otros que buscaban contradecirlo, preguntándole sin tregua, y él, lógicamente, los mandaba a paseo; les respondía que todo estaba en sus libros. Lo cual es completamente cierto: en nadie, como en Barthes, el gran preconizador de la muerte del autor, todo está únicamente en sus textos", apuntala Sánchez.

El semiólogo de Agáldar, o jornalero de iconos insulares, argumenta que Roland Barthes está destinado a ser una de las grandes "figuras tutelares" en el imaginario lingüístico y social. "Los franceses son muy respetuosos con ese tipo de figuras, que denominan maître-à-penser, literalmente: "maestro de pensar", una especie de guía intelectual que abarca una o más generaciones". Barthes ocupa, a su juicio, un merecido relevo en esa cadena, que conectaría, por ejemplo, con "Descartes, Montesquieu, Rousseau, Voltaire, Pascal, Bergson, Foucault, Althusser: creadores sistemáticos de ideas que se tornan compartibles entre masas de lectores, críticos o incluso adversarios frontales", contextualiza Ángel Sánchez. "Personalmente, pertenezco a una generación que rota entre maestros de pensamiento tan disímiles formalmente -y en contenido- como serían Nietzsche, Freud, Jakobson, Gramsci, Camus, Reich, Marcuse, Castaneda, Sartre, Fanon, Cioran, Wittgenstein, Lévi-Strauss, Derrida, Foucault, Althusser, Dorfles, Genette, Greimas, Chomsky, Eco y un nutrido etcétera. Ya se sabe: toda la peña curricular".

Roland Barthes le merece en "ese podio de la inteligencia" un lugar predilecto. "En contra de quienes lo impugnan, en una relectura posmoderna, para mí tiene todas las trazas de quedar como un maestro relevante, un pensador situado al timón de un pensamiento inagotable", define. "Lo que le hace peculiar es su sistemático seguimiento del signo, dándole una acepción muy amplia a la noción, que para él abarca todo lo que reviste un significado: ya sea letra, imagen o hábito social". En efecto, uno de los distintivos del autor de El grado cero de la escritura es que abarca de un modo transversal y horizontal múltiples disciplinas, sin la tendencia al saber monocarril que, a menudo, predomina en otros estudiosos de los signos.

"Roland Barthes erige todo un edificio de semiología de basamento ideativo, nutritivo y envolvente, que permanecerá en nosotros, sus alumnos. A casi 50 años de frecuentarlo como lector, reconozco que su enseñanza teórica me ha sido muy provechosa en órbitas aparentemente tan colaterales como son la etnolingüística y la iconografía, mis intereses actuales. Y es que la plasticidad de su alcance trasciende el imperio de los signos para llevarnos al imperio de los sentidos", define el autor de El signo insular. Suscribo a pie juntillas la reflexión que hace François Dosse, en su Historia del Estructuralismo: "Auténtico imán entre los diversos estructuralismos, Barthes será querido porque en él se expresa más que un programa metodológico; es un receptáculo del periodo, placa sensible a las múltiples variaciones de los valores. El imperio de los signos se prolonga en él como el imperio de los sentidos, y la figura madre que él encarna puede ser cotejada con su opuesto binario, la del padre severo del estructuralismo: Jacques Lacan"

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