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Entrevista

Francisco Jarauta: "Nadie sabe manejar la situación de 'impasse' tras los atentados"

"Cada vez estamos más necesitados, más urgidos por imaginar el futuro y, más aún, por construirlo", destaca el catedrático de Filosofía

Francisco Jarauta: "Nadie sabe manejar la situación de 'impasse' tras los atentados"

¿Cómo vive el reencuentro con Las Palmas de Gran Canaria estos días de la mano de la Fundación Martín Chirino?

Para mí, Las Palmas de Gran Canaria es un lugar de mi geografía sentimental, donde he vivido momentos muy intensos. El punto de partida fue cuando, precisamente, Martín Chirino pone en juego aquella idea feliz de crear una plataforma desde las islas entre Europa, África y América, que fue el CAAM. Conozco a Martín desde los años 80, cuando era presidente del Círculo de Bellas Artes de Madrid; en aquel momento yo ya estaba vinculado a París y colaboré con él en muchos proyectos, muestras y seminarios. El escenario del CAAM fue siempre fantástico; me gustan los lugares en los que las ideas y la amistad se dan la mano y cuando he compartido ese viaje con Martín, siempre hemos experimentado esa relación. Ahora me quedaba por venir a su Fundación en el Castillo de La Luz, que acabo de recorrer y, desde que me sugirieron la posibilidad de venir a hablar, ha sido un gran honor.

Defiende que es necesario construir una nueva "cultura de proyecto" y una nueva comprensión de nuestro tiempo. ¿Le corresponde a la cultura trazar esta cartografía social?

Cada vez estamos más necesitados, más urgidos por imaginar el futuro y, más aún, por construirlo. Yo he defendido siempre actitudes éticas y, en este sentido, hablar de una ética del proyecto conlleva que el proyecto no sea un ejercicio de formalismos, de un tipo o de otro, sino un laboratorio en el que uno puede imaginar la geografía de los posibles; sabiendo que ninguna forma agota el espacio, como digo en la conferencia que dicto sobre Martín Chirino, sino que es un pequeño dibujo de ese mundo de posibilidades. En este momento, nunca ha habido tantas ideas en el mundo, pero quizás nos falten las ideas matriz o ideas constellation que articulen todo ese gran espacio. Pero no podemos renunciar al futuro hacia el que avanzamos, porque sería renunciar a lo más importante de la vida, que es su tensión utópica hacia lo nuevo.

¿Cree en la cultura como motor de ese nuevo pensamiento en este escenario de precarización de la cultura?

Estoy de acuerdo en que hay una tristísima sensación de cómo en este momento la cultura ha dejado de ser uno de las herramientas fundamentales, como decían hasta los surrealistas, para poder construir, imaginar y soñar ese futuro. Sin esa tensión, estamos ya situados en un naufragio, porque el pragmatismo contemporáneo está llevando el horizonte político de nuestras sociedades a una especie de dique sin imaginación o fantasía. Kant decía que la fantasía era la hermana traviesa de la imaginación, que se instala en nuestros experimentos para poder construir ese mundo. Hoy en día hemos asistido, en una casi complicidad, a un desarme de todo aquello que fueron las grandes ideas de los años 70 y 80 sobre construir un mundo en el que creer. Por eso, cuando nos imaginamos las sociedades del futuro, todavía se hace más complicado. Ahora hay en Madrid una exposición de Constant en el Museo Reina Sofía; yo fui muy amigo suyo en Ámsterdam y, al final de su vida, le pregunté: ¿Y a usted, qué idea le preocupa más? Él me dijo: me preocupa por qué ciertas ideas han resultado imposibles. En su lugar, han cristalizado otras y, obviamente, en este nuevo escenario, nosotros somos testigos -y ojalá lúcidos- de que necesitamos instrumentos nuevos. Y el arte lo es.

¿Qué lugar ocupa el arte en las sociedades contemporáneas?

En los años 70 y 80, el teorema "arte = modernidad" funcionaba. Hoy, ya no. Hoy, la construcción de esa modernidad pasa por otros lugares. El arte es uno de los referentes críticos, sería imposible narrar los grandes problemas de estas últimas décadas sin entrar en el mapa del arte, que es el que tensa las situaciones, las interpreta, las escribe, pero no hay lo que se podría llamar una "euforia" en torno a ello. Por tanto, el arte termina casi siendo parte de las micropolíticas, de los pequeños lugares, pero ya no le pertenece el gran escenario, el gran relato, como decía nuestro amigo Lyotard. Ya no somos aquella constelación. Nuestro trabajo es no renunciar precisamente a esa tensión utópica. En este sentido, yo digo, como don Jorge Santayana, que soy un "escéptico apasionado", porque la skepticism nos protege, a pesar de que a veces corroe la inocencia -ser escéptico es ser mayor-; pero ser apasionado puede ser la mejor aventura de la vida.

¿Los pensadores deben ocupar hoy en día un plano más relevante en el contexto social?

Completamente. Yo reivindico el compromiso del intelectual, del pensador, porque su presencia en la opinión pública es fundamental. Hay una especie de abdicación del intelectual, como si se hubiera retirado a su cuartel de invierno. Pero la sociedad necesita crear una opinión pública y el intelectual debe trabajar en la construcción de esa opinión pública. Nos hacemos muchas preguntas y no es fácil conseguir las respuestas. Y la filosofía nunca garantiza esas respuestas, pero te ayuda a situar las preguntas.

Usted siempre ha estado vinculado a París, ¿cree que los atentados del ISIS en París el 13-N marcan un antes y un después en la historia del país?

Definitivamente, es complejo. Todo va a cambiar, sobre todo, porque va a poner en movimiento una estrategia militar sobre la que todos somos escépticos. Nada interesa más al Daesh que unos bombardeos servidos en bandeja todos los días. Lo dicen ellos. Obviamente, se han movido algunos, se han ido a Mosul porque Al Raqa está prácticamente laminada. Pero las alianzas entre las fuerzas no existen. Obama le ha dicho a Hollande que mientras Putin no cambie de estrategia, no tienen nada que negociar. Por su parte, Putin dice que entró para bombardear al ejército islámico y lo que ha bombardeado, como una alfombra, barriendo todo, ha sido a los rebeldes sirios de Asad, así que no ha hecho nada, ha hecho lo suyo. Geopolíticamente, la situación es de una gran complejidad y hay muchos intelectuales, como Sami Nair, que afirman estar a favor de los bombardeos. Yo no lo estoy. Creo que es necesario plantear de una sola vez una revisión de las políticas exteriores, que va más allá de la guerra y que pasa por la colaboración y por la revisión de un statu quo que tiene 25 años, con paradojas de todo tipo.

¿Hasta qué extremo cambia la visión que tiene Francia de sí misma y la perspectiva de Europa hacia el conflicto?

Si ya el impacto del atentado a Charlie Hebdo movió un poco las estructuras políticas y de identidad nacional, este acontecimiento ha tenido una dimensión e impacto infinitamente mayor. Sería bonito examinar los ejemplares de Le Monde de los siete últimos días para ver el cambio de repertorio gráfico del periódico, acentuando los picados; este ejercicio sería espectacular para una buena tesis de trabajo. Con estos últimos atentados, reinventan una nueva operación que tiene mucho de publicidad, de propaganda, pero que crea una situación de impasse que ya nadie sabe manejar. Yo estoy convencido de que es un problema que va a durar más de 20 años, una opinión que comparto con muchas personas autorizadas. Me acuerdo de aquella película de Ingmar Bergman, Los huevos de la serpiente, que viene perfectamente a cuento porque los huevos están puestos; es la primera vez que tienes a unos yihadistas autóctonos, que ya son franceses, o son belgas. Este islamismo radical no viene de la periferia, sino que viene de aquí, ha nacido en París o tiene pasaporte belga. La eclosión de ese yihadismo es un tema muy serio.

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