La Navidad se acerca y celebrarla es una tradición que ha sido impuesta en todo el país por el gobierno a través de un decreto ley. Todo aquel que ose no cantar villancicos, empapuzarse de marisco, visitar a la familia, asistir a cenas de empresa, invertir más de la mitad de su paga en regalos, ponerse un gorro de Papa Noel, o simplemente mostrar su alegría en todo momento, será cuestionado por el Estado. Pero como en toda tiranía, existe una resistencia, una minoría de rebeldes gruñones dispuestos a combatir el teatrillo del poder aunque dicho intento les cueste la vida.

Este es, a grandes rasgos, el argumento de Navilandia, el último trabajo de Didier Tronchet, uno de los autores satíricos más importantes que hay ahora mismo en Francia, que es como decir del mundo, y que ha regresado con una obra insólita, muy cercana al humor de los Monty Python, en la cual tienen cabida desde el comentario sociopolítico hasta la sátira brillante, pasando por las agudas reflexiones sobre el comportamiento humano. En fin, un trabajo que llega en el mejor momento posible y una novela gráfica de lectura ágil y placentera con cierta dosis tanto de Kafka como de Boris Vian con la que podemos vernos reflejados para, al menos, reírnos de nosotros mismos.

Como en un estado policial, los valientes que se nieguen a felicitar a cualquiera de los semejante que se les pongan por delante se han de enfrentar a todos los poderes del Estado que para garantizar la supremacía del buen rollo han dispuesto en las calles sus Brigadas de Amigos Juerguistas, un auténtico dispositivo policial armado de confeti y matasuegras.

Cualquier conato de revuelta será atajado por las buenas y el presidente de la república pondrá freno a los insurgentes con una dieta de pavo relleno, castañas asadas o una conga multitudinaria si es necesario. Finalmente, todo aquel que preserve en la tristeza o se atreva a estornudar en público se arriesga a acabar confinado durante todo el invierno en un campo del buen humor.

Con un dibujo entre la parodia y el expresionismo, Tronchet, un autor desconocido en nuestro país, pero todo un mito en el suyo, demuestra por qué se ha convertido la quintaesencia de la novela gráfica francesa actual. Y es que su habilidad como ilustrador lo sitúa en un punto intermedio entre dos grandes del noveno arte también compatriotas suyos. Así, por un lado, en esta obra aparece el congénito pesimismo del gran Baru a través de ese calor humano, esos ambientes tristes y alegres a la vez, siempre en movimiento, que mezclan drama y comedia. Y por el otro, la falsa candidez que define a Christophe Blain cobra vida en su facilidad para retratar todos los ambientes, atmósferas y personajes con naturalidad y firmeza.

Sea como fuera, Navilandia es un nuevo triunfo es la carrera de este artista que ha realizado obras más serias y poéticas como demuestran los esenciales Raymond Calbuth, y Jean-Claude Tergal, y que ha logrado convertirse en uno de los autores más versátiles de su país conquistando al público con un peculiar mirada al mundo. El humor, la protesta y el surrealismo en un cóctel único y fascinante.