Por biografía creativa, en el último medio siglo de nuestro ámbito cultural, es ineludible contar con Alberto Omar con nombre propio. Una treintena de obras entre teatro, poesía, narrativa, cine, con premios varios. Siempre ha transitado en los linderos del experimentalismo en el lenguaje, como subraya Rodríguez Padrón a raíz de La canción del morrocoyo (1972): "Omar se decide a traspasar los límites, a salvar fronteras ceñidoras del lenguaje y la estructura novelística".

Ahora nos sorprende con una novela realista, La sombra y la tortuga (NACE, 2015), en la que recrea una época, y el ambiente que nos aproxima a la interpretación de un siglo de la sociedad isleña en la larga etapa del Antiguo Régimen. El hecho de que Omar la configure en narración la convierte en realidad verdadera desde el punto de vista de la ficción. La anécdota de la novela, atrayente desde su propio título, consiste en lo siguiente: Un personaje - narrador, que sobrepasa los cien años, nos cuenta la vida de una familia burguesa, acomodada, de la que él forma parte en calidad de sirviente/esclavo, y que se desarrolla en una ciudad isleña a caballo entre los siglos XVII y XVIII.

El narrador testigo de los hechos en los que participa como personaje no deja de escribir su propia biografía. Desde la atalaya de sus cien años, echa la mirada atrás y a través del recurso de la memoria escribe el texto, haciendo gala de la fijación de los hechos en su mente. "Aquellos experimentos de aprendizaje continuo me permitieron ejercitar durante años el instrumento básico recordador de la existencia, la subjetiva memoria. Sin ella no hay vida. La vida es la memoria". (pág. 506).

Con esa facultad reconstruye su vida en formato narrativo con la perspectiva que le da el haber estado inserto en el mismo seno de una familia burguesa que vive en una ciudad que se llama La Laguna. La casona familiar, los esclavos y sirvientes, el convento de las Catalinas, el puerto de Santa Cruz? la isla de Canaria, son espacios próximos que enmarcan la acción. Pero también la obra ofrece escenarios generadores del cosmopolitismo y del mestizaje que forman parte de la historia del archipiélago: Sevilla, Inglaterra, Países Bajos, el Caribe, Berbería, e incluso la isla de San Borondón.

Podríamos cuestionarnos si con estos aparejos La sombra y la tortuga se puede considerar novela histórica. No lo afirmamos con rotundidad, aunque lo que sí desvela es el espíritu de una época. Siempre hemos considerado que todo texto debe explicarse por sí mismo, y como afirma Ramón Trujillo en Principios de semántica textual: "Los textos son propios, constituyen una propia realidad; la referencia externa es una necesidad del lector, de sus limitaciones o ambiciones culturales".

Alberto Omar nos abre una ventana al pasado isleño, aunque no es una obra regionalista, sino que hay que enmarcarla en una producción de la cultura hispana, sin limitaciones espaciales. La primera persona del narrador, como testigo directo, le otorga verismo al texto, con apariencia de verdad, sin necesidad de ajustarse a una verdad histórica de personajes documentados.

Esencialmente es una novela de personajes que son no solo los portadores de la acción sino del destino personal y del significado social de la obra. Los personajes se articulan en dualidades, y se constituyen en dinamizadores básicos de la acción en tanto en su relación se crean tensiones narrativas con notable significación y ofrecen un ritmo creciente a la obra. El friso de personajes, cada uno con sus singularidades, crean la solidez de la obra, un universo firme forjado al amparo del núcleo familiar burgués, pero que en su seno llevan el germen de la decadencia.

Es una novela de estructura lineal, con capítulos titulados y que cada uno de ellos podría funcionar como autónomo, pero que se enlazan formando el entramado de la anécdota. El vaciado que hace el narrador de su memoria está próximo a la oralidad, como si fuera consciente de que alguien está escuchando el cuento de su vida, sin descuidos narrativos ni concesiones al costumbrismo ni lo popular. Apenas cuatro canarismos en 500 páginas, o un atinado fragmento de habla popular en boca de una criada del convento que en tres líneas expresa el habla vulgar de la dehesa lagunera.

La prosa de La sombra y la tortuga alcanza un ritmo literario propio, elegante, a lo largo de todas sus páginas, con un uso léxico innovador y creativo en la adjetivación, con expresiones oracionales que ofrecen moderados rasgos barrocos en tanto trascienden la comunicación habitual. "El Barroco - según Hatzfeld- fue una cultura de la imagen, con una estética teatral, escenográfica, que expresa dinamismo y vitalidad, y la utilización del lenguaje visual como medio de comunicació". En este sentido, el narrador describe muchos hechos con una expansión sintáctica en tríadas adjetivales, de las que hemos llegado a contabilizar más de un centenar. Habría que reseñar el sentido didáctico que ofrece la descripción de múltiples oficios, con el inventario de productos culinarios, recetas varias; herramientas de carpintería; tipos de embarcación; hierbas medicinales, vestuario teatral, etc.

Hemos de destacar cómo en aquel siglo, una mujer, hija del matrimonio burgués, se rebela contra la sociedad, denunciando el papel de la condición femenina mediante una confesión que podría suscribir cualquier feminista de hoy: "Yo llevo en mi interior una porfía permanente, y que no es otra cosa que la ira contra esta sociedad que ha construido al macho prepotente colocándolo junto al poder demoledor de las doctrinas de la iglesia? Seré más libre en el convento que en la casa de cualquiera siendo la procreadora de sus diez o quince hijos como mínimo! Se nos considera objetos, seres inferiores, hasta tal punto que muchos aún dudan de si tenemos alma" (pág.300).

La plasticidad narrativa se lograr no sólo con la adjetivación, sino con la imaginación y la ironía que subyace en la descripción de los múltiples acontecimientos que viven los personajes. El autor es un hombre forjado en el mundo del teatro y de la escena cinematográfica por lo que no es ajeno a la disposición de los personajes en escenografías circulares. Este hecho, que no es un recurso literario propio de la retórica tradicional, se manifiesta en las tertulias en la casona burguesa; en las reuniones en la cubierta del barco; en la descripción endogámica de una familia aristocrática; en el convento de clausura, configurado en límites cerrados.

En las múltiples tensiones narrativas que se plantean en el desarrollo de la acción hay una (la muerte del patriarca don Amberes) que marca el inicio de la decadencia y destrucción de un mundo que aparentemente es sólido y que se consuma, aparte del fracaso / muerte de los personajes, en el incendio de la casona a manos de Graciela, un miembro de la familia que se había vuelto loca. Es pues este componente de destrucción, lo que da muestras de lo efímero del vivir, la tragedia del hombre en su existencia, que atraviesa la obra, en medio de un mundo que parece compacto.

La sombra y la tortuga tiene un título atrayente. ¿Pero cuál es su significado? La sombra es la no luz, lo oscuro, lo inasible y dependiente de algo sólido que la proyecte, aunque también se considera un alter ego. Dice el narrador en un momento de soledad: "Necesito un ser para ser su sombra. Yo había sido siempre una sombra y no me hallaba en esos momentos de quién serlo" (pág. 416). La tortuga, por otra parte, es un animal lento, pero longevo. Y en este caso podría ser símbolo de la conciencia, tal y como se deduce de un fragmento en el que, hablando en voz alta, el narrador se dice a sí mismo: "Opté por confesar todas las experiencias de mis últimos años de maltrecha vida a la paciente tortuga. La madre Naturaleza nos muestra siempre la humildad y generosidad de todo lo que existe, la verdadera dimensión de lo que nunca muere" (pág. 417).

Como conclusiones de lectura, podemos considerarla como un hito narrativo en la tradición de la literatura que se escribe en las islas. La cosmovisión que se recoge en esta obra trasciende lo local porque los iconos que trasluce ofrecen proyección universal al estar impregnados de vida y de existencia. Estos iconos, extractados de sus páginas, son: cosmopolitismo; mestizaje cultural; mercantilismo; estratificación social; religiosidad jerarquizada; moral colectiva; el rol de la mujer en una sociedad cerrada; emigración; la soledad; el amor; lo efímero del existir; la muerte?