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Ensoñaciones de un detective solitario

En los años 70 Richard Brautigan escribió una brillante parodia de novela negra titulada 'Un detective en Babilonia', que ahora recupera la editorial Blanckie Books

Cartel conmemorativo de Richard Brautigan. LA PROVINCIA / DLP

El escritor americano Raymond Chandler, autor de estilo incisivo que cultivó la novela negra como pocos (como ninguno, a excepción de Dashiett Hammett, que la catapultó al máximo nivel literario posible en una época de imposibles), murió el 26 de marzo de 1959 sin tener ni idea de quién era Richard Brautigan, entre otras cosas porque este último aún no había publicado Un general confederado de Big Sur (1964), La pesca de la trucha en América (1967), En azúcar de sandía (1968) o El monstruo de Hawkline (1974). De haber vivido hasta 1977, año en que Brautigan publicó su brillante parodia de novela negra Un detective en Babilonia, y que ahora publica en nuestro país la editorial Blackie Books, Chandler, ensayista y crítico además de novelista, hubiese sido el mejor preparado para apreciar lo original que fue Brautigan como escritor.

En su ensayo El simple arte de matar, Chandler defendió la originalidad de Hammett con estas palabras: "Era conciso, frugal, duro, pero una y otra vez hizo lo que sólo los mejores pueden hacer de vez en cuando. Escribió escenas que parecía que nunca se habían escrito antes. [...] Hammett demostró que el relato de detectives puede ser literatura importante. Y aún consiguió algo más: que escribir historias de detectives fuera divertido, no un agotador encadenamiento de pistas falsas". Estas mismas palabras se pueden aplicar a Brautigan, cuyo estilo es único, de una ingenuidad entrañable, y sus personajes (mujeres fatales y guardaespaldas incluidos) son de lo mejor que ha descrito el género.

Si se atreven con "cosas raras", les sugiero que no demoren la lectura de Un detective en Babilonia. El primer párrafo de la novela comienza así: "El 2 de enero de 1942 me trajo buenas noticias y malas noticias". Este es todo el primer párrafo. El segundo párrafo tiene siete líneas que terminan con "un par de agujeros de bala en el culo que lo demostraban". Estas son las buenas noticias. C. Card, el narrador, no tendrá que ir a la Segunda Guerra Mundial para "jugar a los soldaditos". Es la ventaja de haber servido en el Batallón Abraham Lincoln que combatió en apoyo de la Segunda República durante la Guerra Civil española. C. Card se gana la vida como detective privado en San Francisco. Ahora las malas noticias: "No tenía balas para mi pistola".

En Un detective en Babilonia, no encontramos únicamente una parodia de las novelas policíacas, sino que el argumento engancha desde el comienzo. Además de no tener balas ni vergüenza, C. Card parece ser el único detective que no ha sido afectado por el estereotipo de las películas de Hollywood. Al contrario que Sam Spade o Philip Marlowe, interpretados por Humphrey Bogart y Robert Mitchum en la pantalla, C. Card es el antidetective perfecto para una novela repleta de excelentes personajes a cuál más extravagante: el Patapalo, su compinche en el depósito de cadáveres; la rubia rica y su guardaespaldas de cuello grueso; la vieja patrona, cuya voz "hacía que Pearl Harbor pareciese una canción de cuna"; la madre, a la que Card se pasa toda la novela tratando de llamar por teléfono pero no lo hace porque se conoce al dedillo todo lo que le va a decir.

"Era algo así:

-¿Dígame? -decía mi madre al contestar el teléfono.

-Hola, Mamá. Soy yo.

-¿Dígame? ¿Quién habla? ¿Dígame?

-Mamá.

-No puede ser una llamada de mi hijo. ¿Dígame?

-Mamá -gimoteaba yo.

-Suena como hijo -siempre decía-. Pero él no tendría el valor de llamar si continuase siendo un detective privado. No tendría el valor. Todavía le queda algo de respeto por sí mismo. Si es mi hijo es que ha abandonado esa tontería de detective privado y ahora tiene un empleo decente. Es un trabajador tenaz y puede ir con la cabeza bien alta y quiere devolver los ochocientos dólares que le debe a su madre".

C. Card mantiene con su madre, y con la sociedad en general, una relación de repulsión mutua que le hace evadirse en ensoñaciones de un detective solitario en las que se convierte en una estrella de béisbol del año 596 a. C., en chef de un restaurante mexicano, en un detective llamado Smith Smith que lucha contra los robots-sombra, en el mejor amigo de Nabucodonosor, el rey de Babilonia, etcétera. Como él mismo dice: "El mundo es un lugar muy extraño. No es sorprendente que pase tanto tiempo soñando con Babilonia. Es más seguro".

Como todos los antihéroes de Brautigan, el de Un detective en Babilonia está en la frontera de las cosas, encima de la línea y sin saber bien a cual de los dos lados pertenece. Ésa es su gran virtud como escritor: sabe poner ante nuestros ojos cada uno de los materiales que componen la fragilidad de la gente. Sus personajes se abrazan al lector con fuerza y son fieramente reales en sus intenciones pero también en sus contradicciones. Como dijo Chandler a propósito de Hammett, en El simple arte de matar (hay edición española en Debolsillo, 2014), y que sin duda sirve también para el autor que nos ocupa, Brautigan habla "con un ingenio rudo, con un sentido muy vivo de lo grotesco, con asco ante los farsantes y desprecio hacia los mezquinos".

Es ya una costumbre inveterada en todo el mundo elegir al final del año los mejores libros publicados. Para mí, aunque a veces el tiempo no me alcanza para leer todo lo que quisiera, Un detective en Babilonia y El monstruo de Hawkline, aparecido en noviembre de 2014, deberían figurar muy arriba en la lista. Junto a Zeroville (Pálido fuego) de Steve Erickson, ¿Qué tal el dolor? (Alba) de Pascal Ganier, Instrumental (Blackie Books) de James Rhodes, La isla de la infancia (Anagrama) de Karl Ove Knausgard, Levantarse otra vez a una hora decente (Alianza) de Joshua Ferris, En el paraíso (Seix Barral) de Peter Mathiessen, Personae (Literatura Random House) Sergio de la Pava, Los viernes en Enrico's (Sexto Piso) de Don Carpenter, Meursault, caso revisado (Almuzara) Kamel Daoud, Cuentos reunidos (Lumen) de Cynthia Ozick y Los dos hoteles Francfort (Anagrama) de David Leavitt, entre otros. Felices lecturas.

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