La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Exposiciones fotografía

"Mis collages son ilustraciones del pasaje al centro, a la muerte"

"Voy a los rastros con una cámara, y a veces una toma compensa no encontrar un solo libro que me interese", cuenta el poeta y artista José Carlos Cataño

Extraído de su urdimbre en el célebre drama de Shakespeare, este fragmento podría ser asumido por José Carlos Cataño como lema de una de sus obsesiones: una isla fantasmal que es a la vez origen y destino. Haber nacido insular no es condición necesaria para ser insulómano, pero en el caso de Cataño, que vino al mundo en una isla y ha vivido más de la mitad de sus días en el continente, lo uno es indisociable de lo otro, de tal modo que el lugar natal, al que nunca podrá regresar porque lo ha transformado el tiempo, se convierte también en prefiguración del fin. El poeta incide en ello en un precioso texto, La escritura del tránsito (1980): "Elevada a categoría mitográfica, la Isla se convierte en vacío, como la realidad, como el pasado. Espacio vacío para las ficciones". Y, más adelante: "Sólo a partir de aquí, con la muerte emergida desde adentro, desentrañada, nos es posible zarpar de nuevo, a sabiendas de que la isla que abandonamos, la isla física o la página en blanco, vuelve a ser el silencio ubicuo de las sirenas por entre las que bogamos". Isla-agujero, espejo abisal del ser, esta topología inestable informa también los collages de Cristales de ultramar que muestra a partir de mañana a las 20.00 horas en el Espacio cultural S/T (calle Enmedio, 1, esquina Terrero). Viajero impenitente, Cataño arma con ellos un gabinete de estampas que evocan sus periplos alrededor del vacío insular. Ninfas que retozan en malecones, diosas que escrutan costas anegadas de petróleo, barcos que naufragan sobre las ruinas de la casa natal, bibliotecas y ciudades tragadas por el mar? Son obvias las resonancias clásicas de estas imágenes y su melancolía es patente: transmiten anhelo de una perfecta simetría entre el orden del lenguaje y el orden del mundo. Aunque sabe que su empresa está de antemano condenada al fracaso, el poeta se obstina en buscar la plenitud del sentido. Recorta y pega figuras con esmero, pero no ignora que las lindes de la Verdad están hechas trizas.

Eterna pregunta para el poeta que también hace imágenes visuales, permítame una vez más: ¿Qué le posibilitan las imágenes que no le dejan las palabras?

Creo que no existen imágenes sin palabras. Yo pienso entre imágenes, entre palabras, por los resquicios. Por ejemplo, estoy mirando las nubes, viendo sus formas, viendo el fondo del cielo o las siluetas de las casas, pero estoy también pensando en lo que aluden todas esas formas vislumbradas o intuidas. Creo que ante un poema ocurre algo semejante: uno está mirando, es decir, uno está pensando, cuando entre lo que piensa y siente aparece lo inesperado, lo inesperado que desencadena una secuencia de palabras, de imágenes, siempre sobre un fondo de silencio o de nada, pues nada hay más allá de lo que sentimos. Cuántas veces, cuando he estado frente a la página por escribir, la mano se ponía a garabatear formas abstractas, formas hasta cierto punto ajenas a mí mismo, a lo que eran mis preocupaciones en ese instante. Por ahí viene mi interés por el dibujo, al que me he dedicado con variable intensidad, como usted sabe, desde mi primera juventud. Siempre he dicho que la poesía apareció cuando tomé distancia del cuadro que estaba pintando, en mi adolescencia. Piense que empecé estudiando Bellas Artes en Santa Cruz de Tenerife. Entonces, volvamos a la situación: la página por escribir, la intención, y ese factor que valoro mucho, que es el pensar distraído: mirando por la ventana, o sentado en una terraza contemplando el paso de las formas humanas, y todo ese hervidero de pensamientos. Ponerme ante la foto es ponerme ante un papel sobre el que apenas tengo algo entrevisto. Surge la imagen, surgen sus sucesiones. Se va así creando un mapa, un territorio imprevisto. Es curioso, cuando escribo veo, pienso en imágenes. Cuando creo imágenes, estoy pensando, sintiendo un relato, una línea, como esa ola constante que revienta aquí mismo, en Las Canteras. Como el horizonte siempre volcado sobre sí mismo, viniendo sobre sí mismo.

¿Cómo es la sala de máquinas de preparación de sus collages? ¿acumula un archivo o la cuchilla del deseo actúa sobre la marcha con lo que encuentra?

Me gusta mucho su expresión, la cuchilla del deseo? Ya es una imagen y también un texto por escribir? Le diré que no salgo a la calle sin una cámara de bolsillo, salvo cuando estoy de viaje, que utilizo una cámara con más prestaciones. No contaba con esta afición de joven, pero ahí está. Cuando voy a los rastros siempre llevo la cámara conmigo, y a veces una toma compensa del malestar de no encontrar un solo libro que me interese. Luego he fotografiado mucho el paisaje insular cada vez que vuelvo a las Islas, con especial atención a determinadas formas, como la rasa de Punta del Hidalgo o los barrancos que vuelcan las piedras volcánicas en el mar, como en El Hierro. Todo eso tiene que ver con un reconocerme en mi paisaje natal. Clasificando, desechando, eligiendo esas imágenes se constituye una base. Sobre la base trabajo con yuxtaposición de elementos. Si en el collage clásico hay un recorte y pega, en mis collages fotográficos hay algo parecido: una o dos o tres fotos mías sobre las que expongo una imagen prestada, deliberadamente neoclásica, o del mundo de la moda, o incluso pompier, y otras imágenes de otros contextos, como pueden ser las que tomo de los montones de libros mezclados con bártulos de lo más diverso en los rastros. Con estos tres planos están construidos los treinta y siete collages que conforman Cristales de ultramar.

¿Alguna vez ha despedazado algún libro ajeno para hacer un collage?

No. En todo caso fotografío al libro. Lo que hago con los libros ajenos que ya no me interesan es depositarlos piadosamente al pie de un semáforo. Aunque mi piedad también tiene sus límites: hay libros tan malos que sería perverso por mi parte entregarlos a la curiosidad de un desconocido. Está muy deteriorado el nivel de lectura. No sería de buen gusto acentuar ese nivel mediocre repartiendo libros infumables. Además, con el tiempo, con las bibliotecas que he perdido y con las que he ido encontrado semipodridas por los hongos y la humedad, he perdido bastante el respeto al libro. Ese respecto clásico, esa condescendencia no exenta de ironía de que, en el fondo, no existe un libro que sea malo? Hay libros malos, por supuesto, y por supuesto que en ocasiones no he dudado en tirarlos a la basura, depositándolos, eso sí, en el contenedor de reciclaje de papel. Le confieso que mi comportamiento bárbaro me lo he aplicado a mis propios libros, a los que he localizado con dedicatorias ya muertas. Libros que, pasado un tiempo, han sido re-elaborados y no me interesa que sigan en circulación. Y es doloroso destruirlos, por supuesto. Si el papel contiene el dolor del árbol con el que se hizo, al sumergir a un libro en agua para que se disuelva, también sentimos el dolor de quien lo compuso, en el caso de que hubiera tenido sentimientos.

¿La abundancia de referencias al mundo clásico y a la gran pintura europea en sus collages obedecen al ansia de restauración de un orden perdido en la cultura occidental?

Hay un elemento paródico en la selección de imágenes. Hay una nostalgia de la gran pintura. Pero en Cristales de ultramar creo yo que ha primado la intención de rellenar un vacío. Quería confrontar la desnudez del paisaje canario, y la abolición de un pasado prehispánico, con esas formas del clasicismo europeo. Lo perdido perdido está. Pero hay que encontrar las formas que siempre vuelven con apariencias diferentes. Nuestras catedrales, por ejemplo, son las coladas basálticas, los tubos acantilados, los hervideros que nos hablan de la lucha del fuego contra el océano. Aquí y en cualquier parte, por pobre que sea el ambiente, el ojo tiene que divisar un orden. Un orden universal y a la deriva, en expansión y en retirada.

¿Qué peso tiene en sus collages una noción tan desprestigiada en el arte contemporáneo como la belleza?

Creo en la belleza como en una forma de resistencia frente a la crueldad del mundo, frente al absurdo de la vida, frente al espanto maravilloso de estar vivo. Lo hacían antiguamente los piratas, que con sus pintorescos atuendos decoraban y festejaban el cadáver con el que se desenvolvían. Me llama mucho la atención que a orillas del río Congo, por ejemplo, en medio de la precariedad y la pobreza, la gente, los sapeurs, haga concursos de elegancia. Otros de los hastíos de Occidente es el de la armonía. Por eso predomina la música como ruido, los grafitis sobre fachadas de siglos que hemos heredado, el horror de tanta arquitectura contemporánea. Frente a ello, yo particularmente reacciono. ¿Por qué sentirnos culpables de aspirar a la belleza? O dicho de otro modo, ¿por qué proseguir con la tradición del horterismo y mantenerlo como un valor a respetar? No hay peor cosa que alardear de la ignorancia, y nociones como equilibrio, mesura, distinción, se tienen erróneamente por reaccionarias o conservadoras, elitistas en suma. Le aseguro que con la ropa que se encuentra en un rastro, por cuatro euros usted puede vestir con elegancia. Viene todo esto a cuenta porque en las expresiones artísticas, sea la poesía, sea la pintura, el dibujo o el collage, trato de que exista un sentido de belleza, que es acoplamiento y verdad. Que es, sobre todo, una invitación para el deleite.

Sus collages, como buena parte de su obra literaria, giran en torno a una insularidad mítica, ¿qué es una isla para usted?

Lo dije muy pronto en la novela que escribí con el heterónimo de Pórfido Santos John, compartido con Carlos E. Pinto, El exterminio de la luz: "La Isla es una ausencia entre los piélagos". Fue como una premonición, porque yo todavía vivía en Tenerife, amaba los horizontes y suspiraba por marchar al otro lado. Ya luego, en Barcelona, donde residuo habitualmente, por más que yo vivo en mi mente, la Isla mítica viene a ser ese centro vacío al cual intentamos aproximarnos desde los márgenes. Ese es nuestro particular viaje a Ítaca, al centro inabordable, al centro que implica la muerte, nuestro acallamiento, cuando lo que hemos hecho tal vez se convierta en leyenda, es decir, en lo que puede ser digno de leerse y contemplarse. En cierto sentido, los collages de Cristales de ultramar son ilustraciones, textos iluminados de ese pasaje al centro, a la muerte, al silencio.

En muchos de sus versos la pulsión insular se mezcla con la fe judaica que usted profesa. En estos collages, en cambio, no hay rastros de esta última, o al menos no son evidentes. ¿Obedece esto a los reparos con las imágenes de la religión mosaica?

En las religiones nómadas las imágenes no tienen mucho sentido. Lo tienen más las señales, las marcas de ruta, las banderas de oración al viento. Pero es que además en el judaísmo diaspórico, que es el que a mí me interesa, la casa errante es la palabra. La palabra es ya de por sí la imagen. Por otra parte, en cuando el judío se ha asentado en un territorio, europeo o americano, pongamos por caso, no ha tenido ningún reparo en pintar, en construir, en componer música. Me llama la atención de que en Israel, en cambio, la densidad de la pintura es débil. De todas formas, apartando por un momento mi fe judaica, mi agnosticismo judío más bien, en Cristales de ultramar hay una pulsión mayor: la de mi relación, desde las afueras, desde la distancia, con mi tierra natal, que es ya una pérdida, una expulsión, una destrucción del templo. Pero mi mar, mi territorio rodeado de mar, me sigue a todas partes y es como si formara parte de mis rezos. Viene a ser como aquel suspiro que se pronunciaba durante milenios en shabat: "El año que viene en Jerusalén". El próximo año en las Islas, podría yo decir como judío canario que vive en la extranjeridad. Hasta que te das cuenta de que no hace falta volver necesariamente, porque la Isla va contigo. Porque la palabra es tu templo, tu hogar.

En relación a lo anterior, un poeta también collagista, Adriano del Valle, escribe : "¿Qué otra cosa fue el Génesis sino un inmenso collage cósmico?". ¿Ve usted el mundo así, como un inmenso recorta y pega?

El universo para mí, humildemente, con toda las precauciones de la duda, es, como en la visión cabalista, una expiración y una inspiración. Un doble movimiento de aliento contenido entre dos principios desconocidos e inabordables, principio y fin. Dos ficciones. Solo a través de la ficción podemos acceder a una visión del mundo que pueda tolerar nuestro entendimiento. De lo contrario, roto el espejo, nos precipitaríamos en la locura. Mientras tanto, mientras dure el viaje, tenemos la memoria, la memoria que no es más que una continua depuración, desgaste y síntesis de vivencias, reales e imaginadas, porque el recuerdo imagina, y, por otra parte, no podemos volver atrás para comprobar si lo que vivimos fue así de cierto como lo recordamos. En esto nos entretenemos. Trabajando con palabras, imágenes, pensamientos. Para distraernos y no caer antes de tiempo en el gran vacío que nos está esperando.

Compartir el artículo

stats