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poesía novedades

Curiel: blanco sobre negro

Al tiempo que publica 'Astillas', acaba de sacar también a la luz la segunda edición de su antología 'El agua (poesía 2002-2012)', finalista del Premio Nacional

Miguel Ángel Curiel. LA PROVINCIA / DLP

Del mismo modo que el blancor de la camisa del hombre del Fusilamiento de Goya o el de una arpillera de Millares concentra más la muerte que la oscuridad que las envuelve, así la poesía de Miguel Ángel Curiel (Korbach Valdeck, Alemania, 1968) la convoca recurrentemente a plena luz: "Cielo / tumba abierta", "Sol frío", "Los huesos negros / de la nieve"? Al tiempo que publica este nuevo volumen, Astillas, acaba de sacar también a la luz la segunda edición de su antología El agua (poesía 2002- 2012) (Editorial Tigres de papel), que aglutina sus tres poemarios anteriores, y que en 2015 resultó finalista del Premio Nacional de Poesía.

"Solo debajo del agua pueden (los amantes) decirse lo que no son capaces de decirse fuera", decía ahí, en una poesía de extremada pureza: una destilería transparente que va mostrando el flujo del propio proceso creador. Pero ante la imposible perpetuación de la transparencia -primero con la abolición de la inocencia, tras la clausura de la infancia, y luego de la propia vida, con la muerte, la gran mácula- nos iría mostrando las sucesivas manchas: "Como un pez ahogado en la leche"; "Regalé legañas en vez de visiones"... En aquella trilogía, con el agua como telón de fondo, reflexiona sobre la naturaleza como (re)presentación de los límites; de los umbrales, indistintos, de la existencia y de la naturaleza de la poesía: "La borrasca y el poema / están el papel. / La lluvia y la poesía / en la realidad". Como en el sueño de Novalis, que aspiraba a azular "la flor azul de los contrarios", Curiel se las ha compuesto para obtener una poesía, a la vez, metafísica y matérica, invocadora y convocante, minimalista y densa, blanca y confesional, sintética y discursiva, ingrávida y aseverativa, esencial y concreta, impersonal y autobiográfica... Y anfibia, sobre todo, de la vida y la muerte: "La muerte / tira así de nosotros. / No quiere que rompa / el sedal de la vida".

Ahora, en su nueva entrega, Astillas, aun sin menoscabo del rigor órfico y elemental que asola a su poesía, ésta se vuelve más existencial y explícita: "No has escalado / más que escombros"? Curiosamente, novedosos giros lúdicos ("la mariposa borracha", "la higuera marica"? "chupar la hiel / o la miel / de Curiel") no hacen sino reforzar la senda agónica de la incomunicación más severa, rumbo a la muerte, que aguarda como fruta madura. Así, bajo el escorzo del negro sobre blanco, su verso ausculta el tránsito de "lo negro en lo blanco". De ahí la ausencia de salidas: cuando parece a punto de consumar el silencio, de pronto se reinstaura el ruido que lo ciñe; cuando trata de establecer un íntimo vínculo entre el yo y el prójimo, prevalece la mazmorra de "ese tú en el que estamos encerrados todos", o cuando logra fusionarse a la naturaleza, es la señal de que ésta se ha vuelto ("árbol arrancado", "Fruta que cae / como tú de ti mismo") naturaleza muerta. La ecuación de fondo resulta indisociable: "La luz / y el silencio del sol / son también / el silencio / y la luz de la muerte". Y, mientras tanto, en Curiel, la hiel coincide con la miel.

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