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La derrota del amor

Rafael Chirbes profundiza en las relaciones homosexuales en 'Paris-Austerlitz', una novela corta que crece gracias a una prosa pulida a lo largo de veinte años

La derrota del amor

La cruda realidad es el antídoto de los dulces sueños. Uno de los grandes méritos de Rafael Chirbes (1949-2015) fue saber embridarla sin renunciar a la belleza en la derrota que trae consigo. Su prosa precisa, despojada de hojarasca, permite a Paris-Austerlitz, la novela que concluyó tres meses antes de morir, brillar con una luz tan intensa como la que desprenden sus grandes retratos de la corrupción política. Pero esta vez son otras las decepciones y las pérdidas: los fracasos derivan del amor. Chirbes indaga en una relación imposible, hurga en las motivaciones del corazón sometidas a la dictadura que impone la vida, la enfermedad vergonzante, el dolor y hasta la lógica de los sentimientos, para ofrecer un relato apasionado, sobrecogedor y nada ideologizado sobre la homosexualidad.

El narrador de la historia, un joven pintor madrileño de familia acomodada, encuentra en París el refugio que necesita en los brazos de un hombre maduro, Michel, el obrero normando que lo acoge en su tabuco de Vincennes, cuando huyendo de un pasado opresivo no sabe dónde meterse, ni cuenta con recursos para pagarse una habitación. Dos mundos les separan pero una cama los une.

La ambición del amor en el lecho, las sabanas húmedas que se adhieren pegajosas a la piel, los cafés, los paseos por los parques, superan inicialmente cualquier escollo hasta que al final las contradicciones acaban por consumir el placer de la relación, que comienza a quebrarse. Nada, y mucho menos el amor, es indestructible como cree uno de los amantes, confiado en que la pasión de los cuerpos debería ser suficiente para romper las barreras intelectuales, de clase y de edad que le separan de su amigo. Éste, en cambio, tras resolver algunos de los problemas familiares que le alejaron de Madrid, decide emprender el vuelo de regreso. Nunca más volverá a ser el actor de una representación impostada de la pobreza que tiene como único fin no herir la sensibilidad del otro, escribe Chirbes en las páginas de su novela.

Como en algunos de los trenes de la estación parisina del sur del mismo nombre, Paris-Austerlitz es el fin de un trayecto -hay quienes creen que se trata de un intento postrero del escritor valenciano por exorcizar viejos fantasmas-, probablemente junto con Mimoun, la pequeña novela de los inicios, la más autobiográfica y expuesta de su obra literaria. En Mimoun, Chirbes intentó contar en pocas páginas demasiadas sensaciones, después de dos años de experiencia como profesor en Fez, pero el resultado, un descenso a los infiernos del protagonista, carece de la intensidad y la hondura del que concreta esta última. Entre una y otra, media el aprendizaje de un escritor: la urgencia del que se estrena frente a la maduración introspectiva de un texto depurado a lo largo de los casi veinte años que separan Valverde de Burguillos de Beniarbeig, puntos de partida y final.

Mimoun, en la medida que su autor ha sabido desvestir siempre la cruda realidad, no entraña el Marruecos idealizado por algunos escritores homosexuales como Bowles. Chirbes explicó, a propósito de ello, que detestaba la idea de quienes, como el dramaturgo británico Joe Orton, sólo bajaban al norte de África en busca de chicos y no reparaban en el paisaje. En Mimoun hay más Jean Genet que miradas complacientes de mariquita al exotismo moro: la devastación de una sociedad se sitúa en el primer plano de la historia inspirada en una pretensión distinta, la que André Gide contrapuso a la moral burguesa. Con Paris-Austerlitz sucede otro tanto de lo mismo, salvando el camino que separa la iniciación, de la madurez; y la promesa, de la consolidación de uno de los grandes narradores de la literatura española contemporánea.

Aunque buceando en ello también podríamos encontrarlos, no hay esta vez restos del naufragio de un país hundido en el fango, como ocurre en Crematorio, En la orilla, o los episodios nacionales que las precedieron, pero sí de la zozobra del amor más difícil y comprometido. Los personajes, en su derrota íntima, se presentan a lo largo de esta novela, primero, como gatos follando sobre los tejados, y más tarde aullando de modo lastimero, reprochándose la pérdida irreparable de la pasión vencida. "Nadie maneja el cuentagotas del amor", le dice el joven pintor, cuando ya trata de huir, a Jeanine, la novia de la adolescencia de Michel, su pareja cincuentona. "Ni tú has conseguido dejar de estar enamorada de él, a pesar de que han pasado treinta años de los vuestro, ni yo consigo volver a enamorarme aunque lo desee con todas mis fuerzas".

Una exploración certera planea sobre los personajes que se arrastran por la piedra húmeda de París, de un lado a otro, entre fachadas grises y ese cauce del Sena, "nebuloso pastís disuelto en agua". El aprendiz de pintor de familia burguesa, refinado, y el pobre ogro enamorado de extracción campesina, que se aburre en las exposiciones y sestea en las salas de cine, donde se refugia la pareja para escapar del frío. Ambos tratando de apurar la vida hasta el último franco, sin importar lo que va a suceder mañana, mientras que todo es bastante más que una evidencia.

Cuando el lector suelta el libro no le abandonan sus poderosas imágenes, Chirbes se las ha ingeniado nuevamente, con trabajo largo y tendido de orfebre, para verificar la vida en medio de los intensos y conmovedores destellos de sus perdedores, con una prosa tan pulida como deslumbrante. Nada sobra todo queda; permanece en la memoria literaria que nos ha dejado este gran escritor como testamento. Paris-Austerlitz es una novela corta pero inmensa sobre la desolación, el destino incierto del amor y la infelicidad.

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