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José Tono Martínez: de Madrid al limbo

Más conocido como director de la desaparecida revista 'La Luna de Madrid', su voz se yergue ahora desde la detenida madurez biográfica

José Tono Martínez. LA PROVINCIA / DLP

Un ajuste de cuentas con la imposibilidad de acometer ningún ajuste de cuentas es uno de los trasuntos de El que hiere de lejos, cuarto poemario de José Tono Martínez (Ciudad de Guatemala, 1959). Más conocido como director de La Luna de Madrid, la emblemática revista de la movida madrileña, muchas de las consignas allí pergeñadas suenan cándidas en comparación con el arrumbamiento ("ya estamos sobrando nosotros") de esta voz que se yergue desde la detenida madurez biográfica. A los malos tiempos para la lírica, de entonces, se agrega ahora, cabe inferir, que estos resultan pésimos para la épica; y la nostalgia ya no admite una cierta acepción irónica de take-away, sino que es definida como "papel secante", frente a un pasado que se nos muestra esquivo, ajeno y lejanísimo. Si en la juventud (no sólo la nuestra, sino también la de los propios tiempos) atinábamos a "quebrar la cortina de plata con nuestros cuerpos", el pasado es hoy, insondable y autosuficiente, "la cortina de agua vistiendo la roca".

En el prólogo, Jaume Pont define el poemario como una "repetida contienda entre el yo que habla en el poema y sus sombras proyectadas en el pasado". "El que hiere de lejos es -apunta- el impulso indeleble de la poesía misma ("la flecha de Apolo"), y, según se afirmará en un poema, aquella otorga a quien la escribe cierta capacidad de "venganza", frente a la disolución, la confusión y el envilecimiento del entorno.

La voz poemática se sugiere herméticamente precintada respecto al exterior: "Si supieran lo lejos que has estado. / Si supieran lo lejos que estás. / Si supieran".

Y la poesía es definida como un imposible retrovisor: "Arte de mirar atrás / mirando aquello que no será"; busca, en vano, rearmarse frente a la tiranía del "Tiempo", ese "rival tan fiero", significativamente escrito en mayúscula. "Fue algo menos de un segundo", se dirá de todo lo vivido. El tono cáustico y descreído, con mezcolanza de coloquialismo y formas clásicas, refuerzan la veracidad del lamento, a sabiendas de la coincidencia final, en última instancia, entre la fugacidad de lo que ya ha sido y lo que nunca fue. Pues, de igual modo, ni son ni serán.

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