A principios de los años 20, el novelista inglés D.H. Lawrence escribió en una carta: "México tiene un cierto misterio de belleza para mí, como si los dioses estuvieran aquí". Ese misterio fue el mismo que cautivó a Eisenstein durante el rodaje de ¡Que viva México!, en el que esperaba narrar en 6 episodios diversas facetas de la revolución mexicana encabezada por Emiliano Zapata y Pancho Villa. Sin embargo, el rodaje se fue alargando mucho más tiempo del previsto entre pausas, pequeñas decepciones y destellos mágicos. Un reportaje de Agustín Santa Cruz, publicado en el diario Ecos de la Costa el 15 de octubre de 1931, contaba así un día de rodaje:

"El gran ruso está frente de mí. Don Roberto Montenegro, laureado pintor mexicano, simpatiquísimo conversador y gran amigo me presenta con él y con Edouard Tisse, el cameraman de Eisenstein. [?] He tenido oportunidad de apreciar su técnica, su seguridad para escoger tipos, y el magnífico ojo para escoger los escenarios. Estoy orgulloso de haber acompañado a este genio, en la busca de esa parte del alma nacional, que arrancada al trópico, irá a través del ojo diabólico de la cámara de Tisse a llenar las salas de los cines del mundo de jardines tropicales, de elegantes y exuberantes palmeras, de sonrisas melancólicas, tomadas de las caras de bronce de los tipos autóctonos. [...]

En Cuyutlán se hizo una escena: al ver la manera como la lograron en toda su perfección, sin ningún truco, sin ningún recurso fraudulento, comprendí el éxito que tendrá el film cuando esté terminado. Para que se entienda mejor diré que no buscan actores. Los actores los toma de la vida real, haciendo que cada uno de ellos, haga de la cámara exactamente lo que podría hacer en la vida real. De ahí la intensidad realista de sus películas. Una de las partes de que compondrá ésta, que hasta ahora se ha llamado ¡Que viva México!, es la historia de un matrimonio de clase humilde. Escogieron un tipo de muchacho, fuerte, sano, y bien construido y de facciones agradables de acuerdo con el tipo nuestro. Se prepara la cámara, se ponen reflectores, se coloca sin hacerle ninguna explicación como fondo las magníficas hojas de una palmera.

Y ya todo listo, surge una voz sugestiva de Eisenstein que después de ordenar ¡Cámara! empieza a explicarle una historia al improvisado actor, pero, en su poco español las palabras nada significan, es su gesto, sus movimientos, su personalidad, las que hacen que la cara un poco asustada del sujeto, vaya tomando gestos, actitudes y ademanes [...] que sorprenden por su preciosa naturalidad de humilde peón".