La Provincia - Diario de Las Palmas

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CONTRA LOS PUENTES LEVADIZOS

La vida a escena

El dramaturgo americano Tennessee Williams. LA PROVINCIA / DLP

Mientras que el espectador de cine acepta sin más la realidad del mundo externo que le muestra la pantalla, la complicidad es el pasaporte que se le exige al espectador de teatro para pasar la frontera y entrar en un mundo acotado por bambalinas y bastidores. A ese mundo fascinante y desconocido para muchos la Asociación de cine Vértigo rinde homenaje durante los meses de enero y febrero en el Cicca de Las Palmas de G. C. con un ciclo dedicado a tres grandes dramaturgos americanos, Tennessee Williams (1911-1983), Arthur Miller (1915-2005) y Eugene O'Neill (1888-1953), cuyas obras de teatro no sólo conquistaron las marquesinas de Broadway sino también la meca del cine (al margen de que tanto Williams como Miller probaran suerte más tarde como guionistas en Baby Doll y Vidas rebeldes, respectivamente).

Si hay un nexo común en la obra de estos tres dramaturgos es la creciente sensación de desesperación frente a la condición del individuo en la sociedad moderna. Sus profundos análisis de los problemas sociales y familiares se valen de una combinación típicamente americana de naturalismo y simbolismo, de mito e historia, fácilmente detectables en las obras de O'Neill Deseo bajo los olmos (Delbert Mann, 1958) y Larga jornada hacia la noche (Sidney Lumet, 1962). Si bien es cierto que son dos de sus adaptaciones más celebradas, prefería Hombres intrépidos de John Ford, basada en sus piezas teatrales en un acto The moon of the Caribees, In the zone, Bound East for Cardiff y The Long Voyage Home: "Todos los meses pedía [O'Neill] una copia y hacía que se la proyectaran. Es un pequeño detalle que ha hecho que me sintiera muy orgulloso de este film" (B. Tavernier, John Ford en París).

El teatro de Williams, a menudo discutido por su concentración obsesiva en pocos temas (la patología sexual, la violencia primitiva, la decadencia física), acusa una cierta influencia freudiana. Hablar de Freud a estas alturas es para echarse a temblar. Pero no hay peligro, el Freud de Williams no es el histórico. El autor de Un tranvía llamado deseo (Elia Kazan, 1951) se sirve de la mitología freudiana y postfreudiana para conferirle a su escritura una cualidad teatral única cuyos dramatis personae son los más sutiles componentes de la psicología humana, estudiada hasta el agotamiento en la personalidad de Blanche Dubois, la entidad literaria en la que Williams depositó sus obsesiones más recónditas.

Miller dijo que "Un tranvía llamado deseo es un grito de dolor, olvidarse de esto es olvidarse de la obra". Lo mismo se puede decir de su teatro que se debate entre el deseo de encontrar respuestas y el conocimiento de que nunca podrá conseguirlas. Los personajes de Miller, en especial los de Vidas rebeldes (John Huston, 1961) se comportan como si de pronto descubriesen que es profundamente de noche. Y hace frío. Y no tienen donde refugiarse. La mayor parte de nuestra vida la pasamos a la luz del día, pero hay una parte de nuestra existencia que la pasamos buscando las sombras. Miller comprendió esta contradicción de nuestra naturaleza y a través de su teatro supo explotarla a la perfección.

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