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CONTRA LOS PUENTES LEVADIZOS

Almas muertas

Estatua de Lenin derribada. LA PROVINCIA / DLP

¿Qué se puede decir de un libro como El fin del 'Homo sovieticus (Acantilado) de Svetlana Aleksiévich? Muchas cosas. Ya en su concepción, esta obra maestra tiene algo de milagrosa, teniendo en cuenta que Rusia nunca se ha caracterizado por respetar a quien piensa de diferente manera a la del politburó. La premio Nobel bielorrusa no lo ha tenido fácil para transcribir al papel la pesada carga de libertad que trajo la perestroika: "Antes solía rememorar con frecuencia nuestra existencia en las cocinas? ¡Ah, el amor en esos tiempos! ¡Las mujeres! ¡Aquellas mujeres que despreciaban a los ricos! No era posible comprarlas. Pero ahora nadie tiene tiempo para los sentimientos, porque todo el mundo está ocupado ganando dinero. Para nosotros, el descubrimiento del dinero fue como la deflagración de una bomba atómica".

En El fin del 'Homo sovieticus', Aleksiévich retrata la pesadumbre tras la caída de la utopía comunista soviética, pero sobre todo el desencanto amargo de la perestroika: "Ah, los años de Gorbachov? Eran tiempos de grandes anhelos: el paraíso estaba a la vuelta de la esquina. La democracia era un animal salvaje que nunca habíamos visto de cerca. Corríamos como locos a los mítines. Imaginábamos que conoceríamos de golpe toda la verdad sobre Stalin y el Gulag. [?] Pero resultó que no todos estaban preparados para lo que se nos vino encima? La mayoría de personas no alimentaba sentimientos antisoviéticos y sólo deseaba vivir cómodamente: poder comprar tejanos, un reproductor de cintas de vídeo y, el colmo de todos los sueños, un automóvil. La patria de antaño ha sido sustituida por un enorme supermercado".

Sabedora de que vivimos en los tiempos de la imagen, pero ésta ha dejado de mostrar la realidad para construir sobre sus ruinas nuevas mentiras, en El fin del 'Homo sovieticus', haciéndose eco de las palabras de Paul Celan: "Algo sobrevivió en medio de las ruinas. Algo accesible y cercano: el lenguaje", Aleksiévich narra sin ningún miramiento, sin modular nada, la historia del socialismo "doméstico", y lo hace a través de microhistorias que tienen como protagonistas a hombres y mujeres condenados a no salir de la desdicha, a no salir de la enfermedad, a no salir de la pobreza: "Ahora todo el mundo va por ahí diciendo que éramos una gran potencia y que lo hemos perdido todo. Pero ¿qué he perdido yo, exactamente? Antes vivía en una casucha sin ninguna comodidad: ni agua, ni tuberías, ni gas. Y ahora, lo mismo".

Los protagonistas de El fin del 'Homo sovieticus', cuyo título original es El tiempo de segunda mano: el fin del hombre rojo, no se diferencian en nada de las "almas muertas" de la novela homónima de Gógol, es decir, los siervos rusos que, una vez muertos, seguían incluidos en las listas de contribuyentes, hasta la elaboración del siguiente censo. El libro de Aleksiévich puede verse como un prisma. Su objetivo principal es refractar, y crear mediante esa refracción un mundo retrospectivo en el que el hombre soviético, lejos de haberse extinguido, vive de prestado. Es bueno que el lector lo sepa: leer El fin del Homo sovieticus implica un descenso a los infiernos. Están avisados.

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