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El poso (y el peso) del saber

'La transformación del mundo' repasa en 1.607 páginas el siglo XIX y '1 kilo de cultura general' dedica 1.464 a construir una exhaustiva minienciclopedia

El poso (y el peso) del saber

La transformación del mundo es uno de esos libros que se ganan a pulso la admiración sin reservas. La ambición de Jürgen Osterhammel es gigantesca: nada más y nada menos que trazar "una historia global del siglo XIX" a partir de una crónica precisa, amplia y minuciosa (y de extraordinaria amenidad y sagaz reflexión) de una época que acogió el nacimiento del mundo que nos ha tocado vivir.

Son 1607 páginas (incluyendo notas y bibliografía) y dan para mucho, pero además Osterhammel saca un provecho admirable a cada una de ellas, de forma que se desarrolla una perspectiva de historia en su totalidad, hilvanando cuestiones tales como las migraciones, el colonialismo, las revoluciones, la alfabetización y la escuela, el oro y las finanzas, la guerra y la diplomacia, el declive del nomadismo? Un panorama exhaustivo en el que se van engarzando las distintas piezas del mecano.

Osterhammel, profesor de historia moderna y contemporánea de la Universidad alemana de Konstanz, recuerda que "hace aún poco tiempo que el siglo XIX, separado de la actualidad por una centuria completa, ha desaparecido tras el horizonte del recuerdo personal: como muy tarde, en junio de 2006, cuando en un zoo australiano falleció la tortuga Harriet, con la que el joven naturalista Charles Darwin se había encontrado en las islas Galápagos en 1835. Hoy ya no vive nadie que se pueda acordar aún del levantamiento de los bóxers en China, en el verano de 1900; de la guerra Sudafricana (de los bóers) de 1899 a 1902, o de las exequias solemnes de Giuseppe Verdi y la reina Victoria, que perecieron a finales de enero de 1901".

Ya no quedan recuerdos transmisibles "ni siquiera de la solemne procesión fúnebre por el emperador Meiji, en Japón, en septiembre de 1912, o del estado de ánimo que reinaba en agosto de 1914, cuando empezó la Primera Guerra Mundial. En noviembre de 2007 murió el penúltimo superviviente británico del hundimiento del Titanic, que el 14 de abril de 1912 era solo un niño de pecho; en mayo de 2008, el último veterano alemán de la primera guerra mundial".

El siglo XIX, pues, ya no es un recuerdo activo, sino "solo una representación. Aunque comparte esta característica con las épocas precedentes, ocupa un lugar único en la historia de la representación de la vida cultural, que lo distingue netamente incluso del siglo XVIII. En efecto, la mayoría de las formas e instituciones de esa representación son inventos del propio siglo XIX: el museo, el archivo estatal, la biblioteca nacional, la fotografía, la ciencia de la estadística social, el cine. El siglo XIX fue una época de memoria organizada que, al mismo tiempo, se observaba a sí misma más que antes".

Somos lo que fuimos: más que nunca. Aunque intentemos olvidarlo. Para China, por ejemplo, "el siglo XIX supuso una catástrofe política y económica, y así, con este valor, es como pervive en la conciencia general de sus habitantes. Nadie se acuerda a gusto de esta época penosa, de debilidades y humillación, y la propaganda histórica oficial no hace nada para revalorizarla. En la perspectiva cultural también se tiene al siglo XIX por una edad decadente y estéril. Para los chinos actuales, el siglo XIX es mucho más remoto que el esplendor de algunas de las dinastías más antiguas, hasta llegar a los grandes emperadores del siglo XVIII, que los libros de historia popular y las series de televisión siguen evocando sin descanso". Por el contrario, para los japoneses el siglo goza de un prestigio "incomparablemente superior. La restauración Meiji, a partir de 1868, no solo se convirtió en el acto fundacional de su estado nacional, sino que se la ensalza como símbolo de modernidad específicamente japonesa. Todavía hoy, esta época interpreta en la conciencia japonesa un papel similar al que tiene en Francia la Revolución Francesa de 1789". Lo mismo que en Estados Unidos, donde la guerra de Secesión -la guerra civil de 1861-1865- se considera un "acto fundacional del estado nación, equiparable a la formación de la propia Unión a finales del siglo XVIII".

Si el titánico esfuerzo de Osterhammel se limita a un siglo, 1 kilo de cultura general, de Jean-François Pépin y Florence Braunstein, intenta abarcar, con similar ambición pero por caminos más sencillos, todas las manifestaciones culturales. Estructurado con una cronología clásica que se extiende por la Prehistoria, la Antigüedad, la Edad Media, el Renacimiento, la Era Moderna y la Era Contemporánea, el libro, que ha arrasado en ventas en Francia, es una especie de enciclopedia tan amena como didáctica que puede leerse a gusto del consumidor. Se trata, como advierten sus autores, de un libro de "elección múltiple: para cada período se presentan los grandes imperios, y a continuación los Estados, cuando aparecen, y con cada uno de ellos la historia, las artes, la literatura, la religión, la filosofía, la música, las ciencias y la tecnología correspondientes a cada momento concreto de ese período".

Su pretensión es que "el enciclopedista lo lea de principio a fin; el geógrafo podrá escoger la sección del país de su elección; los aficionados a las letras podrán seguir la evolución de la literatura china desde su origen hasta nuestros días, y el curioso podrá pasar del Código de Hammurabi a la pintura de Giotto, "y echar un vistazo a la historia de España del siglo XIX o a la filosofía de Europa desde 1945 en adelante". Los autores se presentan con una obligación irrenunciable: "Cada uno de los campos que aquí se tratan deberán ser comprensibles para cualquier lector; nuestra intención es colocar los universos que conforman la cultura general al alcance de todos".

1 kilo de cultura general es un libro práctico de 1.464 páginas que alberga una encendida y contagiosa defensa de la cultura como herramienta que nos impulsa a dar lo mejor de nosotros mismos, y a darnos "ganas de alcanzar la excelencia. Los valores fueron para los ancianos su razón de ser". El hombre de nuestro tiempo es "a menudo amnésico y es bueno recordarle que creó la grandeza y el valor. Elegir una obra al azar y proclamar su inutilidad, porque está obsoleta en nuestra sociedad, como cuando decíamos 'un par de botas son mejores que Shakespeare', y porque es inadecuado, no demuestra tener sentido común, sino deshonestidad intelectual". Y este kilo de cultura al por mayor es, sin duda, la mejor manera de refrescar la memoria o ampliarla con conocimientos y reconocimientos.

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