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Viaje al sur más reflexivo

La cantante de country-rock Lucinda Williams regresa a la esencia de su sonido en los noventa con su undécimo trabajo

Viaje al sur más reflexivo

Un viaje al epicentro del country-rock más intimista e introspectivo sacado de la época más valiosa, pero menos conocida, de la cantante norteamericana, es lo que transmiten los surcos de este nuevo trabajo conceptual que lleva el título de The Ghosts of Highway 20. Y es que, efectivamente, si desde 1998 hasta ahora los premios Grammy y su aparición por los créditos de algún que otro filme de Hollywood han distorsionado la esencia de la dama de la canción de raíces folk o blues, Williams regresa ahora con una obra que rezuma personalidad por los cuatro costados.

Creado en sus viajes a lo largo de la carretera interestatal 20, entre Texas y Georgia, y coproducido por ella y Greg Leisz y Tom Overby, el disco empieza con un Dust que concentra todo su estilo, un medio tiempo muy agradable con esos maravillosos solos finales tan propios de ella. Con las colaboraciones de los guitarristas Bill Frisell y Val McCallum y acompañada por la sección rítmica familiar formado por Butch Norton y David Sutton, el intimismo desatado cobra vida en canciones de la altura de Death came o Louisiana story.

La quintaesencia de su sonido se materializa en Doors of heaven, en la que parece a veces que estemos escuchando al primer Mark Knopfler. Tras Bitter memory entramos por un apartado algo más contundente con títulos como If my love could kill o Faith & grace que han sido construidas a raíz de unas guitarra sobrias y pocas veces tan cristalinas . Incluye dos versiones. Por un lado, la inacabada House of Earth de Woody Wuthrie convertida en una delicada pieza de orfebrería pop. Y, por el otro, Factory del Darkness on the Edge of Town de Springsteen que encaja como anillo al dedo en esta obra introspectiva, reflexiva, pero melódica y agradable como pocas.

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