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Lecturas novedades

Para un mundo habitable

'Al cúmulo de octubre' supone una tentativa rigurosa en poesía para desprenderse de las exigencias del realismo oficialista

Andrés Sánchez Robayna

La literatura española, se ha dicho, no ha sido nunca territorio bien abonado para la imaginación y los procesos simbólicos que rigen el mundo imaginario. No sólo eso: determinados críticos e historiadores han insistido orgullosamente en la exhibición del realismo -mal definido y peor comprendido- como baluarte y posta de un modo de hacer propio (cuando no patrio). Y como además la propensión hacia el tópico se ha convertido en sesgo intelectual de lo "típico", el continuo desmentido que la tradición poética de nuestro país ha opuesto a tales expresiones del "realismo nacional" no ha gozado de la oportunidad de prosperar, siquiera sea por la vía de la simple lectura y la demostración empírica que tal acción -a lectura de las obras- hubiera propiciado. Se nos ocurren, a bote pronto, diez o doce nombres de relevancia -lo que no es poco- capaces de conculcar la teoría del dominio realista no sólo en diferentes territorios, sino también desde diversas generaciones a lo largo de los últimos cien años. Una poética de lo imaginario, así pues, que en la lírica española asegura la continuidad de este modo de hacer tanto desde un punto de vista geográfico como desde la perspectiva temporal.

En el siglo XX y en lo que corre del XXI, nombres que van desde Juan Ramón Jiménez, Luis Cernuda o Jorge Guillén, hasta poetas del presente más vivo como Vicente Valero o Melchor López, Gimferrer o Masoliver Ródenas, Francisco León o José Luis Rey, pasando por Juan-Eduardo Cirlot, Vicente Gaos, Francisco Pino, Carlos Edmundo de Ory, Ángel Crespo, José Ángel Valente o Claudio Rodríguez, componen una suerte de tradición interna de la poesía española de nuestro tiempo que desmiente el lugar común realista aupado a voces por intereses ideológicos, concesiones al mercado y ambiguas autocomplacencias. Es más: la lista de los jóvenes resulta hoy tan amplia que quizá permita hablar en breve de un verdadero cambio de paradigma.

No conviene, con todo, ignorar la muy impuesta perspectiva "realista" ni desdeñarla como inocua. Y sólo desde ella cabe entender el silenciamiento al que la escritura de imaginación se ha visto abocada. Pareciera que en un mundo en el que la técnica y los medios de distribución permiten la entrega de territorio a todas y cada una de las voces (tengan o no algo que decir siempre que posean el deseo del hablar), no quedara ya ni un mínimo resquicio para la voz. Es quizá esta la razón del profundo lamento -pero que se convierte inmediatamente en serena reivindicación- al que hace referencia Yves Bonnefoy cuando afirma que es necesario que hablen "aquellos que conservan en la memoria las necesidades fundamentales de la existencia", porque es a ellos "a quienes es esencial escuchar". Pocas obras, en la poesía española contemporánea, más pertinentes para ese ejercicio de escucha que la de Andrés Sánchez Robayna. Pocas que, como la suya, sean capaces "de preservar la bondad de la esperanza" y "la existencia en una tierra que guarda la mayor parte de su misteriosa belleza".

Al cúmulo de octubre, la antología que recientemente ha presentado la colección Visor de poesía, supone una rigurosa tentativa en la poesía española, otra más, para desprenderse de las exigencias del realismo oficialista y abrazar, a cambio, la realidad sin bridas, la realidad entera: ese lugar que convierte al lector en esa peculiar caja de resonancia de las imágenes amadas que es la poesía, el lugar de intermediación entre el mundo ofrecido y la posibilidad del mundo soñado, y en el que asistimos a un aprendizaje, a un conocimiento y a una forma de conocer decisivos. Ese territorio en el que, en palabras de Gilbert Durand, "la imaginación reinstala el orgullo humano del conocimiento fáustico en los límites gozosos de la condición humana" (La imaginación simbólica, 1964). O, en palabras del propio Sánchez Robayna: la realidad de una "palabra en la que, en efecto, el ser sobre la tierra ingrese en un mundo preciso, donde la luz y la memoria vuelvan a decir un mundo habitable, la casa luminosa de la unificación de los mundos".

Desde esta perspectiva aquí sólo esbozada, según la cual la poesía no es estrictamente conocimiento, sino también lugar de realización del conocimiento, nos interesa abundar aún en algunas de las claves que, a lo largo de la trayectoria poética de Sánchez Robayna, han constituido, a contracorriente de modos de decir generalizados, el centro de radiación de su obra y que, en esta antología, cobran una relevancia interna que permite verlas de modo más eficiente acaso que en la lectura de la poesía reunida del autor, En el cuerpo del mundo. Esta última afirmación requiere ciertas matizaciones: aunque se ha dicho que no hay poeta que no mejore en antología, por cuanto la selección a la que obliga este tipo de trabajo actúa como decantador de logros e intenciones de la obra, no es menos cierto que el modo compositivo en el que se ha registrado la obra de Sánchez Robayna desde su inicio nunca ha carecido de relevancia y no permite aceptar la idea de "selección" sin incurrir en poderosas contradicciones. En la poesía del autor de Palmas sobre la losa fría, el proceso creativo se organiza a través de una coherente y muy marcada estrategia estructural y "serial". Es el propio Sánchez Robayna el que ha insistido en múltiples ocasiones acerca de la importancia que concede a la fisicidad del lenguaje, el perfil sonoro y la textura material de la palabra. Es esta una idea en la que el autor ha tenido que insistir a menudo a lo largo de los años, puesto que, cuando no ha sido aceptada más que como una suerte de argumento retórico, ha sido pobremente interpretada o abiertamente incomprendida. Sin embargo, nuestro poeta ha sido especialmente puntilloso en este aspecto: en el epílogo a En el cuerpo del mundo, por ejemplo, afirma que "la iluminación de la poesía se da en la palabra, como si la carnalidad de la palabra fuera del todo imprescindible para acceder a un conocimiento otro, a lo que he llamado el conocimiento de lo impensable. Pero es esa carnalidad, esa materialidad, lo que nos permite recordar en todo momento la propia materia del mundo; lo que hace posible, por otra parte, que la palabra no se pierda en los pliegues de una extrema idealidad, esto es, en un mundo de abstracciones, de figuras o de imágenes plenamente alejadas ya de lo que constituye una buena parte del impulso primigenio de lo poético, que no es otro que el hechizo de la fisicalidad del mundo". Pues bien, sería ingenuo pensar que esa impronta que posee la materialidad del signo en la concepción poética de Sánchez Robayna detuviera aquí su entera vibración.

Del mismo modo que hay un tejido sonoro en la sílaba y una carnalidad en la palabra, hay una estructura rítmica en el verso, una causa musical interna en el poema y una secuencia compositiva en el libro. Más aún, en el caso del poeta de La roca, puede hablarse también de un ritmo interno, es decir, de una fisicidad inherente y natural -es decir, involuntaria pero presente-, en el conjunto de la obra toda, de tal modo que desde la mínima nenia de una letra hasta la superestructura que forma el conjunto de los poemarios, todo, en esta obra lírica, ha ido a ocupar su lugar, en el tiempo y en el espacio, para cumplir con la idea de que la poesía aspira a "una trascendencia que golpea todos los costados del ser del lenguaje". Apartar o aislar, así pues, poemas concretos o series completas del contexto o el marco en que se insertaron en su momento, no deja de ser una cuestión controvertida, pues en la concepción de Sánchez Robayna cada libro responde a una poderosa unidad y construye, a partir de ésta, un sistema de espejeos y reminiscencias que inevitablemente resultan transformados cuando se contemplan exentos. Y es aquí, precisamente, en ese territorio complejo y áspero en el que se subvierten y quiebran muchas relaciones naturalmente asentadas a lo largo de la vida del poema, en ese espacio físico a punto de convertirse en verdadera "geografía", donde Al cúmulo de octubre adquiere su sentido más completo: Sánchez Robayna no ha elaborado una antología de su propia obra, sino que ha construido, para el lector atento, un nuevo libro de poemas: estrictamente, un libro de libros, o mejor aún, un libro del libro. Pocas veces en la poesía española estamos ante una obra completa tan exigente con su antólogo. Pocas veces como ésta el resultado de un ejercicio de selección construye una realidad tan coherente y sugestiva, que no sólo no modifica los valores acreditados por el conjunto mayor, sino que los intensifica y los renueva para construir no un nuevo sentido, sino una condensación amplificada del sentido original.

Volvamos, para terminar, a las palabras de Yves Bonnefoy al frente de este libro: "La gran poesía no sólo transgrede los espejismos que no dejan de turbar -de oscurecer- las representaciones parciales enmarañadas en nuestras lenguas analíticas, sino que va lo más directamente posible a la flor que florece, al amanecer que despunta, al niño que juega, a la desgracia que golpea, a las alegrías que dan ánimo". En ese ápice del mundo, en ese lugar decisivo de lo real, la poesía de Sánchez Robayna amplía y condensa su sentido, le ofrece una forma nueva a la palabra siempre naciente.

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