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El arte del que cura

Salamandra publica las exitosas memorias del neurocirujano británico Henry Marsh y Alianza hace lo propio con las del escritor ruso Mijaíl Bulgákov

En la tetralogía literaria José y sus hermanos de Thomas Mann, un médico egipcio, después de advertir que el hijo predilecto del patriarca Jacob tiene dotes especiales para ayudar a sus semejantes, dice a José: "El arte del que cura y el del escritor deben ir de la mano: cada uno derrama luz sobre el otro y ambos se benefician de su mutua proximidad. Un médico que posea el arte del escritor sabrá consolar mejor a aquél que se revuelca en la agonía: a la inversa, un escritor que conoce la vida del cuerpo, sus jugos y fuerzas, venenos y facultades, posee una gran ventaja sobre el que nada entiende de estas cosas. Imhotep era un médico y escritor de esta índole".

A la misma categoría pertenecen los casos del ruso Mijaíl Bulgákov y del británico Henry Marsh, dos médicos y escritores que coinciden estos días en la mesa de novedades de las librerías con Diario de un joven médico (Alianza) y Ante todo, no hagas daño (Salamandra), respectivamente. Bulgákov, licenciado a los veinticuatro años en la Universidad de Kiev y especializado en enfermedades venéreas e infecciosas, recoge en su diario nueve narraciones extraídas de sus experiencias como médico rural a principios de la revolución rusa. Se trata de un clásico indiscutible que aborda con sencillez las vicisitudes de un joven médico sin apenas experiencia y sin recursos, "arrojado directamente del pupitre universitario a un remoto lugar en el campo".

En los casos clínicos narrados, Bulgákov exhibe una prosa pulida y transparente, desprovista de artificios y llena de hondura. Ello no quita para que en algunos pasajes aflore el humor negro, como cuando se explaya describiendo los efectos de la sífilis en el cuerpo de un paciente que no le cree y le mira en todo momento de lado, "como mira con su ojo redondo una gallina cuando oye una voz que la llama. En ese ojo redondo descubrí, con gran asombro por mi parte, desconfianza. [...] Transcurrieron unos minutos todavía y, cuando a toda prisa me dirigía en busca de cigarrillos por el pasillo que va de mi consultorio a la farmacia, oí un ronco murmullo: No es bueno. Es joven. Le digo que tengo la garganta cerrada, ¿comprendes?, y él no hace más que revisarme, revisarme... El pecho, el estómago... ¡Oh, Dios! Me duele la garganta y él me da un ungüento para las piernas".

En Ante todo, no hagas daño, título tomado de una frase atribuida al médico griego Hipócrates de Cos (según algunos fue el primero en clasificar las enfermedades en agudas, crónicas, endémicas y epidémicas), el neurocirujano Henry Marsh hace un recuento deslumbrante y escalofriante a partes de iguales de su dilatada carrera plena de éxitos, pero también de errores. De hecho, Marsh recuerda sus errores más vívidamente que sus éxitos, acaso porque los errores lo mantienen con los pies en la tierra: "La vida de un neurocirujano nunca es aburrida y puede resultar profundamente gratificante, pero se cobra su precio. Es inevitable que uno acabe cometiendo errores, y debe aprender a vivir con las consecuencias, a veces espantosas. Debe aprender a ser objetivo ante lo que ve y, al mismo tiempo, no olvidar que está tratando con personas".

Para Marsh el arte del que cura consiste en equilibrar y dosificar, para ello es necesario elegir, decidir, conforme al legado hipocrático que estableció que la propia naturaleza del enfermo es el médico de la enfermedad y el arte consistía en favorecerla y no interferir en su acción ni perjudicar al enfermo. En la misma línea de pensamiento están El banquete, donde Platón dice que "el médico debe hacer que el médico que lleva el paciente consigo, que es la naturaleza, lo cure", o la Ética a Nicómaco, en la que Aristóteles se refiere a los razonamientos que han de guiar nuestra conducta y observa que deben "exigir razonamientos adecuados a la naturaleza de la materia de que se trata", y concluye que en "lo concerniente a la actividad y lo que la favorece no tiene fijeza ninguna, igual que lo que se refiere a la salud".

En Ante todo, no hagas daño, Marsh compara la neurocirugía con el trabajo de desactivación de explosivos, con las mismas consecuencias catastróficas que tiene cualquier error: "La neurocirugía es peligrosa, y la tecnología moderna no ha hecho sino reducir el riesgo hasta cierto punto. Para la cirugía cerebral, por ejemplo, suele utilizarse la llamada neuronavegación, una especie de GPS del cerebro. Esta técnica utiliza unas cámaras de infrarrojos que, como satélites en órbita alrededor de la Tierra, enfocan la cabeza del paciente. [...] Aun así, pese a toda esa tecnología, la neurocirugía sigue siendo peligrosa. Cuando mi instrumental penetra en el cerebro o la médula espinal son necesarias la destreza y la experiencia, y uno tiene que saber cuando parar. A menudo, incluso es mejor dejar que la enfermedad del paciente siga su curso natural y no operar siquiera".

Son raros los libros valientes y honestos como Ante todo, no hagas daño, considerado ya un clásico de la literatura médica (obtuvo los premios PEN Ackerley y South Bank Sky Arts y fue finalista del Costa Book Award, el Guardian First Book Award y el Samuel Johnson de no ficción), en el que Marsh se convierte en sus páginas en médico y paciente, para hablarnos de términos tan recurrentes en el ámbito clínico como Pineocitoma, Hemangioblastoma, Ependimoma, Fotopsia, Astrocitoma u Oligodendroglioma. Las historias que narra no sólo son conmovedoras, sino que también dan testimonio del coraje y de la valentía con que médico y paciente se enfrentan a la enfermedad. Ante todo, éste es un libro que nos hace tomar plena conciencia de la fragilidad de nuestras vidas.

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