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CONTRA LOS PUENTES LEVADIZOS

El eco de tu nombre

Si tuvo algo claro fue para quién escribía. Escribir era su trabajo, en el sentido que Simone Weill daba a la palabra "trabajo"

El escritor italiano Umberto Eco. LA PROVINCIA / DLP

Si hay un escritor cuyos libros producen eco en aquellos que los ha leído ése es sin duda el italiano Umberto Eco, fallecido la semana pasada a los 84 años, dejando tras de sí una huella imborrable que otros han seguido (apunten este nombre, Antonio Moresco, y estos títulos, La lucecita, La cebolla y El volcán) y que ha quedado plasmada en obras como El nombre de la rosa, El péndulo de Foucault, Baudolino, La misteriosa llama de la reina Loana, El cementerio de Praga o Apocalípticos e integrados, una colección de ensayos en la que Eco se planteaba el problema de la doble postura ante la cultura de masas: la de los apocalípticos, que ven en ella el signo de una caída irrefrenable, y la de los integrados, que creen que el acceso de todos a la cultura es uno de los mecanismos fundamentales de inclusión social.

Si Eco tuvo algo claro fue para quién escribía. Escribir era su trabajo, en el sentido que Simone Weil daba a la palabra "trabajo", como la acción con la que se recrea una vida. Por eso era tan importante para él escribir teniendo presente a los posibles lectores. En Confesiones de un joven novelista (escrito cuando ya no era joven, a punto de cumplir los 80 años), Eco escribió que: "No me cuento entre los malos escritores que dicen que sólo escriben para sí mismos. Lo único que los escritores escriben para sí mismos son las listas de la compra, que les ayudan a recordar lo que tienen que comprar y pueden tirar después. Todo el resto, incluidas las listas de la lavandería, son mensajes dirigidos a alguien. No son monólogos; son diálogos".

Hablando de diálogos, Eco era un gran conversador, ameno y erudito como pocos, tal como demostró en Nadie acabará con los libros, en el que el escritor y semiólogo italiano dialoga con el escritor y guionista francés Jean-Claude Carrière, guiados por las preguntas del periodista Jean-Philippe de Tonnac, sobre el futuro del libro. Para el autor de Número Cero, último título publicado por Eco en nuestro país, el futuro del libro no era digital o papel, sino digital y papel: "El libro es como la cuchara, el martillo, la rueda, las tijeras. Una vez se han inventado, no se puede hacer nada mejor. El libro ha superado la prueba del tiempo. Quizá evolucionen sus componentes, quizá sus páginas dejen de ser papel, pero seguirá siendo lo que es".

Al igual que Voltaire en el Siglo de las Luces, Eco murió siendo rey sin corona de la Europa intelectual, líder indiscutible de un siglo, el XX, con más sombras que luces y el más demoledor de los muchos jueces que ha tenido la manipulación y la corrupción. Bien mirada, su obra es extraña y extemporánea, lejos de modas y operaciones comerciales, precisamente porque pugnó desde sus inicios por hallar el registro perenne, y vaya si lo consiguió. De todas sus novelas, me quedo con El nombre de la rosa. Y de todas sus frases, con ésta que el fraile franciscano Guillermo de Baskerville le dirige a su discípulo: "Huye, Adso, de los profetas y de los que están dispuestos a morir por la verdad, porque suelen provocar también la muerte de muchos otros, a menudo antes que la propia, y a veces en lugar de la propia".

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