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La segunda vida de los clásicos

De un tiempo a esta parte, los clásicos se ponen de moda gracias a nuevas traducciones y adaptaciones gráficas que se ajustan a los gustos más variados

Decía Italo Calvino, en Por qué leer los clásicos, que un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir. Tal vez por eso, de un tiempo a esta parte los clásicos han vuelto a ponerse de moda. Aunque nacieron hace siglos, y muchas veces parecen causar temor de entrada, siguen seduciendo a los lectores. De ahí que haya algunas editoriales, como Alba Clásica, especializadas en devolverles a la vida en nuevas traducciones. Es el caso de las recientes versiones de Los apuntes de Laurids Malte Brigge de Rainer Maria Rilke, Las alas de la paloma de Henry James y El arco iris de D.H. Lawrence, a cargo de Juan de Sola, Miguel Temprano García y Catalina Martínez Muñoz, respectivamente.

Para algunos, los títulos clásicos son siempre sacrosantos y prefieren dejarlos como están, cubiertos con el polvillo de los siglos. Naturalmente, esto ocurre cuando un clásico es tomado por lo que no es: el Nuevo Testamento. La lectura de un clásico, cito de nuevo a Calvino, debería "depararnos cierta sorpresa en relación con la imagen que de él teníamos". Esta es la misión que se han propuesto editoriales como Nórdica Libros y Libros del Zorro Rojo. Nórdica ha publicado en los últimos meses El hombre que pudo reinar de Rudyard Kipling, Diario de un hombre superfluo de Iván Turguénev y La llamada de lo salvaje de Jack London, con ilustraciones de Fernando Vicente, Juan Berrio y Javier Olivares, respectivamente.

Libros del Zorro Rojo, por su parte, ha recurrido a los artistas plásticos Francisco Meléndez y Tom Burns para ilustrar Los diarios de Adán y Eva de Mark Twain y La trilogía de Nueva York de Paul Auster, respectivamente. Aunque la trilogía de Auster es una antología de novelas policíacas (Ciudad de cristal, Fantasmas y La habitación cerrada), publicadas entre 1985 y 1987, se ha ganado el término "clásico" por estar ya ubicada en una continuidad cultural. Algo parecido sucede con la adaptación a novela gráfica del best-seller juvenil Coraline (Roca) de Neil Gaiman, ilustrada por P. Craig Russell, llevada al cine en 2009 por Henry Selick con el título Los mundos de Coraline.

En las novelas gráficas también hay cabida para los clásicos literarios. La editorial Salamandra ha publicado recientemente una adaptación iconográfica de Suite francesa de Irène Némirovsky, inédita hasta 2004, con viñetas de Emmanuel Moynot, un clásico del cómic francés, que ha echado mano del blanco y negro para transmitir la fuerza y la urgencia de la obra original de Némirovsky, asesinada en Auschwitz en 1942. También la editorial de cómics Astiberri, creada en 2001, ha puesto en imágenes La metamorfosis de Franz Kafka, con una treintena de ilustraciones del dibujante valenciano Paco Roca, quien he hecho caso omiso de las palabras de Kafka a su editor: "¡Esto no, por favor! No quisiera reducir su poder de influencia, sino sólo exponer un deseo, debido a mi evidente mejor conocimiento de la historia. El insecto mismo no puede ser dibujado. Ni siquiera puede ser mostrado desde lejos".

Todas los clásicos son susceptibles de ser adaptados, renovados, reinterpretados, y Jane Austen no es ninguna excepción, lamentablemente. Y digo lamentablemente porque en algunos casos, no digo todos (véase la magnífica edición de Galaxia Gutenberg de Mansfield Park, con ilustraciones de Fernando Vicente), el resultado obtenido no es generoso con Austen, a quien Virginia Woolf calificó como "la artista más perfecta entre las mujeres". Ahí están, para corroborarlo, adaptaciones grotescas como Orgullo y prejuicio y zombis (Umbriel) de Seth Grahame Smith, o ridículas como Crimen en Mansfield Park (Booket) de Lynn Shepherd, en la que Fanny Price, la tímida y complaciente protagonista de Mansfield Park, es aquí una rica y malcriada heredera, y Mary Crawford, de quien se enamora Edmund Bertram, un ser bondadoso que sufre todo tipo de humillaciones a manos de su vengativa vecina.

Si hay un escritor ilustrado, dicho sea en el amplio sentido de la palabra, ese es sin duda Miguel de Cervantes. Con motivo del 400 aniversario de su muerte, se vuelven a reeditar sus obras, se adaptan al cómic e incluso se reescriben, como es el caso de Don Quijote de La Mancha, que el escritor Andrés Trapiello ha acomodado al castellano que hablamos hoy en día. En el prólogo de la edición, publicada por Destino, Mario Vargas Llosa afirma que: "En la versión de Trapiello la obra de Cervantes se ha rejuvenecido y actualizado [...] sin dejar de ser ella misma, poniéndose al alcance de muchos lectores a los que el esfuerzo de consultar las eruditas notas a pie de página o los vocabularios antiguos, disuadían de leer la novela de Cervantes de principio a fin. Ahora podrán hacerlo, disfrutar de ella y, acaso, sentirse incitados a enfrentarse, con mejores armas intelectuales, al texto original".

Naturalmente, Vargas Llosa lo dice porque no es La ciudad y los perros, La casa verde o Conversación en La Catedral la que Trapiello rejuvenece y actualiza al castellano actual. "Bien predica", se lee en El Quijote, "quien bien vive". En cierto modo, el premio Nobel de Literatura peruano le da la razón a Calvino cuando éste asegura que "leer los clásicos parece estar en contradicción con nuestro ritmo de vida, que no conoce los tiempos largos, la respiración del otium humanístico, y también en contradicción con el eclecticismo de nuestra cultura", que da por bueno el rechazo de todo lo que no se ajuste a un determinado canon deseable. Pero eso es otra historia que contaré a su debido tiempo.

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