La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

lecturas novedades

Violaciones, abismo y Bach

El libro 'Instrumental' (Blackie Books), que relata la estremecedora y emocionante biografía de James Rhodes, alcanza la segunda edición en España

Violaciones, abismo y Bach

El libro más estremecedor, cruel e imprescindible de los últimos meses es Instrumental (Blackie Books, 2015). Estas memorias tempranas del pianista clásico James Rhodes (Londres, 1975) no habrían existido sin la monstruosidad y miserias que retrata y, con toda su crudeza y falta de concesiones, constituye uno de los retratos más lúcidos y honestos sobre las razones por las que hacer frente a los demonios. Instrumental no es un relato de superación; es mucho más que eso. Basta para justificar que su lanzamiento abriese paso en un suspiro a una segunda edición en España, y que Rhodes corone carteles de festivales como el Sónar, donde brindará un repertorio clásico al público electrónico.

Hablar de Rhodes es hablar del intérprete menos clásico de la música clásica, quien convirtió su amor por Bach y Beethoven en la misión de revolucionar la música clásica contra los convencionalismos de un universo anclado en las rigideces de comienzos del siglo XX. Por eso, Rhodes toca en vaqueros y tejanos, lee sus partituras en el iPad y se dirige al público entre movimientos para relatar anécdotas sobre Schumann, Rachmaninov o Brahms. "No dejes que unos pocos imbéciles vetustos y endogámicos impongan cómo debe presentarse esta música inmortal, increíblemente maravillosa", escribe este virtuoso del piano.

Para quien no tenga nociones sobre sus memorias, Rhodes relata en Instrumental cómo sufrió violaciones reiteradas en el colegio por parte de su profesor de gimnasia desde los seis a los 10 años. Un infierno que se perpetuó en episodios encadenados de drogas, alcohol, autolesiones, ingresos psiquiátricos e intentos de suicidio, así como diversas operaciones de espalda por los terribles daños causados por las agresiones sexuales.

Y en el ojo de la espiral, la vergüenza, la culpa, la ansiedad y el vacío como el peor de los legados del "Everest de los traumas", en palabras del autor, que empaña cada rasgo de la existencia de manera irreversible y permanente, "como una mancha que nunca desaparece". "Me utilizaron, me follaron, me destrozaron, me manipularon y me violaron desde los seis años. Una y otra vez durante años. Y así fue cómo pasó", anuncia en el libro.

Instrumental sufrió grandes vicisitudes en su proceso de publicación al ser sometido a un pleito judicial alentado por la ex mujer de Rhodes, quien adujo que su contenido podía ocasionar daños al hijo común de ambos. Tras muchos meses de lucha, con el apoyo de sus amigos Stephen Fry y Benedict Cumberbatch, el Tribunal Supremo ratificó su postura y determinó que las memorias viesen la luz. "Alguien que ha sufrido lo que él ha sufrido, que ha luchado tanto contra las consecuencias de su sufrimiento, tiene derecho a contárselo al mundo", rezaba el veredicto.

Y no cabe duda de que el testimonio de Rhodes, que relata en un lenguaje coloquial, llano y directo como un zarpazo, se dirige sobre todo a todas aquellas personas que han atravesado cualquier forma de infierno para recordarles que sí, que se sobrevive. Y que hablar de ello es urgente, importante, posiblemente la única manera de poder mirar a los fantasmas a la altura de los ojos contra la distorsión de los estigmas y la culpa. Pero el precio de esa redención es alto. "Ni siquiera estoy seguro de que escribir este libro me haya ayudado en absoluto", manifiesta el pianista. Y de eso trata Instrumental.

Si Instrumental es un libro inmenso es porque reconoce lo que todos tememos: que vivir en la verdad, redimirse, mirar la vida a la cara, como decía Virginia Woolf, es una tarea titánica, requiere años de esfuerzo y ni siquiera garantiza una plaza en el paraíso. Lo fácil es acomodarse en el agujero y observar la vida desde la torre. Es posible que este libro comportara al autor una suerte de catarsis, pero ni siquiera un acto de valentía con la acogida de Instrumental tiene el poder de cerrar las puertas del pasado. "Siempre estoy a dos malas semanas de un pabellón cerrado", escribe Rhodes. Pero, poco a poco, se irían abriendo otras ventanas.

En su ejercicio de desnudez, el pianista reconoce que las drogas, los dibujos en los brazos con cuchillas de afeitar, los cócteles de medicamentos más whisky sin receta, cumplieron una función. Una espiral autodestructiva para ahogar "aquello que casi siempre me acompañaba de forma permanente". "Una adicción más destructiva y peligrosa que cualquier droga, que casi nunca se reconoce, de la que se habla aún menos. (?) Es todo un arte, una identidad, un estilo de vida que te brinda una infinita capacidad de sufrimiento. Es el victimismo". Rhodes afirma que "los abusos te convierten en un superviviente de por vida" y describe con agudeza los poderes de manipulación que desarrolla una personalidad trastornada, narcisista, como escudo de supervivencia. Precisamente hoy, la sobreexposición en redes y nuestras dificultades para leer las propias emociones nos lleva a coleccionar personalidades, como el Zelig de Woody Allen, para sobrevivir bajo sus capas a la complejidad de las relaciones con los otros. Es mucho lo que se pierde en esa renuncia a quien uno es.

Cuando nace su hijo, a Rhodes le sorprenderá su capacidad para amar de manera incondicional, pero la vida tampoco le protegerá del peligroso reverso de ese amor: cuando su hijo cumple seis años, tendrá que hacer frente a cómo los ecos de su pasado se transforman en gritos. Al fin y al cabo, las verdaderas consecuencias del infierno llegan después del infierno. Y podría decirse que Rhodes las recorrió todas. Pero entonces, tocaría ya hablar de música.

"La música es la respuesta a aquello que no la tiene", sostiene. Y es que en la oscuridad de aquel cuarto sin ventanas que rompió su infancia, Rhodes encontró un único refugio en el casete de una grabación, con la versión para piano del segundo movimiento de la segunda partita para violín de Bach, la Chacona. A partir de entonces, la música siempre volvería a su vida en ráfagas para recordarle que merece la pena remar hacia el otro lado del abismo. "La música logró tocar algo en mi interior. Yo tenía algo destrozado en mí, pero esto lo arregló". Tras agotar todas las estrategias para evadirse del dolor y comprender que no podía rehuirlo, Rhodes descubre algunas razones por las que merece la pena tolerarlo: el amor incondicional a su hijo, la Chacona de Bach y la complicidad de Hattie -"Estoy convencido de que una buena mujer puede salvar a un hombre-". Y decide que la suya será una existencia dedicada "a la música y más música".

Sin embargo, la creatividad es un arma de doble filo; se basa en la reconcentración en uno mismo, una firme disciplina y mucho tiempo a solas, el escenario favorito de los demonios. Pero es la herramienta más profunda y verdadera para vivir en el aquí y ahora, para dar algo al mundo en lugar de vivir hacia dentro, volcados en el hiperconsumo, los placeres inmediatos, la pasividad de los realities o la proyección del propio rostro en las redes. Por eso, Rhodes cita a Bukowski: "Encontremos lo que nos encante y dejemos que nos mate". El camino es largo, pero no nos añadamos sufrimiento: el arte no es necesariamente la sublimación del dolor, sino que existe milagrosamente a pesar del dolor, como demuestra el legado inmortal de los clásicos. La música, como tantas formas de arte, puede llevar luz a sitios a los que nada más llega. Por eso vale la pena la apuesta, aunque a veces nos sintamos a dos semanas de un pabellón cerrado.

Compartir el artículo

stats