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CONTRA LOS PUENTES LEVADIZOS

Una vida en cartas

Retrato del escritor Francis Scott Fitzgerald. LA PROVINCIA / DLP

Al final de sus días el autor de El gran Gatsby escribió: "Vivo en el apartamento más pequeño que puedo sin parecer pobre, un lujo que no me puedo permitir en Hollywood". El guapo, el entusiasta y el alegre Francis Scott Fitzgerald, que siempre había sido el niño mimado de Hollywood, el seductor de las mujeres más hermosas, ahora de repente, a los 44 años, quedaba excluido del éxito. Scott Fitzgerald nunca se recuperó de los sufrimientos que le causó la redacción de Suave es la noche, sobre el ascenso y caída de Dick Diver, un joven y prometedor psicoanalista, y su mujer, Nicole, trasuntos del propio Fitzgerald y su esposa Zelda Sayre, recluida en el Hospital Johns Hopkins de Baltimore, en Maryland, a causa de sus brotes de esquizofrenia que desembocaron en una patente locura que convirtió la vida del escritor en un infierno y lo empujó al alcohol.

A los 35 años Scott Fitzgerald se había convertido en un novelista frustrado (no pudo acabar su novela El último magnate, aunque fue publicada de forma póstuma en 1941 por su amigo Edmund Wilson, y adaptada al cine en 1976 por Elia Kazan), presa del olvido y alcoholizado hasta sufrir dos infartos, el último mortal, el 21 de diciembre de 1940. Diez años antes había escrito: "Estoy harto por igual de la vida, el licor y la literatura", como si sospechase que la tragedia estaba en su ADN y no podía hacer nada contra ella. Al menos eso es lo que se desprende de la lectura de El arte de perder, una selección de cartas publicadas por el sello Círculo de Tiza, muchas de ellas traducidas por primera vez al español, que trazan el camino del genio hasta la bancarrota total.

Tengo que reconocer, aunque esta afirmación probablemente esté condicionada por un gusto que de tan personal no aspira a ser explicable, que siempre he sentido debilidad por las epístolas, desde la desgarradora misiva que Oscar Wilde escribió a su amante Lord Alfred Douglas desde la cárcel de Reading, De profundis, hasta estas cartas donde Scott Fitzgerald se deja el alma a jirones. En una carta dirigida a su agente Harold Ober, el 13 de mayo de 1937, escribe: "La vida me ha tenido en vilo por un tiempo. Rechazaron un cheque mío en el banco y después otro y después nuevamente el primero. No había dado propinas a los asistentes durante seis semanas, ni pagado al mecanógrafo, al farmacéutico, al médico, etc. Cada vez que llega el correo hay una carta de demanda. En resumen, la breve y simple historia de los pobres".

Scott Fitzgerald se codeó (y se carteó, verbo en desuso) con la flor y nata de la inteligencia artística del siglo XX, con autores como Ernest Hemingway, Willa Cather o Gertrude Stein, pero nunca se sintió uno de ellos. En una carta dirigida a la autora de Ser americanos, novela por la que sentía predilección, escribe: "Soy de muy segunda línea comparado con la gente de primera; me indigno y tengo casi todos los demás defectos serios y, la verdad, me da escalofríos pensar que una escritora como usted le dé tal importancia a mi artificial y frívola A este lado del paraíso". Scott Fitzgerald escribió siempre desde la desubicación radical, como si no encontrase su sitio.

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