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Mujer y lectura, una fructífera relación

Stefan Bollmann recoge una historia sucinta, si bien sustanciosa, de las razones que la sociedad dominante de cada época esgrimía para impedir el acceso de las mujeres a la educación

Mujer y lectura, una fructífera relación

En un estudio ya clásico, The Rise of the Novel (1957), el británico Ian Watt propone que las mujeres conocieron el ocio debido al desarrollo de la Revolución Industrial, cuando la proliferación de máquinas las reemplazó progresivamente en lo que habían sido sus trabajos cotidianos: hilar, tejer, confeccionar ropa y zapatos, amasar y cocer el pan, etc, etc. ¿Qué podían hacer con el nuevo tiempo libre las mujeres burguesas, que no podían acceder a unos estudios reglados, ni emprender un negocio, ni incorporarse a las empresas familiares? Poco más les quedaba que buscar en la literatura el reflejo de sus preocupaciones, de sus vivencias cotidianas y de sus miedos, y mutatis mutandis impulsaron, como lectoras, el surgimiento de un nuevo género literario: la novela.

Muchas fueron las que se animaron a tomar la pluma e inscribirse directamente en el campo de la prosa; son muchísimas más de las que recoge la historia de las diferentes literaturas nacionales, aún sumando las notas a pie de página. Pero, obviamente, la mayoría de las mujeres se limitaron a disfrutar del placer de la lectura. A éstas dedica Stefan Bollmann el libro que hoy reseñamos. Bollmann es también autor de Las mujeres que leen son peligrosas (2005) y Las mujeres que escriben viven peligrosamente (2006), entre otras obras de tema semejante.

Mujeres y libros va desde el siglo XVIII al momento presente, que dedica a descifrar el porqué del éxito de Las cincuenta sombras de Grey (2011) de E.L. James. Por el camino Bollmann recoge el testimonio de lectoras ilustres como Mary Wollstonecraft, Jane Austen, Virginia Woolf o Susan Sontag, y se explaya con las citas, abundantes e inteligentes, que éstas y otras autoras nos proporcionaron sobre la importancia vital de la literatura.

El libro, restringido al ámbito de Inglaterra, Alemania, Francia y Estados Unidos, es también una historia sucinta, si bien sustanciosa, de las razones que la sociedad dominante de cada época esgrimía para impedir el acceso de las mujeres a la educación, y, por tanto, a su independencia económica, intelectual y psicológica.

Pero debido a la creciente importancia de la industria editorial y a que aprender a leer se llegó a promover en las fábricas por razones prácticas, cada vez más mujeres accedieron a la letra escrita a partir del siglo XVIII, bien porque leían o porque escuchaban en las lecturas colectivas. El nacimiento y auge de las bibliotecas públicas y circulantes y la venta de novelas por entregas y por suscripción constituyeron un factor fundamental en la relación de las mujeres con la literatura.

Se inicia así una fase primordial de socialización de las mujeres y de democratización de su lugar en el mundo; esto les abre las puertas a unos procesos de autoconocimiento que poblarán la historia de la novela y marcarán el desarrollo de los presupuestos culturales. "Leer", dice Bollmann, no sólo era "un medio para desatar emociones", sino también la mejor manera de que las mujeres participaran en la vida en comunidad. En la lectura privada y comunal, las mujeres "accedían a un universo de sentimientos y modelos de conducta" que les mostraban otros mundos y otras posibilidades y les decían que ser mujer no implicaba formar parte del regimiento de mujeres idénticas. "Las novelas les enseñaban cómo funcionaba la sociedad y cómo podían encontrar en ella su sitio e incluso cambiarlo". Porque, como dice el subtítulo del capítulo dedicado a la segunda mitad del siglo XX, por algo "leer significa inventarse".

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