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Algunas historias sicilianas

Relatos dispersos y 'cronachette' completan la biblioteca de Sciascia, el maestro de la sátira social de Italia. Para él sólo existían el conocimiento y la verdad

Algunas historias sicilianas

En su amarga y lúcida teoría sobre los cretinos, Leonardo Sciascia (Racalmuto, 1921-Palermo, 1989) llegó a proponerse instituir el Premio Thompson. El tal Thompson era un sujeto sobre el que Flaubert se mofó después de que grabase su nombre en grandes letras en la columna de Pompeya en Alejandría con el fin de ganar la inmortalidad incorporándose al monumento. El necio deseo de protagonismo está muy extendido, pensaba Sciascia, que se negaba incluso a que su nombre figurase en la fundación creada en memoria de su obra. Si viviera no dejaría de extrañarse de hasta qué punto su creencia se encuentra consolidada.

Para el autor de El día de la lechuza y Negro sobre Negro, cretino era una categoría superior de la idiocia. "Es la estupidez de veinticuatro quilates. Lo estúpido sólo es de dieciocho. Un cretino es un cretino, dos cretinos son dos cretinos, diez mil cretinos una fuerza histórica", confesó a Domenico Porzio, autor de Fuoco all'anima (Mondadori, 1992), un libro de conversaciones mantenidas el año que precedió a su repentina muerte y que se publicó a título póstumo.

Sciascia se esforzó en denunciar la mediocridad y la estupidez. Solía decir que el principal problema de Italia era haber caído en manos de los estúpidos que, como Thompson en la columna de Pompeya, se habían perpetuado en el poder, desde De Gasperi en adelante. Él mismo fue una víctima de la necedad en los últimos años de su vida tras publicar el 14 de enero de 1987 en el Corriere della Sera uno de los artículos más polémicos que se han escrito sobre los profesionales de la antimafia.

Poco más de dos años después, envuelto en un triste e injusto proceso de malinterpretación de sus palabras, se apagaría una de las voces más claras y precisas del mundo intelectual italiano de todo el siglo XX, además de una de sus conciencias más sólidas.

Periodista, escritor y analista de los hechos, Sciascia fue un ejemplo del compromiso civil y la protección del valor supremo de la verdad en un país carente de ella. La Italia más asociada a los valores éticos echa de menos su enseñanza moral e intelectual, así como la escritura sincrónica y culta, la concentración lacónica, la expresión mordaz y la erudición del escritor de Racalmuto. Para él, lo mismo que para Diderot, sólo existían el conocimiento y la verdad y, al igual que el ilustre enciclopedista del Siglo de las Luces, consideraba el primero un instrumento para alcanzar el segundo. Además de ser un hombre con cultura del Setecientos, Sciascia quiso estar también con su tiempo. Era un riguroso polemista de poderosa y lúcida inteligencia. Fue el verdadero puente de conexión de Sicilia con Europa. Combatió el "fascismo eterno", el "catolicismo manierista" y a los "cretinos de izquierdas", su servilismo oportunista, su indiferencia amoral, sus bandas y sus camarillas. Obviamente nunca tuvo el consenso de la Italietta mezquina, que lo consideraba un hereje.

El artículo, Los profesionales de la antimafia, incluido por Bompiani en uno de sus libros póstumos, A futura memoria (Se la memoria ha un futuro) dejó tras sí un reguero de pólvora en un país donde la duda ofende, sobre todo en asuntos relacionados con la mafia. Para Sciascia, la antimafia se podía convertir en un instrumento de poder.

El escritor ya había denunciado en uno de sus libros más esclarecedores de la realidad italiana, Negro sobre negro, publicado ocho años antes, la dejación de responsabilidad de los políticos sicilianos a propósito de Palermo: " ...donde la basura llega hasta las rodillas y la mafia al cuello (y no digamos la mafia por la que se interesa la antimafia), con el agua que no llega a los grifos...". En su artículo del Corriere della Sera, le reprochaba al alcalde democristiano de la capital siciliana, Leoluca Orlando, que se hubiera desocupado de los problemas de los palermitanos para exhibirse en reuniones, escuelas, congresos y manifestaciones. Y, al mismo tiempo, criticaba el nombramiento del juez Paolo Borsellino como procurador general de Marsala, no por tratarse de Borsellino, sino por el criterio seguido para su designación que había abochornado a miembros de la propia Magistratura. Sciascia, la conciencia moral de una isla y de un país, había estado siempre en contra de la mafia y en defensa de la dignidad humana. Pero de repente se encontraba acusando a Leoluca y Borsellino -al que asesinaron años después-, dos de las personas más queridas e implicadas en la lucha contra los mafiosos, de utilizar una causa noble para promocionarse públicamente. A Borsellino la popularidad le costó muy cara.

Los enemigos del derecho a discrepar o dudar le atacaron de manera inmisericorde y hasta miserable, sin saber que el tiempo acabaría dándole la razón. Primero, de manera indirecta, fue Indro Montanelli quien hizo suyos algunos de los planteamientos de Sciascia, al reprocharle al juez de Milán, Antonio Di Pietro, la utilización de Tangentopoli con fines personales. Después, el propio Leoluca Orlando y la viuda de Borsellino reconocieron que lo único que no había hecho Sciascia era equivocarse. En la actualidad, la mafia y la antimafia siguen siendo poderes paralelos con un importante auge en la vida social italiana.

Ahora, Gallo Nero publica Una comedia siciliana, colección de veinticinco relatos dispersos, incluso dos de ellos inéditos, sólo difundidos en revistas o antologías. El original titulado Il Fuoco nel mare, como otro de los cuentos del libro, vio la luz en 2010 en una edición de Paolo Squillacioti para Adelphi. Las historias y cronachette de este volumen están escritas entre 1947 y 1975, transitan desde la inmadurez de los inicios a la fortaleza intelectual del Sciascia más pletórico y lúcido. Extraídas del corazón de Sicilia, con sus vicios y virtudes, forman parte de la metáfora paisajística y existencial que el autor siempre eligió para sobrevolar su obra.

Por las páginas de la obra Una comedia siciliana - atención a la historia que da nombre al libro- desfilan la mafia, el fascismo, la corrupción (La estafa), la injusticia ( La paga del sábado), el ascenso social ( El legado ), el clero (Cómo piensan los obispos), la huella garibaldina (El silencio), la ocupación (Los alemanes en Sicilia), la guerra civil española, la leyenda de Cola Pez (El fuego en el mar) y hasta veladamente la historia amorosa de dos grandes del celuloidecomo fieron Rossellini y Bergman (Crónica de un amor). Con un compromiso desigual, todas ellas y el resto del volumen son piezas cortas brillantes, de propensión ensayística, a menudo teñidas de ese humor y la sátira social que hicieron de Sciascia un maestro inigualable.

Podría ser una lectura complementaria de aquel otro volumen El mar color del vino, con algún que otro altibajo y que, sin embargo, no puede faltar en la biblioteca de los devotos del gran escritor siciliano de la verdad incómoda que tuvo en los cretinos a sus principales detractores y en la sinrazón a su recalcitrante enemigo.

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