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Las musas sedientas

El sello Ático de los Libros publica 'El viaje a Echo Spring', ensayo de Olivia Laing sobre la relación entre la literatura y el alcohol

Las musas sedientas

Hoy en día ha caído en desuso la palabra "dipsómano" con la que era costumbre en las tertulias calificar, siendo yo niño, a cierto tipo de hombres. Tardé un tiempo en captar el sentido que los adultos daban a esta expresión. No se la aplicaban, por ejemplo, a aquellos hombres que bebían hasta caer de bruces en el suelo, sino a los que en su sangre se mezclaba por igual la tinta y el alcohol: los escritores. De Charles Bukowski, el autor de Escritos de un viejo indecente, se cuenta que sus borracheras rayaban en la adicción y en una ocasión llegó a ser hospitalizado con una úlcera sangrante muy grave. Bukowski no es el único escritor americano que ha tenido problemas con la bebida. De los diez premios Nobel de Literatura, cinco de ellos eran alcohólicos: Sinclair Lewis, Eugene O'Neill, William Faulkner, Ernest Hemingway y John Steinbeck.

No obstante, la unión más fértil entre alcohol y literatura se dio entre John Cheever y Raymond Carver, con estos dos autores la escritora y crítica literaria Olivia Laing comienza su magnífico ensayo El viaje a Echo Spring [Echo Spring es la marca de boubon que bebe Brick, el protagonista masculino de La gata sobre el tejado de zinc de Tennessee Williams], que acaba de publicar Ático de los Libros. Según Laing, Cheever y Carver se conocieron en 1973 en el hotel Iowa House cuando el primero llamó a la habitación del segundo con un vaso en la mano para pedirle "un poco de whisky". Ambos daban clases en el famoso Master de Escritura de la Universidad de Iowa, y a partir de ese momento se convirtieron en compañeros de borrachera que dos veces por semana se acercaban a la tienda de licores del pueblo más cercano a comprar whisky escocés.

A diferencia de su amigo Carver, que bebía para "aliviar las presiones de la mera supervivencia", Cheever bebía para reprimir su homosexualidad: "El peso de la mentira, de la necesidad de mantener una pasada identidad secreta siempre oculta no era simplemente un caso de ansiedad por proceder de una clase social más baja. Cheever vivía con el doloroso conocimiento de que sus deseos eróticos incluían a otros hombres, que estos deseos eran contrarios y hasta fatales para la seguridad social que tanto ansiaba, y que de por sí 'cualquier hombre guapo, cualquier empleado de un banco, cualquier joven repartidor era una pistola cargada apuntado a mi vida'. [...] ¿Quién no bebería en una situación así, para aliviar la presión de mantener una doble vida tan exigente?".

En el caso de Ernest Hemingway y Francis Scott Fitzgerald, que se conocieron en el Dingo American Bar de París en los años veinte, el alcoholismo hizo aparición en las noches de insomnio. Para los dos el alcohol tenía la capacidad de detener su horrible insomnio. Sin embargo, lo que para Hemingway constituía además un placer que en ocasiones podía cambiar sus ideas y hacer que se movieran en un plano diferente, para Fitzgerald era veneno. Así se lo contó Hemingway a Arthur Mizener, el primer biógrafo de Fitzgerald, en una carta: "El alcohol fue un veneno directo para Scott, en vez de un alimento". En su libro de memorias París era una fiesta, publicado póstumamente en 1964, Hemingway describe a Fitzgerald tambaleándose "durante todo el libro, como un alcohólico profesional".

Para Laing, Fitzgerald no era el único de los dos que era un alcohólico profesional: "Hemingway, quien llevaba borracho desde que tenía quince años y ponía más fe en el ron que en la conversación, tenía una relación tan peligrosa con el alcohol como la de Fitzgerald, incluso prescindiendo de las asombrosas cantidades de bebida que consumía con regularidad. Si se busca un ejemplo de negación absoluta de la propia enfermedad, los hay mucho peores que esta historia agridulce, en particular si tenemos en cuenta las circunstancias en las que fue escrita. [...] La escritura del libro se produjo cuando Hemingway se acercaba más que nunca a enfrentarse a los efectos perjudiciales del alcohol en su propio cuerpo". Lo que más engrandece este Viaje a Echo Spring es que, en lugar de contar cuantos tragos se tomó cada uno, Laing rinde tributo a las musas sedientas.

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