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El choque de dos mundos

Jérôme Ferrari novela en 'El principio' cómo la física cuántica alteró nuestra forma de conocer

¿La física cuántica es materia novelable? Un mundo que subyace a lo visible, en el que los acontecimientos se alteran con la presencia de quien los observa, que abre la puerta a la coexistencia de sucesos paralelos, de distintas vidas posibles, parece una pura ficción por más que sea el resultado de las mejores mentes de la humanidad centradas en desentrañar la auténtica composición de lo real. En ese territorio se adentra Jérôme Ferrari (París, 1968) en El principio, para componer un relato novedoso y distinto, que reflexiona sobre lo que hay detrás del hallazgo de la fuerza del átomo, intento también de romper la impenetrabilidad de Werner Heisenberg, uno de los físicos que trabajó en desentrañar ese poder intrínseco de la materia que puso en la mano del hombre la capacidad de la total autodestrucción.

El título hace referencia al principio de incertidumbre de Heisenberg, la idea de que no podemos determinar a la vez la posición exacta y el movimiento de una partícula. Como el profesor de Filosofía que es, Ferrari incorpora a su narrativa la materia que enseña. Su novela más conocida en España, El sermón sobre la caída de Roma, premio Goncourt de 2012 tomaba como excusa la reflexión de San Agustín sobre lo que fue un gran cambio de civilización para contar, en palabras de su autor, "el devenir de dos mundos de distintos". Una pretensión que persiste aquí cuando encara dos mundos, el real y el subterráneo vinculados por el nexo de uno de los develadores de este último. "Me resulta difícil comprender qué significa pensar, me cuesta comprender ya el lenguaje de los hombres más allá del cual se extiende el principio, pero dado que hay que expresarlo en el lenguaje de los hombres lo haremos así: la velocidad y la posición de una partícula elemental están relacionadas de tal forma que la precisión en la medida de una comporta una incertidumbre, proporcional y perfectamente cuantificable, en la medida de la otra". El Heisenberg de Ferrari, que se levanta a partir de materiales auténticos de su biografía, muestra una distancia insalvable entre el mundo común y las abstracciones de la física con todo su aparataje matemático. El principio que lleva su nombre consagra la imposibilidad de conocer del todo, cancela la esperanza "de conseguir un día las descripción objetiva del fondo secreto de las cosas", algo que desesperaba al propio Einstein, "padre" de esa nueva mecánica que truncaba su pretensión de un universo real y objetivable. Ferrari hace un uso comedido del enorme potencial metáforico de la física cuántica, que termina por devorar a su protagonista, cuya "fiebre abstracta se extiende, lo invade todo. La sentencia de disolución que ha pronunciado se abate sobre su propia vida". Pese a ello, "la realidad no puede ser enteramente abolida, ni siquiera por decreto, y tampoco la distinción entre mentira y verdad que permanece preservada en algún lugar, fuera del alcance de los hombres".

En esa abstracción sólo accesible a los mejores anida el potencial de destrucción total de la realidad. Heisenberg trabajará en Alemania en la forma de liberar la energía del átomo, una carrera en paralelo con algunos de sus colegas más eminentes, que en Estados Unidos fabricarán la primera bomba atómica. Ferrari inocula en el lector la duda de si toda la decepción que se abate sobre su protagonista tras ese acontecimiento responde a una toma de conciencia del mal desencadenado o a la insatisfacción intelectual de haber quedado por detrás de otros en tan letal investigación.

En un paralelismo con ese mundo cuántico en el que se adentra, la trayectoria de Heinseberg se cruza con un personaje de distinto tiempo y lugar con rasgos reconocibles del propio autor. Es el que dice: "He aprendido a convertir en argumentos de venta todas las ideas. Solo así lo estudios de letras y filosofía justifican aún su existencia en este mundo, produciendo hombres como yo que han comprendido finalmente cómo hacer productiva su creatividad". Es la aceptación del otro principio de Heisenberg que nos deja este relato complejo y atípico, el de que no hay conocimiento que conserve su aura de pureza al confrontar con lo real.

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