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Hasta que la boda nos separe

Dos Bigotes publica la novela 'La increíble boda de Gilbert y Moira', con la que Joe Keenan, guionista de 'Frasier' y 'Mujeres desesperadas', debutó en 1988

Hasta que la boda nos separe

"No hay comicidad", escribió el filósofo francés Henry Bergson, en La risa, ensayo sobre el significado de lo cómico, "fuera de lo propiamente humano. Un paisaje podrá ser hermoso, armonioso, sublime, insignificante o feo, pero nunca será risible. Nos reiremos de un animal, pero porque habremos descubierto en él una actitud de hombre o una expresión humana. Nos reiremos de un sombrero; pero no nos estaremos burlando del trozo de fieltro o paja, sino de la forma que le han dado unos hombres, del capricho humano que lo ha moldeado. [...] La comicidad nace en el preciso instante en que la sociedad y la persona se liberan de la preocupación por su conservación. [...] Eso sí, no caigamos en el error de pedirle a esta sencilla fórmula una explicación inmediata de todos los efectos cómicos".

Lo que Bergson viene a decir es que la risa es otra manera de construir lo humano. En la literatura ha habido maestros en el arte del humor desde la Antigüedad (Luciano de Samosata, Plauto, Terencio, Marcial, Petronio) hasta casi nuestros días (G. K. Chesterton, P. G. Wodehouse, Evelyn Waugh, David Lodge, Tom Sharpe), antes de que el mundo andase entretenido con los blogs, las redes sociales y demás vampiros tecnológicos. Hoy más que nunca, necesitamos del humor en estado puro, libre de toda mezcla, y eso es precisamente lo que nos trae la editorial Dos Bigotes con la publicación de La increíble boda de Gilbert y Moira, con la que el célebre guionista de Frasier y Mujeres desesperadas, Joe Keenan, hizo su debut como novelista en 1988.

Cuando abres La increíble boda de Gilbert y Moira sabes enseguida que Keenan escribe con una pluma de ganso haciéndole cosquillas en los pies. Tal vez lo infieras nada más leer las primeras líneas: "Al recordar todo aquel horrible asunto, lo que más me sorprende es que cuando me llegó por primera vez la noticia del plan de Gilbert, no sentí el menor mal presagio en absoluto. No palidecí, no temblé, ni me precipité a un teléfono público para llamar a una compañía aérea y preguntar por algún billete económico para ir a las islas Canarias. Mi sistema de alarma anticipada, normalmente tan digno de fiar en lo que se refiere a Gilbert, me había fallado por completo. Me encontraba en la inauguración de una galería, y el vino barato produce esas cosas".

En la novela nos encontramos a Philip Cavanaugh, un joven compositor de musicales homosexual, ayudando a su ex pareja Gilbert Selwyn y a Moira Finch, la mayor gorrona y trepadora social de Nueva York, en su alocada aventura de contraer matrimonio para sablear a su padrastro, Tony Cellini, un capo de la mafia, y quedarse de paso con todos los regalos. Siendo gay y con un pasado de promiscuidad sexual turbio como las aguas de un estanque, Gilbert se convierte rápidamente en el blanco de las sospechas de sus amigos y conocidos. Ahí es donde entra en escena Philip, que, a cambio de una parte del botín, tiene que hacer creer a todos que Gilbert es heterosexual.

Tomando como modelo narrativo las novelas de P. G. Wodehouse, Keenan configura un arcoíris de situaciones ciertamente divertidas y completamente inesperadas. Al lector no le interesan tanto los vericuetos seguidos para llevar a cabo el plan, como los modos y la atractiva personalidad de Gilbert Selwyn. Alguien pudiera pensar que la misma afirmación podemos efectuar a propósito de Jeeves, el ayuda de cámara del joven y caprichoso Bertie Wooster, la creación más querida de Wodehouse; o de Sebastian Flyte, el benjamín de la familia aristocrática de Retorno a Brideshead de Evelyn Waugh, pero a diferencia de ellos (desde luego de más abolengo que el personaje de Keenan), Gilbert resulta más cercano, más mundano si quieren, al lector.

Volviendo al principio, a la risa, citando a Bergson de nuevo, "para entender la risa, hay que volver a ponerla en su entorno natural, que es la sociedad". Es de esperar que los editores de Dos Bigotes no dilaten la publicación de las siguientes novelas de Keenan (Putting On the Ritz y My Lucky Star) o rescaten del olvido la obra de James Kirkwood, en especial la cautivadora, irónica y maravillosa Posdata, tu gato está muerto.

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