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La voz del crítico

"Podrá no haber poetas; pero siempre habrá poesía." Qué bellos, qué puros los versos de Bécquer y, acaso, qué lejanos y distantes a la pragmática y mercantilista realidad sigloveintiunera. Lo que queda patente es que para que esos poetas y esa poesía sean conocidas (reconocidas) es fundamental, por no decir imprescindible, la voz de un crítico, sin ella el desconocimiento y la olvidanza se convierten en habitual moneda de cambio. Podría plantearse ingenuamente qué hubiera sido de la Generación del 27 sin un Dámaso Alonso, por ejemplo, tan sólido que aún hoy parece inamovible. La labor, la esencia del crítico literario está en descubrirnos qué hay de "poesía" en cada "poeta", entendidos poesía y poeta como la creación y el creador en el amplio espectro de las letras. Indagar en lo más profundo para rescatar y elevar a nivel de superficie qué novedades trae ese escritor al mundo, cuáles son sus aportaciones, cuáles sus aciertos y logros; destacar si el camino seguido ha sido nuevo, original, personal y cuál ha sido su punto de encuentro con la tradición, pues evidentemente, para decir algo nuevo habrá que fundarse en algo que ya haya sido dicho antes, pero "ir por donde los otros han ido es rodear para no llegar". Al crítico literario le corresponde la enorme responsabilidad de ahondar y escrutar múltiples aspectos, a través de una personal lectura, que permitan entender cuál es la visión del cosmos que tiene el escritor y, en definitiva, aunque pueda parecer exagerado, es al crítico a quien le corresponde proponer o sugerir si a ese escritor se le concede el don de la inmortalidad (que, aunque muchos lo piensen, de ningún modo está relacionada con el número de ejemplares vendidos).

Este es su sagrado oficio, otra cosa bien distinta es que los advenedizos hayan ocupado las plazas y se dediquen al toreo sin muleta, más en busca de sus propios egos que en realizar la elevada labor encomendada. Pero como ese no es el caso que nos atañe pasaremos por alto toda esa larga serie de pequeños detalles.

En Canarias, tierra de poetas, los críticos han sido un bien bastante escaso. Ha habido filólogos, investigadores y estudiosos, mucho escritor/poeta/narrador que hace crítica, mucho historiador literario, mucho periodista, pero lo que es críticos, haber, ha habido pocos y si entre ellos ahondamos en los auténticos y fieles al oficio, casi ninguno. Entre estos últimos el nombre ?y la voz? de Jorge Rodríguez Padrón destacan sobremanera no sólo por haber sido el único que hizo de su vocación su profesión, y en esto hay que reconocer que pronto decidió cuál iba a ser su línea de actuación cuando tras ser uno de los antologados en Poesía Canaria Última, y publicar Geografía e historia (1968) abandona (podríamos decir) sus hechuras de poeta para dedicarse a la crítica literaria, aunque siempre ha sido su crítica (o su ensayo) de potente esencia poética, pues en ellos el léxico y la expresión son trabajados con paciente labor de orfebre, en ese disfrute creador a través de la palabra que se ve reforzado cuando uno tiene la oportunidad de escucharle de viva voz durante alguna de sus conferencias, porque, toca ahora decirlo, Jorge Rodríguez Padrón, además, es un magnífico conferenciante, de esos que da gusto oírlos porque su voz inunda la sala y, especialmente, porque su contenido reaviva conciencias.

Jorge Rodríguez Padrón es un grandísimo profesional, excepcional, e inigualable gracias a sus amplios y variados conocimientos literarios, pero especialmente por ese marcado carácter independiente que le ha mantenido alejado (para bien evidentemente) de todos esos grupúsculos que han buscado el control y el poder de decisión sobre del hecho literario (pervirtiendo de ese modo su noble función), independiente también de aquellos otros que buscaban en la crítica el puro alzamiento de sus figuras. Lucha tenaz (y dura) mantenerse fiel en ese camino de honradez y honestidad literaria sin arrojar la toalla, porque el camino elegido no ha sido el más fácil, más bien todo lo contrario. Qué fácil hubiese sido repetir lo que los otros habían dicho, qué fácil, pero qué inútil. Sin embargo, Jorge Rodríguez Padrón prefiere alejarse de los tópicos, cuestionarlos, revisarlos (incluso desmontarlos), prefiere, también, desde su visión de canario, buscar el enfoque diferente y diferenciador a la vez que complementario y en esas claves ha funcionado gran parte de su quehacer: esa visión Atlántica, esa visión Hispánica en la que Canarias, como en los antiguos viajes marítimos, hace de puente de conexión.

Yo conocí a Jorge Rodríguez Padrón antes de conocerlo, cuando de estudiante de bachillerato me acerqué a la edición de Cátedra (la negra) de Tres sombreros de copa. Después lo descubrí, descubriendo con él al poeta del cuerpo, Domingo Rivero y pude maravillarme a la vez que aficionarme a Claudio de la Torre a través de su edición de En la vida del señor Alegre de la Biblioteca Básica Canaria, uno de los mejores, si no el mejor de los textos escritos sobre la narrativa del escritor canario. Después tuve la gran suerte, la grandísima suerte de tenerlo de profesor en la ULPGC (ellos decían que invitado, pero yo siempre lo vi como de la casa), y también en fechas cercanas, la enorme tristeza de no poder volver a tenerlo. Después vino aquel Primer ensayo para un diccionario de la literatura canaria, que desmenucé y anoté en espera de que hubiese un segundo ensayo, y más tarde no sé qué peripecias con Liverpool y otras cosas que finalmente daría sus frutos en ediciones madrileñas y premios a José María Millares. Ha habido más, mucho más, en especial sus reflexivos y maravillosos textos sobre Pedro Perdomo Acedo en Lectura de la poesía canaria contemporánea, en Oyendo lo que algunos dicen públicamente, en charlas y conferencias de las que solo nos quedaba su eco (de ahí parte la importancia de esta nueva edición de rescate a cargo de Miguel Pérez Alvarado). Pero sobre todo ha habido generosidad. Siempre ha estado ahí, primero por carta, después por llamadas telefónicas y más tarde por correo electrónico (al whatsapp no hemos llegado aún pero Pizca cariñosamente nos hace de enlace) atendiendo y respondiendo a múltiples peticiones y solicitudes, con generosidad y, sobre todo, con la sabiduría de aquel que ha sabido (y podido) mantener el rumbo fiel de su voz en continua conversación literaria.

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