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CONTRA LOS PUENTES LEVADIZOS

Iris Murdoch

Iris Murdoch. LA PROVINCIA / DLP

Si tomamos las estadísticas en serio, el 99% de los que han oído por primera vez el apellido Murdoch ha sido debido al escándalo de los teléfonos pirateados que tuvo como principal imputado a Rupert Murdoch, el magnate australiano de los medios de comunicación, y a su hijo James Murdoch, en 2011. Sin embargo, hay un Murdoch que sólo conoce una minoría: Iris Murdoch. Ni siquiera la escritora irlandesa conocía su nombre cuando murió en 1999 en una clínica privada de Oxford, aquejada de la enfermedad de Alzheimer. El escritor y periodista Juan Cruz recordó su sufrimiento en un artículo titulado Ruido de soledad: "La vence el Alzheimer, temible plaga agazapada en los recovecos equívocos de la memoria: no recordar nada, y sin embargo no recordar que se puede recordar".

Al final de sus días Iris Murdoch no recordaba nada, su mente estaba en blanco. No recordaba haberse casado en 1956 con John Bayley, un profesor de Oxford que vivió con ella hasta su muerte; también había olvidado que Lanzarote fue el lugar de descanso preferido de ambos durante más de 30 años y, lo más doloroso, no recordaba haber escrito ninguna de las novelas que escribió: Bajo la red, El castillo de arena, La campana, El príncipe negro, El sueño de Bruno, El mar, el mar, Henry y Cato y El unicornio. Novelas, todas ellas, publicadas en nuestro país (la última en aparecer ha sido El libro y la hermandad, en Impedimenta), que permiten confirmar la capacidad narrativa de Iris Murdoch. Otra cosa es que la peculiar obra de esta novelista haya encontrado una recepción apropiada en el lector español.

A diferencia de Doris Lessing, con quien alguna vez se la ha comparado, Murdoch no fue una escritora fácil. Mientras que Lessing permaneció fiel durante años a una concepción realista de la novela que sólo en los años setenta evolucionó hacia una especie de realismo antropológico para volver a la novela realista en los últimos años (a excepción de La grieta), la autora de El libro y la hermandad se mantuvo fiel a su minuciosa exploración del drama existencial, centrado en torno al problema de las relaciones humanas y el engaño que encierra la imagen que nos forjamos de nosotros mismos. Sus novelas son como un sutil y complicado ballet. Los personajes acuden a sus páginas según el reclamo de una música callada, que se hace melodía suave.

Si tuviera que buscar una constante en la obra de Murdoch, quizás la más acertada sería esa aparente impasibilidad, esa placidez tan anglosajona y civilizada que se ve interrumpida bruscamente por la irreversible sucesión de hechos que llevan a una serie de catastróficas desdichas. Y no es que esas catastróficas desdichas alcancen a todos los personajes, sino, y sobre todo, a los inocentes, como en La máquina del amor sagrado y profano, que Impedimenta haría bien en reeditar con una nueva traducción de Jon Bilbao. Puede ser una larga espera, así que mientras llega lean El libro y la hermandad, que contiene una frase premonitoria que encierra también un enorme significado: "¿Quieres decir que olvidarás todo lo que sabes? Siempre puedes volver a aprenderlo".

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