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AMALGAMA

Jenifer y las cardas

La sabiduría funcionarial hace que las apañadas de ganado guanil se conviertan en labor de tiradores con mira telescópica, a los cuales se les atribuye el beneficio de salvar la flora

Lo más aciago que le puede pasar a una tradición es que sea llamada a la protección por la Administración. Entonces ocurre que será puesta detrás de una vitrina y pasará su existir a asemejarse el de un animal en un zoológico o en un parque acuático, lo que hoy es llamado con sorna "parque temático". La sabiduría funcionarial hace que las apañadas de ganado guanil se conviertan en labor de tiradores con mira telescópica, a los cuales se les atribuye el beneficio de salvar la flora. El presidente del cabildo grancanario, utilizando la sabiduría del político local, ha salido a explicar que si no se mata a las cabras el daño a la flora, protegida por miles o millones de euros, puede ser incalculable, y por eso hay que matarlas, tal como se hace en miles de islas del planeta (en las que también se tiene la costumbre de beber Coca Cola). Los protectores funcionariales surgen por doquier. La Cueva Pintada de Gáldar fue en tiempos un resquicio bajo una finca de plataneras al que íbamos a asombrarnos quienes conocíamos su existencia por casi un boca a boca de los viejos sabios como Cuscoy, equivocados en sus apreciaciones, y sin pruebas de carbono 14, pero que eran capaces de lanzar su imaginación muchos más lejos que esta tropa de sabios taxonomizadores que no pasan de ahí, eso sí, siempre usando millones de euros de los programas subvencionadores Life y compañía. Desde Martín de Guzmán el romanticismo de la arqueología y prehistoria del Archipiélago se ha convertido en una carrera de vitrinas parecida a la que han emprendido los protectores del Gobierno Autónomo, que han protegido tanto que ya no se puede "lapiar" o coger "escobones" porque es delito. Todo queda plasmado en libros de papel couché que siempre tienen una entrada indicativa del programa subvencionador de la Unión Europea y, lo que es más hediondo, el nombre del político de turno que ha posibilitado la vitrinización o museificación del último reducto bucólico de lo que fue. Es así que la alfarería o la vieja artesanía de la lana, por ejemplo, han desaparecido del mapa. En relación a esto, y buscando el origen de los últimos de Artenara acudí hace poco con unas sabias amigas al techo de Gran Canaria a visitar a Jenifer, una mujer especial, retirada en la llanura interior de Acusa Verde, y de las pocas que han intentado conservar la tradición de los viejos telares de lana, y allí nos enseñó varios trucos sobre los telares y sobre los pasos previos para tratar la lana desde la esquila al lavado, del lavado al carmenado, desde el carmenado al cardado, y desde el cardado a la elaboración del hilo que, finalmente termina en el telar. El gran regalo de Jenifer fue el de unas cardas que son imposibles de conseguir por estas tierras, puesto que la industria artesanal ya no existe y ha sido sustituida por máquinas que efectúan la misma labor y son más eficaces para conseguir tejidos de lana industrial. En ese mismo viaje estaba Octavio explicándonos ciertas costumbres trogloditas y reparó en una lechera, propiedad del comerciante que distribuía el preciado manjar blanco por el pueblo. La lechera, se supo, estaba trucada para recoger una cantidad que se marcaba como inferior a lo realmente adquirido por el comerciante. El pastor que le proveía de leche, amigo casi íntimo, sospechó algo un día, y midiendo la cantidad que llevaba en unos cuencos marcados para ello que había conseguido, comprobó que el comerciante le engañaba con la lechera con un mecanismo del propio artilugio. La pregunta inmediata: ¿Se enfadaron? "Nunca", contestó Octavio, pues el pastor a partir de entonces le llevaba la leche aguada, de forma que la cantidad de leche cobrada era la misma que si se hubiera medido la leche sin aguar en una lechera no trampeada. Y así convivieron decenas de años engañándose mutuamente, pero nunca se enojaron: dos mentiras equivalen a una verdad. Pues eso, quien le roba a un ladrón tiene cien años de perdón, y el que desobedece a un funcionario subvencionador tiene siempre la razón.

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