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El mes de las letras: Literatura 'en funciones'

Y curioso que el inédito desgobierno coincida con el plato fuerte del 23-A: el redondo cuarto aniversario de las muertes conjuntas de Shakespeare y Cervantes

El mes de las letras: Literatura 'en funciones'

Como todos los años por estas fechas, "Abril es el mes más cruel, criando / lilas de la tierra muerta, mezclando / memoria y deseo, removiendo / turbias raíces con lluvia de primavera", etcétera. Sólo que, esta vez, la tierra baldía a que aluden los versos de Eliot, desluce bajo un cielo igualmente baldío. Dada la desbandada de la bancada, en el tránsito del Gobierno de funciones al Gobierno en defunciones, ahora sólo gobiernan los poetas -desoyéndote, Platón, mira que nos lo tenías dicho-, tantos poetas como súbditos hay. Un poeta, un voto, que bota el voto anterior, sin que nadie se rebote. Las urnas y la métrica del WhatsApp es lo que tienen. Felicísimo parvulario de adultos, cada cual en su círculo de tiza. Ya lo dijo Samuel Beckett: "Definitivamente, el ojo se hace tirar de la oreja", y la costumbre, el hábito que adquirimos "es la correa que encadena al perro a su vómito". Mientras la apoderada me asegura que la tarjeta que me entrega "es muy intuitiva" y el editor de la tele me conmina a que hable de cosas "más tangibles", uno se queda mascullando si todavía es posible que pueda haber gente tan absurda, tan absurda, que hasta siga creyendo que la realidad es real...

Pero yo había venido a hablarles de sus libros. Más agujereado el techo del hemiciclo que el 23-F, benditos sean los nylon de las carpas bíblicas, el libresco cielo protector. Es el mes de las letras, de la literatura 'en funciones': la hemorragia del ritual. Y curioso que el inédito desgobierno coincida con el plato fuerte, tal que mañana, del 23-A: el redondo cuarto aniversario de las muertes conjuntas, nada menos, de William Shakespeare y Miguel de Cervantes (un hito tan extraordinario que nos permite sacar por fin algo en claro: no estuvimos en el tercero ni estaremos en el quinto). Mientras redacto estas líneas, anuncian por la tele una página web oficial con las bases para inscribirse en un concurso de versionar El Quijote en rap. Muy bien pensado, pienso: qué mejor, para conmemorar a Cervantes, en tan rotundo aniversario de su RIP, que el rap... ¿Por qué tuviste que morirte en este preciso año, Umberto Eco, dejándonos tan huérfanos de semiología...? Sin semiótica, todo es semi-óptica. Óptica tuerta de un solo ojo, como el de Calibán-Polifemo de La tempestad seikspiriana. O como Don Quijote, cuando Sancho se ausenta a gobernar la Ínsula Barataria. U óptica cero, inclusive, pues no es cierto que en el país de los ciegos el tuerto sea el Rey, sino que, en realidad, en el país de los ciegos al tuerto le vacían el ojo sano...

Menos mal que nos quedará para siempre su eco: el eco de Eco ("el eco de un eco de un eco del resplandor", cantaron al alimón Aleixandre / Maccanti). Qué bien que el autor de Obra abierta delimitara, tan flexible y tan rigurosa a un tiempo, la cancha de juego artística y literaria? Que nos advirtiera del peligro por igual de las dos hipertrofias: el de la banalización y el del academicismo-retro. En materia literaria, no nos sirven ni el piercing ni la gola. Pues, según nos legó, al peligro de un arte de retaguardia depositaria de una tradición obsoleta, se contrapone el peligro de una falsa vanguardia fanática del descubrimiento snob. No basta ya con ser escritor, sino que, además, hay que ser funambulista. Pues, como apostilló en su Apostillas a el nombre de la rosa', "la vanguardia histórica intenta ajustar las cuentas con el pasado, pero llega el momento en que la vanguardia histórica -lo que llamamos lo moderno- no puede ir más allá, porque ya ha producido un metalenguaje que habla de sus imposibles textos. La respuesta, entonces, a lo moderno consiste en reconocer que, puesto que el pasado no puede destruirse -su destrucción conduce al silencio-, lo que hay que hacer es volver a visitarlo, una y otra vez, con ironía, sin ingenuidad". Chapó: No revisitar la tradición es tan estéril como no hacerlo "con ironía, sin ingenuidad".

Desmitificar implica, en rigor, desmitificar también la desmitificación. Qué razón tenía Andrè Gide cuando, siendo requirido, en cierta ocasión, para la tópica pregunta de qué libro se llevaría a una isla desierta (aunque ya nadie la hace, ay), no se lo pensó dos veces: "Pues un manual de instrucciones para construir una balsa que me sacara de la isla desierta?". De otro lado, al pasear por los stands de poesía del recinto ferial, no olvide las chuches, que el envoltorio ya lo tiene, pues ya dijo el romántico alemán Haine que ojalá los libros de poemas sirvieran para hacer cucuruchos de envolver café?

Qué razón también la de la teórica del Arte Estrella de Diego, al advertir que, creadores o no, "ya nadie quiere ser inmortal: hoy preferimos todos ser inmoribles. ¿Dónde está el cándido autor que le dijera hoy a su potencial editor lo mismo que le señalara Kafka al suyo propio, Kurt Wolfe: "Siempre le quedaré más agradecido porque me devuelva mis manuscritos que por su publicación"?? Contra los tantísimos narradores que, en la actualidad, prefieren privilegiar la historia que cuentan que la escritura misma, está esta definitiva aplicación del cuento de Julian Barnes en El loro de Flaubert: "Es tan imposible imaginar una Idea sin Forma como una Forma sin Idea. En arte todo depende la ejecución: la historia de un piojo puede ser más bella que la historia de Alejandro". ¿Por qué agujero negro de la (in)cultura digital se esfumó esta consigna reiterada a lo largo del siglo XX, como en una rigurosa carrera de relevos, en autores tan diversos: "Un escritor es un hombre que, más que cualquier otro, es de la opinión que resulta difícil escribir" (Thomas Mann); "Escritor es solo aquél para quien el lenguaje representa un problema" (Roland Barthes); "El oficio de escritor es tal vez el único que se hace más difícil a medida que más se practica" (García Márquez)?? Nada exime, en cualquier caso, de esta portentosa cura de humildad que enarbolara Nietzsche poco antes de caer en la locura: "A las mentes superiores les cuesta esfuerzo librarse de una ilusión: se imaginan que despiertan la envidia de los mediocres y que se les tiene por excepciones. Pero en realidad se les considera como algo superfluo, que nadie echaría en falta si no existiese". Y como escéptico pórtico en letras grandes para la entrada de cualquier Feria del libro, está también este aviso a navegantes que sirvió a Sartre como broche final de su '¿Qué es la literatura?': "Si la literatura fuera a transformarse en pura propaganda o puro entretenimiento, la sociedad se hundiría en el lodo de la inmediatez, es decir en la vida sin memoria de los insectos y los caracoles. Sin duda, todo esto no es tan importante: el mundo puede arreglárselas muy bien sin la literatura. Pero aún puede arreglárselas mejor sin seres humanos".

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