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Yo amo, yo odio, yo sufro

Alba celebra el bicentenario del nacimiento de Charlote Brontë (1816-1855) con la reedición de 'Jane Eyre' y 'Vida de Charlote Brontë' de Elizabeth Gaskell

Yo amo, yo odio, yo sufro

Intentar resumir en unas pocas líneas la figura y la obra de una de las más grandes novelitas inglesas del siglo XIX, cuando se cumple el bicentenario de su nacimiento, es tarea imposible. En su biografía Vida de Charlotte Brontë, que acaba de reeditar para la ocasión Alba Editorial, junto a su obra más conocida, Jane Eyre (en la traducción canónica de Carmen Martín Gaite), Elizabeth Gaskell escribe que "todo lo que le resultaba desagradable o detestable durante el día, volvía al final del mismo con exagerada intensidad a su imaginación enfermiza". Tanto Charlotte como sus hermanas Emily y Anne vivieron en la fantasía de sus novelas apasionados y tormentosos romances, que contrastaban con la quietud de la aldea de Haworth y del hogar cristiano del vicario Patrick Brontë, padre de la escritora.

La primera tarea de un escritor es, con todo, crearse un público. Charlotte tuvo a sus dos hermanas y a su hermano Branwell, demiurgo y portavoz de un nuevo mundo. En 1826 Branwell había recibido de su padre un caja de soldaditos de madera. Este hecho aparentemente insignificante cambió la vida de los cuatro hermanos, que crearon alrededor de las figuritas una colección de historias que escribían con una letra microscópica en pequeñas cuartillas de color café con leche. Charlotte, Branwell, Emily y Ann inventaron el Mundo de Angria, un universo épico en el que dos mundos, Angria y Gondal, luchaban entre ellos en una guerra sin fin. El primer relato que escribió Charlotte, a los 12 años, fue sobre este reino imaginario.

Después, a los 30 años, vendrían novelas cuasi biográficas, melodramáticas, como El profesor, que no encontró editor, y no sería publicada hasta 1857, después de su muerte, y ultrarrománticas, como Jane Eyre, publicada con el seudónimo de Currer Bell en 1847. La novela tuvo un éxito inmediato que sirvió para atraer la mirada hacia la condición de la mujer. Jane Eyre provocó un verdadero escándalo porque abordaba las pasiones y sentimientos de una mujer, que como la propia Charlotte era capaz de tomar decisiones y, sobre todo, tenía fuertes convicciones: "Creo en cierta combinación de esperanza y luz que dulcifica los peores destinos. Creo que esta vida no lo es todo; ni el principio ni el fin. Creo mientras tiemblo; confío mientras lloro". En Londres no sólo todo el mundo hablaba de esta novela, sino que nadie podía imaginarse que podía estar escrita por una mujer.

No obstante, fue la propia escritora la que protagonizó sin darse cuenta el mayor escándalo con la publicación de la segunda edición de Jane Eyre. Como muestra por la admiración que sentía por el novelista William Thackeray, Charlotte (que ya había hecho pública su identidad) le dedicó la obra. Lo que Charlotte no sabía era que Thackeray estaba casado con una mujer que había sufrido un grave trastorno mental tras cuatro años de matrimonio. Intentó suicidarse y ahogar a uno de sus hijos y fue internada en varios manicomios. Su historia era tan parecida a la del señor Rochester, el dueño de Thornfield, la mansión en la que vive y trabaja Jane Eyre, que se extendió el rumor de que Charlotte había sido la institutriz de los hijos del matrimonio y la amante del escritor.

Aunque Jane Eyre participa de los excesos de una sensibilidad que hoy calificaríamos de anticuada, y encaja dentro de toda una tradición novelística de finales del siglo XVIII en la que los personajes encarnan principios ideológicos opuestos, "toda la fuerza de Jane Eyre se manifiesta a través del yo amo, yo odio, yo sufro", como escribió Virginia Woolf en un artículo sobre la obra de Charlotte Brontë y Cumbres borrascosas de su hermana Emily. La obra de Charlotte Brontë nos conduce a una idea de la literatura que a veces olvidamos, y que Jane Eyre se ocupa de recordarnos: que la grandeza no surge necesariamente de la historia, sino de esa voz interior que interpreta los dictados de la conciencia.

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