El encuentro con cada una de las fotografías de Juan Melián Cabrera, nos recuerda esa necesidad universal de pertenecer a otras geografías, espacios, lugares, culturas, de significar, de ser..., pero también nos hace ser conscientes de esos tiempos emocionales diferentes, que hablan en su más pura esencia de experiencias vividas, todas ellas a modo de metáforas, entre paisajes transitables en el que el tiempo y el lugar mantienen sus retornos.

Como un diario íntimo y reflexivo, transformándose, sus fotografías -como historias abiertas desde el intimismo-, marcan huellas de excepcionales valores, no solo como territorios de una memoria individual , sino como puntos de referencia en la observación directa de una historia colectiva, es esa mirada que registra y cuyos referentes se hacen presentes a través de las propias imágenes.

Todas ellas forman partes de series que indudablemente se agrupan por temas, pero que deambulan en un punto común con los recuerdos, los encuentros, el tiempo y sus intervalos.

Sus paisajes, son paisajes de ciclos, en los que encontramos espacios diferentes, y en donde las señas de identidad y el paso del tiempo han protagonizado sus propios abandonos, o lugares que describen ampliamente sus geografías hasta hoy sin deterioro aparente, son paisajes que definen al hombre y sus valores antropológicos, en usos, costumbres, formas de vida... Las series Ámsterdam / Venecia / La Cumbre de Artenara... nos hablan de ello. Mientras otros espacios, no identificativos, se muestran con intervalos... Son paisajes que forman fragmentos de vidas, y cuyas lecturas atemporales se asoman fuera del tiempo y del espacio real. Quizá sea ésta su mejor mirada poética en la que mantiene su discurso. Son fotografías que nos devuelven al origen, a la identidad, a la esencia del momento, a la propia belleza donde el punto de vista variado revitaliza el valor de cada escena y el blanco y negro o el color como discriminadores de la imagen, muestran su acento de definición, nítidos, plenos, en donde la figura y el entorno, justifican el propio instante en su pura visualización formal... Son figuras que completan su ciclo, que se contextualizan, que conviven y se desarrollan en su propio espacio... Retratos que evolucionan y se revelan al paso del tiempo, un tiempo emocional que envuelve toda la obra.

Son fotografías que marcan territorios en donde no existen las distancias, pero si el entorno en donde la calidad de la obra mantiene su compromiso. Es el lugar de la estética y de la belleza en que cada una de ellas, genera su forma de comunicación e intercambio con el espectador.

Miradas que no se agotan en la repetición de los planteamientos -como memoria implacable frente a la propia existencia-, manteniendo franjas de atención constante en los temas. En ese sentido de aproximación, nos encontramos temas relacionados con el paisaje, la figura, los entornos, los retratos, el intimismo, los juegos, como momentos y procesos abiertos siempre recurrentes, pero como testigos que reflejan su evolución desde donde se inician las fotografías en blanco y negro años 1920 hasta y después de la entrada del color en 1954.

Quizá sea en el espacio vivencial, en donde Juan Andrés Melián implica su mejor baza. Y quizá el valor de cada una de las fotografías se encuadre en ese espacio que habita y hace habitar, entre superficies y vacíos, como trayectorias en el intento de contar, de retener, de reflejar... Entre la plasticidad y belleza, pero con una carga emocional intensa.

Los ángulos de visión, las direcciones empleadas, los márgenes, así como el uso expresivo del contraste / claridad / oscuridad, nos trasmiten emociones en un orden de lectura diferente en cada una de las fotografías.

Encontrando figuras que ocupan un espacio de definición propio, en donde las distancias, los ritmos y silencios se muestran en equilibrio, entre grises infinitos que se abandonan como la bellísima fotografía del niño (su hijo mayor) metido en una cesta -composición impecable-, o su esposa Isabel sentada en la hamaca en la playa al margen derecho de la imagen o niñas tejiendo. Todas ellas en blanco y negro, mantienen una dinámica visual activa, como en la fotografía familiar de Cinco figuras de pie en la playa con sombreros a modo de círculos, en donde los valores visuales se comprometen con sentidos, direcciones y vacíos.

O ese escenario colectivo de la fotografía Procesión en la playa que marca extraordinariamente sus lecturas visuales y sus recorridos. Adquiriendo un valor documental importante, como forma de comunicación. Sociológicamente extrema.

O en la articulación de valores simétricos, que encontramos en la fotografía La gran piragua y las nueve figuras femeninas, o Figuras sentadas en la arena como un reflejo de la cotidianidad.

El juego con los márgenes, el arriba/abajo, el valor de la oblicuidad, o sencillos planos de gran belleza, es la constante en sus Series.

Es el adentro y el afuera de una ventana que encuadra con encaje certero el mar o la fotografía de La ropa tendida como línea demarcadora que recorre el espacio.

O el eje que determina vertical, simétrica y radicalmente, la imagen de Los seis hermanos en barca.

O la sutileza y fragilidad del retrato o la foto/os de familia de él / Juan Andrés Melián, de ella / Isabel García y de ellos / de todos, en miradas íntimas y privadas que a veces se asoman y dialogan con el espectador. Soberbias fotos biográficas de retratos de familia en blanco y negro. Retratos de juventud que nos cuentan y definen historias la Residencia Estudiantes de Madrid. O las del pintor Nicolás Massieu en su estudio. Las aventuras visuales de Los niños en la barandilla o la línea que va definiéndose en una barca o esa delicia poética Niño con pavo o la del Pequeño cardenal. Cada una de ellas aportan sus cadencias rítmicas, como actuación y causa directa de su temporalidad y espacialidad.

Es la propuesta incesante de un ojo subjetivo, el de Melián, que reclama constantemente al espectador.

Un juego de seducción en la que todos estamos implicados, en experiencias próximas que se abren a significados diversos y en donde el juego de la mirada, perfila su proyección en el tiempo, lo que va a permitir a Juan Andrés Melián construir un cosmos propio de definición, con una visualización selectiva y crítica que define su identidad estética, al registrar acontecimientos próximos, y en donde se van a ir desarrollando esquemas muy variados.

Su fotografía, bien puede enmarcarse dentro de una percepción artística movida por la reflexión, que muestra un universo fragmentado, en el que lo sensorial mantiene un equilibrio constante en toda su obra, en la idea de retener el instante, como acto de experiencia vivida, que recoge toda una secuencia de emociones. La obra queda abierta ante la totalidad del blanco y negro y del color, en donde la retina involucra y se mezcla en atmósferas cambiantes, marcando tiempos de lectura y en donde el espacio define su identidad y su relación.

Cada fotografía señala un tiempo que es ya inexistente, pero que a la vez sobrevive una y otra vez ante nuestros ojos, como un lugar de identidades que hace perdurar su proyección en el tiempo. Los paisajes de Juan Andrés Melián revestidos de... Ciudades / mares / geografías / arena / salinas /figuras femeninas / masculinas / niños / juegos / barcos / caminos... se mantendrán siempre abiertos, en un mapa de recorridos de fragilidades extremas.

Navegar entre cientos de fotografías ha sido tarea difícil para Rafael Melián su hijo, que ha ido seleccionando crítica y emocionalmente cada una de las imágenes, que hoy vemos en esta magnífica exposición Pictografías, recuperando del olvido, intercambiando memorias, y jugando entre tiempos y distancias...